Cuentos de Grimm
Los Cuentos de Hadas de los Hermanos Grimm, originalmente compilados por Jacob y Wilhelm Grimm, son una colección de relatos folclóricos intemporales que han encantado a los lectores durante siglos. Estos cuentos son un tesoro de folclore, con historias de valentía, magia y moralidad que resuenan a lo largo de las generaciones. Desde clásicos como ”Cenicienta”, ”Blanca Nieves” y ”Hansel y Gretel”, hasta joyas menos conocidas como ”El pescador y su mujer” y ”Rumpelstiltskin”, cada historia ofrece un vistazo al rico tapiz de la tradición oral europea. Los Cuentos de Hadas de los Grimm se caracterizan por sus personajes vívidos, lecciones morales y a menudo tonos oscuros, que reflejan las duras realidades y los elementos fantásticos de sus contextos históricos. Su atractivo duradero radica en su capacidad para entretener, enseñar e inspirar asombro, lo que los convierte en una piedra angular de la literatura infantil y una fuente de fascinación para los estudiosos del folclore y la narración de cuentos.
Episodes
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Cuando Adán y Eva fueron expulsados del Paraíso, hubieron de construirse una casa en una tierra estéril y ganarse el pan con el sudor de su frente. Adán cultivaba el campo, y Eva hilaba la lana. Cada año daba a luz un hijo; pero eran unas criaturas muy desiguales: hermosas unas; las otras, feas.Transcurrido algún tiempo, Dios envió un ángel a la pareja para anunciarles que iría a visitarlos, pues deseaba ver cómo gobernaban su casa. Eva, contenta de que el Señor les hiciese tanta merced, limpió bien la vivienda, la adornó con flores y la alfombró de juncos. Luego reunió a sus hijos, pero sólo a los hermosos; los lavó y bañó, los peinó y puso camisas limpias, y luego les advirtió cómo debían portarse en presencia de Nuestro Señor. Se inclinarían modestamente a su llegada, le darían la mano y contestarían a sus preguntas con todo respeto y sensatez. En cuanto a los hijos feos, no quería que los viese; y, así, al primero lo escondió bajo el heno; al segundo, bajo el tejado; al tercero, en la paja; al cuarto, en el horno; al quinto, en la bodega; al sexto, debajo de una tina; al séptimo, bajo el barril de vino; al octavo, bajo una vieja piel; al noveno y décimo, bajo la tela con que les confeccionaba los vestidos, y a los dos últimos, bajo el cuero del que les cortaba los zapatos.Apenas había terminado los preparativos cuando llamaron a la puerta, y Adán, mirando por una rendija, vio que era el Señor. Abrió respetuosamente, y entró el Padre Celestial. Allí estaban en fila los hijos hermosos, los cuales se inclinaron, le alargaron las manos y se arrodillaron.El Señor empezó a bendecirlos; imponiendo las manos sobre el primero, le dijo: "Tú serás un rey poderoso". Al segundo: "Tú, un príncipe". Al tercero: "Tú serás conde". Al cuarto: "Tú, caballero". Al quinto: "Tú, noble". Al sexto:Al ver Eva que Dios se mostraba tan indulgente y misericordioso, pensó: "Le presentaré los hijos feos; tal vez les dé también su bendición". Y corriendo al heno, la paja, la estufa y demás lugares donde los había escondido, los hizo salir a todos. Y presentóse la cuadrilla de desharrapados, zafios, sucios, tiñosos y tiznados. El Señor echóse a reír, y, después de mirarlos, dijo:- También a ellos los bendeciré -. E imponiendo las manos sobre el mayor, le dijo: "Tú serás campesino". Al segundo: "Tú, pescador". Al tercero: "Tú, herrero". Al cuarto: "Tú, curtidor". Al quinto: "Tú, tejedor". Al sexto: "Tú, zapatero". Al séptimo: "Tú, sastre". Al octavo: "Tú, alfarero". Al noveno: "Tú, carretero". Al décimo: "Tú, marinero". Al undécimo: "Tú, mensajero". Y al duodécimo: "Tú serás criado toda tu vida".Al oírlo Eva, dijo:- ¡Señor! ¿Cómo repartes tus gracias de un modo tan desigual? Al fin y a la postre, todos son hijos míos. Deberías repartir tus favores por igual entre ellos.Pero Dios le respondió:- Eva, tú no entiendes de esto. Es a mí a quien concierne poblar el mundo entero con tus hijos. Y si los hago a todos príncipes y señores, ¿quién cultivará, trillará, molerá y amasará el grano? ¿Quién herrará, tejerá, trabajará la madera, edificará, cavará, cortará y coserá? Que cada uno desempeñe su cometido propio; que cada uno sostenga al otro, y todos se ayuden mutuamente, como los miembros del cuerpo.Respondió Eva:- ¡Ah, Señor, perdóname por haberte replicado impertinentemente! Hágase también tu divina voluntad en mis hijos.
Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
En una ocasión había una buena vieja que vivió con una manada de gansos en un desierto en medio de las montañas, donde tenía su habitación. El desierto se hallaba en lo más espeso de un bosque, y todas las mañanas cogía la vieja su muleta e iba a la entrada del bosque con paso trémulo. Una vez allí, la buena vieja trabajaba con una actividad de que no se la hubiera creído capaz al ver sus muchos años, recogía hierba para sus gansos, alcanzaba las frutas salvajes que se hallaban a la altura a que podía llegar, y lo llevaba luego todo a cuestas. Parecía que iba a sucumbir bajo semejante peso; pero siempre le llevaba con facilidad hasta su casa. Cuando encontraba a alguien le saludaba amistosamente. "Buenos días, querido vecino, hace muy buen tiempo. Os extrañará sin duda que lleve esta hierba; pero todos debemos llevar acuestas nuestra carga." No gustaba, sin embargo, a nadie el encontrarla y preferían dar un rodeo, y si pasaba cerca de ella algún padre con su hijo, le decía: "Ten cuidado con esa vieja; es astuta como un demonio; es una hechicera."
Una mañana atravesaba el bosque un joven muy guapo; brillaba el sol, cantaban los pájaros, un fresco viento soplaba en el follaje, y el joven estaba alegre y de buen humor. Aún no había encontrado un alma viviente, cuando de repente distinguió a la vieja hechicera en cuclillas cortando la hierba con su hoz. Había reunido ya una carga entera en su saco y al lado tenía dos cestos grandes, llenos basta arriba de peras y manzanas silvestres. "Abuela," le dijo, "¿cómo pensáis llevar todo eso?" - "Pues tengo que llevarlo, querido señorito," le contestó, "los hijos de los ricos no saben lo que son trabajos. Pero a los pobres se les dice:
Es preciso trabajar,No habiendo otro bienestar."
"¿Queréis ayudarme?" añadió la vieja viendo que se detenía, "aún tenéis las espaldas derechas y las piernas fuertes: esto no vale nada para vos. Además, mi casa no está lejos de aquí: está en un matorral, al otro lado de la colina. Treparéis allá arriba en un instante." El joven tuvo compasión de la vieja, y la dijo: "Verdad es que mi padre no es labrador, sino un conde muy rico; sin embargo, para que veáis que no son sólo los pobres los que saben llevar una carga, os ayudaré a llevar la vuestra." - "Si lo hacéis así," contestó la vieja, "me alegraré mucho. Tendréis que andar una hora; ¿pero qué os importa? También llevaréis las peras y las manzanas." El joven conde comenzó a reflexionar un poco cuando le hablaron de una hora de camino; pero la vieja no le dejó volverse atrás, le colgó el saco a las espaldas y puso en las manos los dos cestos. "Ya veis," le dijo, "que eso no pesa nada." - "No, esto pesa mucho," repaso el conde haciendo un gesto horrible, "vuestro saco es tan pesado, que cualquiera diría que está llenó de piedras; las manzanas y las peras son tan pesadas como el plomo; apenas tengo fuerza para respirar." Tenía mucha gana de dejar su carga, pero la vieja no se lo permitió. "¡Bah! no creo," le dijo con tono burlón, "que un señorito tan buen mozo, no pueda llevar lo que llevo yo constantemente, tan vieja como soy. Están prontos a ayudaros con palabras, pero si se llega a los hechos, sólo procuran esquivarse. ¿Por qué," añadió, "os quedáis así titubeando? En marcha, nadie os librará ya de esa carga." Mientras caminaron por la llanura, el joven pudo resistirlo; pero cuando llegaron a la montaña y tuvieron que subirla, cuando las piedras rodaron detrás de él como si hubieran estado vivas, la fatiga fue superior a sus fuerzas. Las gotas de sudor bañaban su frente, y corrían frías unas veces, ardiendo otras, por todas las partes de su cuerpo. "Ahora," la dijo, "no puedo más, voy a descansar un poco." - "No," dijo la vieja, "cuando hayamos llegado podréis descansar; ahora hay que andar. ¿Quién sabe si esto podrá servirte para algo?" - "Vieja, eres muy descarada," dijo el conde. Y quiso deshacerse del saco, mas trabajó en vano, pues el saco estaba tan bien atado como si formara parte de su espalda. Se volvía y revolvía, pero sin conseguir soltar la carga. La vieja se echó a reír, y se puso a saltar muy alegre con su muleta. "No os incomodéis, mi querido señorito," le dijo, "estáis en verdad encarnado como un gallo; llevad vuestro fardo con paciencia; cuando lleguemos a casa os daré una buena propina." ¿Qué había de hacer? tenía que someterse y arrastrarse con paciencia detrás de la vieja, que parecía volverse más lista a cada momento mientras, que su carga era cada vez más pesada. De repente toma carrera salta encima de su saco, y se sienta sobre él; aunque estaba ética, pesaba doble que la aldeana más robusta. Las rodillas del joven temblaron; pero cuando se detenía, le daba en las piernas con una varita. Subió jadeando la montaña y llegó por último a la casa de la vieja, en el mismo momento en que, próximo a sucumbir, hacía el último esfuerzo. Cuando los gansos distinguieron a la vieja extendieron sus picos hacia arriba, sacaron el cuello hacia adelante, y salieron a su encuentro dando gritos de "¡hu! ¡hu!" Detrás de la bandada iba una muchacha alta y robusta pero fea como la noche. "¡Madre!" dijo a la vieja, "¿os ha sucedido algo? Habéis estado fuera mucho tiempo." - "No, hija mía," la contestó, "no me ha sucedido nada malo, por el contrario, este buen señorito, que ves aquí, me ha traído mi hierba, y además, como yo estaba cansada, me ha traído también a cuestas. El camino no me ha parecido muy largo, estábamos de buen humor y hemos tenido una conversación muy agradable." La vieja, por último, se dejó caer al suelo, quitó la carga de la espalda del joven, los cestos de sus manos, le miró alegremente, y le dijo: "Ahora sentaos en ese banco que está delante de la puerta, y descansad. Habéis ganado lealmente vuestro salario y no le perderéis." Después dijo a la joven que cuidaba los gansos: "Vuelve a casa, hija mía, no está bien que te quedes aquí sola con este señorito; no se debe poner la leña junto al fuego, podría enamorarse de ti." El conde ignoraba si debía reírse o llorar. Una mujer de esa clase, dijo por lo bajo, no podía esperar mucho de mi corazón, aunque no tuviera más que treinta años. La vieja sin embargo, cuidó a los gansos como si fueran sus hijos; después entró con su hija en su casa. El joven se echó en el banco bajo un manzano silvestre. La atmósfera estaba serena y no hacia calor; alrededor suyo se extendía una pradera de prímulas, tomillo y otras mil clases de flores; en su centro murmuraba un claro arroyo, dorado por los rayos del sol, y los blancos gansos se paseaban por la orilla o se sumergían en el agua. "Este lugar es delicioso," dijo, "pero estoy tan cansado, que se me cierran los ojos; quiero dormir un poco, siempre que el aire no me lleve las piernas, pues están tan ligeras como la hierba."
En cuanto durmió un instante vino la vieja y le despertó meneándole. "Levántate," le dijo, "no puedes quedarte aquí. Te he atormentado un poco, es verdad; pero no te ha costado la vida. Ahora voy a darte tu salario; tú no necesitas dinero, ni bienes; te daré otra cosa." Diciendo esto le puso en la mano una cajita de esmeralda, de una sola pieza. "Guárdala bien," le dijo, "te traerá la fortuna." El conde se levantó y viendo que estaba descansado y había recobrado sus fuerzas, dio gracias a la vieja por su regalo y se puso en camino sin pensar un instante en mirar a la hermosa ninfa. Se hallaba ya a alguna distancia cuando oía todavía a lo lejos el alegre grito de los gansos.
El conde permaneció tres días perdido en aquellas soledades antes de poder encontrar el camino. Por último llegó a una ciudad, y como no le conocía nadie, se hizo conducir al palacio del rey, donde el príncipe y su mujer estaban sentados en su trono. El conde puso una rodilla en tierra, sacó de su bolsillo la caja de esmeralda y la depositó a los pies de la reina. Le mandó levantarse y fue a presentarla su caja. Pero apenas la había abierto y mirado, cuando cayó en tierra como muerta. El conde fue detenido por los criados del rey, e iba a ser puesto en prisión, cuando la reina abrió los ojos y mandó que le dejaran libre, y que salieran todos, porque quería hablarle en secreto.
Cuando se quedó sola la reina se echó a llorar amargamente y dijo: "¿De qué me sirven el esplendor y los honores que me rodean? Todas las mañanas despierto llena de cuidados y de aflicciones. He tenido tres hijas, la menor de las cuales era tan hermosa que todas la miraban como una maravilla. Era blanca como la nieve, colorada como la flor del manzano, y brillaban sus cabellos como los rayos del sol. Cuando lloraba no eran lágrimas las que caían de sus ojos, sino perlas y piedras preciosas. Cuando llegó a la edad de trece años, mandó el rey venir a sus tres hijas delante de su trono. Era digno de ver cómo abría todo el mundo los ojos cuando entró la menor; creía uno presenciar la salida del sol. El rey dijo: 'Hijas mías, ignoro cuando llegará mi último día; quiero decidir desde hoy lo que debe recibir cada una de vosotras después de mi muerte. Las tres me amáis, pero la que me ame más tendrá la mejor parte.' Cada una dijo que era ella la que amaba más a su padre. '¿No podríais,' repuso el rey, 'explicarme todo lo que me amáis? Así sabré cuáles son vuestros sentimientos.' La mayor dijo: 'Amo a mi padre como al azúcar más dulce.' La segunda: 'Amo a mi padre como al vestido más hermoso.' Pero, la menor guardó silencio. '¿Y tú,' dijo su padre, 'cómo me amas?' - 'No sé,' respondió, 'y no puedo comparar mi amor a nada.' Pero el padre insistió en que designara un objeto. Al fin dijo: 'El mejor de los manjares no tiene gusto para mí si carece de sal; pues bien, yo amo a mi padre como a la sal.' - 'Puesto que me amas como a la sal,' recompensaré, 'también tu amor con sal.' Repartió su reino entre sus dos hijas mayores, e hizo atar un saco de sal a la espalda de la más joven, y mandó dos criados que la condujesen a un bosque inculto. Todos nosotros hemos llorado y suplicado por ella, más no ha habido medio de apaciguar la cólera del rey. ¡Cuánto ha llorado, cuando ha tenido que separarse de nosotros! Ha sembrado todo el camino con las perlas que han caído de sus ojos. El rey no ha tardado en arrepentirse de su crueldad, y ha hecho buscar a la pobre niña por todo el bosque, pero nadie ha podido encontrarla. Cuando pienso en si se le habrán comido las fieras salvajes no puedo vivir de tristeza; a veces me consuelo con la esperanza de que vive todavía y que está oculta en una caverna, o que ha encontrado un asilo entre personas caritativas. Pero lo que me admira es que cuando he abierto vuestra caja de esmeralda encerraba una perla semejante en todo a las que caían de los ojos de mi hija, por lo que podéis imaginar cuánto se ha conmovido a esta vista mi corazón. Es preciso que me digáis cómo habéis llegado a poseer esta perla." El conde la refirió que la había recibido de la vieja del bosque que le había parecido ser una mujer extraña y tal vez hechicera, pero que no había visto ni oído nada que tuviera relación con su hija. El rey y la reina tomaron la resolución de ir a buscar a la vieja, esperando que allí donde se había encontrado la perla hallarían también noticias de su hija.
Estaba la vieja en su soledad, sentada a la puerta junto a su rueca e hilaba. Era ya de noche, y algunas astillas que ardían en el hogar esparcían una débil claridad. De repente oyó ruido fuera: los gansos entraron del matorral a la habitación, dando el más ronco de sus gritos. Poco después entró la joven a su vez. Apenas la vieja la saludó y se contentó con menear un poco la cabeza. La joven se sentó a su lado, cogió su rueca y torció el hilo con la misma ligereza que hubiera podido hacerlo la muchacha más lista. Permanecieron dos horas así sentadas sin decirse una palabra. Sintieron por último ruido junto a la ventana y vieron brillar dos ojos de fuego. Era un mochuelo que gritó tres veces ¡hu! ¡hu! La vieja, sin levantar apenas los ojos, dijo: "Ya es tiempo, hijo mía, de que salgas para hacer tu tarea."
Se levantó y salió. ¿Dónde iba? Lejos, muy lejos, al prado junto al valle. Llegó por último, orilla de una fuente, a cuyo lado se hallaban tres encinas. La luna, se mostraba redonda y llena encima de la montaña, y daba tanta luz, que se podía buscar un alfiler. La niña levantó una piel que cubría su rostro, se inclinó hacia la fuente y comenzó a lavarse. Cuando hubo concluido, metió la piel en el agua de la fuente para que blanquease y se secara a la luz de la luna. ¡Pero qué cambiada estaba la niña! Nunca se ha visto nada semejante. En cuanto desató su trenza gris, sus cabellos dorados brillaban como rayos del sol, y se extendieron como un manto sobre todo su cuerpo. Sus ojos lucían como las estrellas del cielo, y sus mejillas tenían el suave color rosado de la flor del manzano.
Pero la joven estaba triste. Se sentó y lloró amargamente. Las lágrimas cayeron unas tras otras de sus ojos y rodaron hasta el suelo entre sus largos cabellos. Hubiera permanecido allí largo tiempo, si el ruido de algunas ramas que crujían en un árbol próximo no hubiera llegado a sus oídos. Saltó como un corzo que ha oído el disparo del cazador. La luna se hallaba velada en aquel instante por una nube sombría; la niña se cubrió en un momento con la vieja piel y desapareció como una luz apagada por el viento.
Corrió hacia la casa temblando como la hoja del álamo. La vieja estaba a la puerta de pie; la joven quiso referirla lo que la había sucedido, pero la vieja sonrió con cierta gracia y la dijo: "Todo lo sé." La condujo al cuarto y encendió algunas astillas. Pero no se sentó junto a su hija; cogió una escoba y comenzó a barrer y a sacudir el polvo. "Todo debe estar limpio y arreglado aquí," dijo a la joven. "Pero madre mía," repuso esta, "es muy tarde para comenzar este trabajo. ¿A qué viene eso?" - "¿Sabes la hora que es?" la preguntó la vieja. "Aún no son las doce," repuso la joven, "pero ya han dado las once." - "¿No recuerdas," continuó la vieja, "que hace tres años hoy que has venido a mi casa? El plazo ha concluido, no podemos continuar más tiempo juntas." La joven dijo asustada: "¡Ah! buena madre, ¿queréis echarme? ¿dónde iré? Yo no tengo amigos, ni patria, donde hallar un asilo. He hecho todo lo que habéis querido y habéis estado siempre contenta conmigo, no me echéis." La vieja no quería decir a la niña lo que iba a suceder. "No puedo permanecer aquí más tiempo," la dijo, "pero cuando deje esta morada, es preciso que la casa y el cuarto estén limpios. No me detengas, pues, en mi trabajo. En cuanto a ti no tengas cuidado; hallarás un techo en el que podrás habitar y quedarás contenta también con la recompensa que te daré." - "Pero decidme lo que va a pasar," preguntó la joven otra vez. "Te lo repito, no me interrumpas en mi trabajo. No digas una palabra más: ve a tu cuarto, quítate la piel que cubre tu rostro, y ponte el vestido que traías cuando has venido a mi casa; después quédate en tu cuarto hasta que yo te llame."
Pero debo volver a hablar del rey y de la reina, que habían partido con el conde para ir a buscar a la vieja a su soledad. El conde se había separado de ellos durante la noche, y se vio obligado a continuar solo su camino. Al día siguiente le pareció que estaba en el buen camino, y continuó andando hasta cerca del anochecer. Entonces subió a un árbol para pasar la noche, pues temía extraviarse. Cuando alumbró la luna el terreno, distinguió una persona que bajaba de la montaña. Llevaba una vara en la mano, por lo que conoció que era la joven que guardaba los gansos que había visto en la casa de la vieja. ¡Ah! dijo, viene hacia aquí, ya veo a una de las dos hechiceras: la otra no puede escapárseme. Pero ¡cuál fue su asombro cuando la vio acercarse a la fuente, quitarse la piel; cuando la cubrieron sus dorados cabellos y se mostró más hermosa que ninguna de las mujeres que había visto en el mundo! Apenas se atrevía a respirar, pero alargaba el cuello todo lo que podía; a través del follaje, y la miraba sin volver los ojos; ya fuese que se hubiera inclinado demasiado, o por cualquier otra causa, crujió de repente una rama, y vio a la joven en el mismo instante oculta bajo la piel; saltó como un corzo y habiéndose ocultado la luna en aquel momento, se escapó a sus miradas.
Apenas hubo desaparecido, bajó el joven del árbol, y se puso a perseguirla a toda prisa. No había dado más que algunos pasos, cuando vio entre el crepúsculo dos personas que marchaban a través de la pradera. Eran el rey y la reina que habían distinguido desde lejos una luz en la casa de la vieja y se dirigían hacia aquel lado. El conde les refirió las maravillas que había visto cerca de la fuente y no dudaron que hablaba de su perdida hija. Avanzaron alegres y bien pronto llegaron a la casa. Los gansos estaban colocados a su alrededor, dormían con la cabeza oculta bajo las alas, y ninguno se movía. Miraron por la ventana dentro de la habitación, y vieron a la vieja sentada e hilando con la mayor tranquilidad, inclinando la cabeza y sin mover los ojos. El cuarto estaba tan limpio como si estuviera habitado por esas pequeñas sílfides aéreas que no tienen polvo en los pies. Pero no vieron a su hija. Lo miraron todo durante algunos momentos, se animaron por último, y llamaron suavemente a la ventana. Se hubiera dicho que los esperaba la vieja, pues se levantó y les dijo con su voz rústica: "Entrad, ya sé quién sois." En cuanto entraron en el cuarto, añadió la vieja: "Hubierais podido ahorraros ese largo camino, si no hubierais echado injustamente, hace tres años, a vuestra hija que es tan buena y tan graciosa. Nada ha perdido, pues durante tres años ha guardado gansos, en cuyo tiempo no ha aprendido nada malo y ha conservado la pureza de su corazón. Pero estáis suficientemente castigados con la inquietud en que habéis vivido." Después se acercó al cuarto, y dijo: "Sal, hija mía." Se abrió la puerta y salió la hija del rey vestida con su traje de seda, con sus cabellos dorados y sus ojos brillantes. Se hubiera dicho que descendía un ángel del cielo.
Corrió hacia su padre y su madre, se lanzó a su cuello, y abrazó a todos llorando sin poder contenerse. El joven conde se hallaba a su lado y cuando le vio, su rostro se puso encarnado como una rosa; ella misma ignoraba la causa. El rey dijo: "Querida hija, ya he repartido mi reino; ¿qué podré darte a ti?" - "No necesita nada," dijo la vieja, "yo la doy las lágrimas que ha vertido por vosotros; son otras tantas perlas más hermosas que las que se hallan en el mar y son de un precio mucho mayor que todo vuestro reino. Y en recompensa de sus servicios, la doy mi pequeña casa." La vieja desapareció en cuanto dijo estas palabras. Oyeron entonces crujir ligeramente las paredes, y cuando se volvieron encontraron la pequeña casa convertida en un soberbio palacio; una mesa real se hallaba delante de los huéspedes, y los criados iban y venían alrededor.
La historia continúa todavía; pero mi abuela que me la ha referido había perdido un poco la memoria y olvidó lo demás. Creo, sin embargo, que la hermosa hija del rey se casó con el conde; que permanecieron juntos en el palacio, y que vivieron en la mayor felicidad todo el tiempo que Dios quiso. Si los gansos blancos que se guardaban cerca de la casa eran otras tantas jóvenes (no lo echéis a mala parte) que la vieja había recogido a su lado, si tomaron figura humana y quedaron en calidad de damas al lado de la reina, no puedo decirlo aunque lo presumo. Lo cierto es que la vieja no era una hechicera, sino una buena hada que no quería más que hacer bien. Probablemente también fue ella quien concedió a la hija del rey a su nacimiento el don de llorar perlas en vez de lágrimas. Esto no sucede ahora, pues entonces los pobres serían bien pronto ricos.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Maese Lezna era un hombre bajito, delgaducho y movido, que no podía estar un momento quieto. Su cara, de nariz arremangada, era pecosa y lívida; su cabello, gris e hirsuto, y sus ojos, pequeños, pero en continuo movimiento. Nada le pasaba por alto, a todo le encontraba peros, sabía hacer las cosas mejor que nadie y siempre tenía razón. Cuando iba por la calle, accionaba con ambos brazos cual si fuesen remos, y una vez dio una manotada al cubo de agua que llevaba una muchacha, con tanta fuerza que él mismo recibió una ducha.- ¡Pedazo de borrica! - gritóle mientras se sacudía el agua -. ¿No viste que venía detrás de ti?Era zapatero de oficio, y cuando trabajaba, estiraba el hilo con tal violencia, que daba con el puño en las costillas de los transeúntes que no se mantenían a prudente distancia. Ningún oficial duraba más de un mes en su casa, pues siempre tenía algo que objetar, por perfecto y pulido que fuera el trabajo. Ora las puntadas no eran iguales; ora un zapato era más largo o un tacón más alto que el otro; ora el cuero estaba poco batido...- Espera - solía decir a los aprendices -, ¡ya te enseñaré yo cómo se ablanda la piel! - y, cogiendo unas correas, les descargaba unos azotes en la espalda.A todos llamaba gandules, a pesar de que él bien poco trabajaba, pues no era capaz de permanecer sentado y quieto ni un cuarto de hora. Si su mujer se había levantado de madrugada y encendido fuego, saltaba él de la cama y corría descalzo a la cocina.- ¿Quieres pegar fuego a la casa? - gritaba -. ¿Es que vas a asar un toro entero? ¿O crees que me regalan la leña?Si, en el lavadero, las muchachas se ponían a reír y a contarse chismes, allá se presentaba él riñendo y chillando:- Ahí están esas gansas graznando en vez de trabajar. ¿Y qué hace ese jabón en el agua? Un despilfarro escandaloso, y, encima, haraganería. No quieren estropearse las manos, y no frotan la ropa -. Y, en su indignación, tropezaba contra un barreño lleno de lejía e inundaba toda la cocina.Si construían una nueva casa, corría a la ventana a mirarlo:- Otra vez haciendo los muros de arenisca roja - exclamaba -. Una piedra que nunca acaba de secarse. Nadie que habite en esta casa estará sano jamás. Y luego, fijaos en lo mal que colocan las piedras los albañiles. El mortero no vale nada: Gravilla debéis poner y no arena. Aún viviré para ver cómo la casa se derrumba sobre la cabeza de sus habitantes -. Sentábase y daba unas puntadas. Pero un momento después volvía a levantarse de un brinco y exclamaba, desabrochándose el mandil de cuero: ¡Tengo que ir a hablar en serio a esa gente! -. Y la emprendía con los carpinteros -: ¿Qué es eso? - gritábales -. Y la plomada, ¿para qué sirve? ¿Pensáis que las vigas aguantarán? ¡Se os saldrá todo de quicio!Y quitándole a un operario el hacha de la mano, quiso enseñarle a manejarla; pero al mismo tiempo vio acercarse un carro cargado de tierra. Soltó el hacha y corrió al campesino que lo guiaba.- ¿Estás loco? - le dijo -. ¿A quién se le ocurre enganchar caballos jóvenes a un carro tan cargado? Las pobres bestias se os caerán muertas el momento menos pensado -. El campesino no le respondió, y maese Lezna, colérico, volvióse a su taller.Cuando se disponía a ponerse de nuevo al trabajo, el aprendiz le entregó un zapato.- ¿Qué es esto? - le gritó -. ¿No os dije que no cortaseis los zapatos tan anchos? ¿Quién va a comprar un zapato que no tiene más que la suela? ¡Exijo que mis órdenes se cumplan al pie de la letra!- Maestro - respondió el aprendiz -. Sin duda tenéis razón al decir que el zapato no está bien, pero es el mismo que vos cortasteis y empezasteis a coser. Os marchasteis tan aprisa que se os cayó de la mesa, y yo no hice sino recogerlo. ¡Pero a vos no os contentaría ni un ángel que bajase del cielo!Una noche, maese Lezna soñó que se había muerto y se hallaba camino del cielo. Al llegar, llamó ruidosamente a la puerta.- Me extraña - dijo - que no tengan una campanilla; se hiere uno los nudillos golpeando.Acudió a abrir el apóstol San Pedro, curioso de saber quién pedía la entrada con tanta insistencia.- ¡Ah, sois vos, maese Lezna! - dijo -. Os dejaré entrar, pero debo advertiros que habréis de perder vuestra costumbre de criticarlo todo, y no censuraréis lo que veáis en el cielo, pues, de lo contrario, podrías tener un disgusto.- Podíais ahorraros la advertencia - replicó Lezna -. Sé conducirme correctamente, y aquí, a Dios gracias, todo es perfecto y nada hay que merezca crítica, muy al contrario de lo que pasa en la tierra.Entró, pues, y empezó a pasear arriba y abajo por los vastos espacios celestes. Miraba a diestra y siniestra, meneando de vez en cuando la cabeza o refunfuñando entre dientes. Vio dos ángeles que transportaban una viga; era la que un individuo había tenido en el ojo mientras buscaba la paja en el ojo ajeno. Pero llevaban la viga no en el sentido de su longitud, sino en el de la anchura: "¿Habráse visto mayor desatino?", pensó maese Lezna. Pero calló y se tranquilizó, pensando: "En el fondo, ¿qué más da que lleven la viga en Uno u otro sentido, con tal que pueda pasar? Realmente, no veo que choquen con nada". Al poco rato observó a otros dos ángeles que echaban agua de una fuente en un tonel; al mismo tiempo se dio cuenta de que el tonel estaba agujereado, y el agua se salía por todos los lados. Estaban mandando lluvia a la tierra.- ¡Mil diablos! - estalló nuestro hombre; pero reprimiéndose, afortunadamente a tiempo, pensó: "Tal vez es puro pasatiempo; si a uno le divierte, bien puede dedicarse a estas cosas inútiles, particularmente aquí en el cielo, donde, por lo que he podido notar, todo el mundo está ocioso". Prosiguiendo, vio un carro atascado en un profundo agujero.- No es de extrañar - dijo al hombre que estaba a su lado -. ¿A quién se le ocurre cargarlo así? ¿Qué lleváis en él?- Buenos deseos - respondió el hombre -. Con ellos jamás conseguí andar por el camino derecho. Sin embargo, he logrado arrastrar el carro hasta aquí, y no me dejarán en la estacada.Y, en efecto, al poco rato llegó un ángel y le enganchó dos caballos."Muy bien - pensó Lezna -; pero dos caballos no sacaran el carro del atolladero; por lo menos harían falta cuatro". Y he aquí que se presentó un segundo ángel con otros dos caballos; pero no los enganchó delante, sino detrás. Aquello ya era demasiado para maese Lezna:- ¡Zopenco! - exclamó, sin poderse contener -, ¿Qué haces? ¿Cuándo se ha visto, desde que el mundo es mundo, desatascar un carro de este modo? Estos sabihondos presumidos creen entender todas las cosas mejor que nadie.Y hubiera seguido despotricando, de no haberse presentado un morador del paraíso, que lo cogió por el cuello de la chaqueta y, con fuerza irresistible, lo arrojó de la celestial mansión. Desde fuera volvió nuestro hombre a mirar al interior, y vio que cuatro caballos alados estaban levantando el carro.En este momento se despertó maese Lezna. "Verdaderamente, en el cielo las cosas no discurren como en la tierra - díjose para sus adentros -, y pueden disculparse muchas de ellas; pero, ¿quién es capaz de ver con paciencia cómo enganchan caballos delante y detrás de un carro a la vez? Tenían alas, es cierto, pero, ¿cómo iba yo a saberlo? Además, vaya tontería pegar un par de alas a unos animales que ya tienen cuatro patas para correr. Pero tengo que levantarme, pues, de lo contrario, todo irá de cabeza en casa. ¡Suerte que no me he muerto de verdad!".Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Una vez - hace de ello muchísimo tiempo - pasaba un gigante por la carretera real, cuando, de repente, se le presentó un hombre desconocido y le gritó:- ¡Alto! ¡Ni un paso más!- ¡Cómo! - exclamó el gigante -. ¿Un renacuajo como tú, al que puedo aplastar con dos dedos, pretende cerrarme el paso? ¿Quién eres, pues, que osas hablarme con tanto atrevimiento?- Soy la Muerte - replicó el otro -. A mí nadie se me resiste, y también tú has de obedecer mis órdenes.Sin embargo, el gigante se resistió y se entabló una lucha a brazo partido entre él y la Muerte. Fue una pelea larga y enconada; pero, al fin, venció el gigante que, de un puñetazo, derribó a su adversario, el cual fue a desplomarse junto a una roca. Prosiguió el gigante su camino, dejando a la Muerte vencida y tan extenuada que no pudo levantarse. "¿Qué va a ocurrir - díjose - si he de quedarme tendida en este rincón? Ya nadie morirá en el mundo, y va a llenarse tanto de gente que no habrá lugar para todos". En esto acertó a pasar un joven fresco y sano, cantando una alegre canción y paseando la mirada en derredor. Al ver a aquel hombre tumbado, casi sin sentido, se le acercó, compasivo, lo incorporó, le dio a beber de su bota un trago reconfortante y aguardó a que se repusiera.- ¿Sabes quién soy y a quién has ayudado? - preguntó el desconocido, levantándose.- No - respondió el joven -, no te conozco.- Pues soy la Muerte - dijo el otro -. No perdono a nadie, y tampoco contigo podré hacer excepción. Mas para que veas que soy agradecida, te prometo que no te llevaré de manera imprevista, sino que te enviaré antes a mis emisarios para que te avisen.- Bien - respondió el joven -. Siempre es una ventaja saber cuándo has de venir; al menos viviré seguro hasta entonces.Y se marchó, contento y satisfecho, viviendo en adelante con despreocupación. Sin embargo, la juventud y la salud no duraron mucho tiempo; pronto acudieron las enfermedades y los dolores, amargándole los días y robándole el sueño por las noches. "No voy a morir - decíase -, pues la Muerte me debe enviar a sus emisarios; sólo quisiera que pasasen estos malos días de enfermedad".En cuanto se sintió restablecido volvió a su existencia ligera, hasta que, cierto día, alguien le dio un golpecito en el hombro y, al volverse él, vio a la Muerte a su espalda, que le decía:- Sígueme, ha sonado la hora en que tienes que despedirte del mundo.- ¿Cómo? - protestó el hombre -. ¿Vas a faltar a tu palabra? ¿No me prometiste que me enviarías a tus emisarios, antes de venir tú a buscarme? No he visto a ninguno.- ¿Qué dices? - replicó la Muerte -. ¿No te los he estado enviando, uno tras otro? ¿No vino la fiebre, que te atacó, te molió y te postró en una cama? ¿No te turbaron la cabeza los vahídos? ¿No te atormentó la gota en todos tus miembros? ¿No te zumbaron los oídos? ¿No sentiste en las mandíbulas las punzadas del dolor de muelas? ¿No se te oscureció la vista? Y, además, y por encima de todo esto, ¿acaso mi hermano el Sueño no te ha hecho pensar en mí noche tras noche? Cuando dormías, ¿no era como si estuvieses muerto?El hombre no supo qué replicar, y, resignándose a su destino, se fue con la Muerte.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Cuando Dios Nuestro Señor, después de crear el mundo, se disponía a asignar a cada una de sus criaturas el tiempo de duración de su vida, acercósele el asno y le dijo:- Señor, ¿cuántos años viviré?- Treinta - respondióle el Creador -. ¿Te parece bien?- ¡Ah, Señor! - respondió el asno -, son muchos años. Considerad mi penoso destino: desde la mañana hasta la noche transportando pesadas cargas, llevando sacos de grano al molino para que otros coman pan, mientras a mí se me azuza y reanima a latigazos y puntapiés. ¡Acortadme un poco la vida! Compadecióse Nuestro Señor y le redujo la cifra a doce años. El asno se retiró consolado, y presentóse el perro.- ¿Cuánto tiempo quieres vivir? - preguntóle el Creador -. Al asno pareciéronle demasiados treinta años, pero a ti te parecerán bastantes.- Señor - contestó el perro -. ¿Lo queréis así? Pensad en lo que deberé correr; mis pies no resistirán tanto tiempo; y una vez haya perdido la voz para ladrar y los dientes para morder, ¿qué otro recurso me quedará sino el ir de un rincón a otro y pasarme el tiempo gruñendo?Nuestro Señor comprendió que tenía razón, y le restó doce años.A continuación llegó el mono.- A ti seguramente te satisfarán treinta años, ¿verdad? - díjole el Señor -. Tú no necesitas trabajar como el asno y el perro, y siempre estás de buen humor.- ¡Ay, Señor! - exclamó el mono -. Lo parece, pero la realidad es muy distinta. Cuando llueven papas de mijo, yo no tengo cuchara. Estoy condenado a gastar bromas y a hacer muecas para que la gente ría, y cuando me dan una manzana y la muerdo, resulta que está verde. ¡Cuán a menudo se oculta la tristeza tras el regocijo! No resistiré treinta años.Dios, piadoso, le asignó sólo diez.Finalmente, se presentó el hombre, contento, sano, fresco, y pidió a Dios que fijase su tiempo de vida.- Vivirás treinta años - díjole el Señor -, ¿Tienes bastante?- Muy poco es - observó el hombre -. Cuando haya construido mi casa y el fuego arda en mi hogar propio; cuando haya plantado árboles y empiecen a florecer y dar fruto; cuando empiece a gozar de la vida, entonces habré de morir. ¡Oh, Señor, concédeme más tiempo!- Te añadiré los dieciocho años del asno - dijo Dios.- No basta - contestó el hombre.- Pues tendrás también los doce del perro.- Todavía es poco - insistió el hombre.- Mira, te concedo aún los doce del mono, pero no más.Y el hombre se marchó, aunque no satisfecho.He aquí por qué le vida del hombre dura setenta años. Los treinta primeros son los suyos propios, y pasan rápidamente; está sano, alegre, trabaja con ardor y disfruta de la vida. Siguen luego los dieciocho del asno, en que debe llevar una carga sobre otra: tiene que transportar lo que se comerá otro y recibir golpes y puntapiés en premio de sus leales servicios. Llegan después los doce años del perro: ahí lo tenéis por los rincones, gruñendo y sin dientes para mascar. Y cuando este período termina, cierran su vida los diez años del mono: se le ablandan los cascos, se vuelve extravagante, hace toda clase de tonterías y es el hazmerreír de los chiquillos.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
En tiempos muy lejanos hubo un país en que por la noche estaba siempre oscuro, y el cielo se extendía como una sábana negra, pues jamás salía la luna ni brillaban estrellas en el firmamento.De aquel país salieron un día cuatro mozos a correr mundo, y llegaron a unas tierras en que al anochecer, en cuanto el sol se ocultaba detrás de las montañas, aparecía sobre un roble una esfera luminosa que esparcía a gran distancia una luz clara y suave; aun cuando no era brillante como la del sol, permitía ver y distinguir muy bien los objetos. Los forasteros se detuvieron a contemplarla y preguntaron a un campesino, que acertaba a pasar por allí en su carro, qué clase de luz era aquella.- Es la luna -, respondió el hombre -. Nuestro alcalde la compró por tres escudos y la sujetó en la copa del roble. Hay que ponerle aceite todos los días y mantenerla limpia para que arda claramente. Para ello le pagamos un escudo a la semana.Cuando el campesino se hubo marchado, dijo uno de los mozos:- Esta lámpara nos prestaría un gran servicio; en nuestra tierra tenemos un roble tan alto como éste; podríamos colgarla de él. ¡Qué ventaja, no tener que andar a tientas por la noche!- ¿Sabéis qué? - dijo el segundo -. Iremos a buscar un carro y un caballo, y nos llevaremos la luna. Aquí podrán comprar otra.- Yo sé subirme a los árboles - intervino el tercero -. Subiré a descolgarla.El cuarto fue a buscar el carro y el caballo, y el tercero trepó a la copa del roble, abrió un agujero en la luna, pasó una cuerda a su través y la bajó. Cuando ya tuvieron en el carro la brillante bola, la cubrieron con una manta para que nadie se diese cuenta del robo, y de este modo la transportaron, sin contratiempo, a su tierra, donde la colgaron de un alto roble. Viejos y jóvenes sintieron gran contento cuando vieron la nueva luminaria esparcir su luz por los campos y llenar sus habitaciones y aposentos. Los enanos salieron de sus cuevas, y los duendecillos, en su rojas chaquetitas, bailaron en corro por los prados.Los cuatro se encargaron de poner aceite en la luna y de mantener limpio el pabilo, y por ello les pagaban un escudo semanal. Pero envejecieron, y cuando uno de ellos enfermó y previó la proximidad de la muerte, dispuso que depositasen en su tumba, al enterrarlo, la cuarta parte de la luna, de la que era propietario. Cuando hubo muerto, subió el alcalde al roble y, con las tijeras de jardinero, cortó un cuadrante, que fue colocado en el féretro. La luz del astro quedó debilitada, aunque poco. Pero a la muerte del segundo hubo de cortar otro cuarto, con la consiguiente mengua de la luz. Más tenue quedó aún después del fallecimiento del tercero, que se llevó también su parte; y cuando llegó la última hora del cuarto, las tinieblas volvieron a reinar en el país. La gente que salía por la noche sin linterna, se daba de cabezadas, y todo eran choques y trompazos.Pero al unirse, en el mundo subterráneo, los cuatro cuadrantes de la luna e iluminar el reino de las eternas tinieblas, los muertos comenzaron a agitarse y a despertar del último sueño. Extrañáronse al sentir que veían de nuevo: la luz de la luna les bastaba, pues sus ojos se habían debilitado tanto que no habrían podido resistir el resplandor del sol. Levantáronse de sus tumbas y, alegres, reanudaron su antiguo modo de vida: los unos se fueron al juego o al baile; los otros corrieron a las tabernas, donde se emborracharon, alborotaron y riñeron, acabando por sacar las estacas y zurrarse de lo lindo mutuamente. El ruido era cada vez más estruendoso, y acabó dejándose oír en el cielo.San Pedro, celador de la puerta del Paraíso, creyó que el mundo de abajo se había sublevado, y corrió a concentrar a las celestiales huestes para rechazar al enemigo, caso de que el demonio, al frente de los suyos, intentara invadir la mansión de los justos. Pero viendo que no llegaban, montó en su caballo y se dirigió al mundo subterráneo. Allí aquietó a los muertos y los hizo volver a sus sepulturas: luego se llevó la luna y la colgó en lo alto del firmamento.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Un par de siglos atrás, la gente no era tan lista y avisada como es ahora, ni mucho menos. Pues por aquellos días sucedió en una pequeña ciudad el extraño acontecimiento que voy a contaros.Un anochecer llegó de un bosque próximo una de esas grandes lechuzas que solemos llamar búhos o granduques, y fue a meterse en el granero de un labrador, donde pasó la noche. A la mañana siguiente no se atrevió a abandonar su refugio, por miedo a las demás aves, que, en cuanto la descubren, prorrumpen en un espantoso griterío.Cuando el mozo de la granja subió al granero por paja, asustóse de tal modo al ver al búho posado en un rincón, que escapó corriendo y dijo a su amo que en el pajar había un monstruo como no viera otro semejante en toda su vida; movía los ojos en torno a la cabeza, y era capaz de tragarse a cualquiera sin cumplidos.- Ya te conozco - respondió el amo -. Eres lo bastante valiente para correr tras un mirlo en el campo; pero en cuanto ves un pollo muerto, te armas de un palo antes de acercarte a él. Tendré que subir yo mismo, a averiguar qué monstruo es ése que dices.Y dirigiéndose, animoso, al granero, echó una mirada al lugar indicado, y al descubrir al extraño y horrible animal,entróle un espanto parecido al de su criado. Bajó en dos saltos y corrió a alarmar a los vecinos, pidiéndoles asistencia contra un animal peligroso y desconocido, que podía poner en peligro a toda la ciudad si le daba por salir de su granero.Movióse gran alboroto y griterío en las calles. Los burgueses acudieron armados de chuzos, horquillas, hoces y hachas, como si se tratase de presentar batalla a algún formidable enemigo. Luego se presentaron también los miembros del Consejo, con el burgomaestre a la cabeza, y, una vez formados todos en la plaza del mercado, iniciaron la marcha hacia el granero y lo rodearon por todas partes. Adelantóse entonces uno de los más bravos y entró pica en ristre; pero inmediatamente volvió a salir, pálido como un muerto e incapaz de proferir palabra tras el grito de espanto que le había arrancado la vista del monstruo. Otros dos se aventuraron a probar suerte, pero retrocedieron tan aterrorizados como el primero.Finalmente, avanzó un individuo alto y forzudo, famoso por sus hazañas guerreras, y dijo:- Con sólo mirarla no ahuyentaréis esa bestia monstruosa. Hay que actuar en serio; mas veo que todos sois unas mujerzuelas y que nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato.Pidió que le prestasen una armadura, espada y pica, y se aprestó al combate. Todos ensalzaron su valor, y eran muchos los que temían por su vida. Abrieron la doble puerta del granero y apareció el búho, que, entretanto, se había posado en uno de los grandes travesaños. Mandó él que trajesen una escalera de mano, y cuando la colocó y se dispuso a encaramarse en ella, todos lo animaron a gritos y lo encomendaron a San Jorge, el matador del dragón. Llegado arriba, cuando el búho comprendió sus propósitos agresivos, turbado, además, por el griterío de la multitud y no viendo el medio de escapar, empezó a girar los ojos, erizó las plumas, desplegó las alas y, castañeando con el pico, con voz ronca lanzó su grito:"¡Chuhú, chuhú!".- ¡Embístele, embístele! - gritaba la gente desde abajo al esforzado héroe.- Si estuvierais aquí conmigo - respondió él -, a buen seguro que no gritaríais así. - Subió otro peldaño; pero entróle un fuerte temblor y emprendió la retirada, casi desmayado.Ya no quedaba nadie dispuesto a arrostrar el peligro.- Este monstruo - decían -, con sólo su grito y su aliento ha envenenado y malherido al más fuerte y valiente de nuestros hombres. ¿Vamos también a exponer la vida de los demás?Deliberaron acerca de lo que convenía hacer para evitar la ruina de la ciudad. Durante buen rato nadie encontró remedio; hasta que, por fin, el alcalde dijo.- Mi opinión es la de que todos contribuyamos a indemnizar al propietario el valor de este granero con todo lo que contiene, grano, paja y heno, y le peguemos fuego para que se incendie todo con la terrible bestia; de esta manera, nadie habrá de exponer su vida. Es un caso en que no hay que andarse con reparos; la tacañería sería contraproducente.Todo el mundo se declaró conforme con la proposición e incendiaron el pajar por los cuatro costados, y junto con él quedó el pobre búho reducido a cenizas. Y el que no quiera creerlo, que vaya a preguntarlo.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
- ¿Dónde preferís llevar a pacer vuestro rebaño? - preguntó alguien a un viejo pastor de vacas.- Aquí, señor, donde la hierba no es ni demasiado grasa ni demasiado magra; de otro modo no va bien.- ¿Por qué no? - preguntó el otro.- ¿No oís desde el prado aquel grito sordo? - respondió el pastor -. Es el alcaraván, que en otros tiempos fue pastor; y también lo era la abubilla. Os contaré la historia.El alcaraván guardaba su ganado en prados verdes y grasos en los que crecían las flores en profusión; por ello sus vacas se volvieron bravas y salvajes. En cambio, la abubilla las conducía a pacer a las altas montañas secas, donde el viento juega con la arena; por lo cual sus vacas enflaquecieron y no llegaron a desarrollarse. Cuando, al anochecer, los pastores entraban el ganado, el alcaraván no conseguía reunir sus vacas, pues eran petulantes y se le escapaban. Ya gritaba él: "¡Manchada, aquí!"; pero era inútil; no atendían a su llamada. Por su parte, la abubilla tampoco podía juntarlas, por lo débiles y extenuadas que se hallaban. "¡Up, up, up!", les gritaba; pero todo era en vano; seguían tumbadas en la arena. Esto sucede cuando no se procede con medida. Todavía hoy, aunque ya no guardan rebaños, gritan: el alcaraván, "¡Manchada, aquí!", y la abubilla. "¡Up, up, up!".Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Hacía ya mucho tiempo que los peces andaban descontentos, a causa del desorden que entre ellos reinaba. Ninguno respetaba los derechos de los demás; cada cual nadaba a derecha o izquierda, a su capricho; pasaba entre los que iban juntos, o les obstruía el paso, y el más fuerte pegaba un coletazo al más débil, mandándolo a gran distancia; y esto cuando no se lo zampaba, sin más.- ¡Qué maravilloso sería tener un rey que impusiera el derecho y la justicia! - decíanse. Y convinieron en elegir por rey al que surcase las aguas con más rapidez y supiese prestar auxilio al débil.En consecuencia, colocáronse en fila en la orilla y, a una señal que hizo el lucio con la cola, todos emprendieron la carrera. El lucio salió disparado como una flecha, y, con él el arenque, el gobio, la perla, la carpa y tantísimos otros. Hasta la platija se lanzó con los demás, con la esperanza de alcanzar la meta.De pronto resonó la voz:- ¡El arenque es el primero! ¡El arenque es el primero!- ¿Quién es el primero? - preguntó, mohína, la achatada y envidiosa platija.- El arenque, el arenque - respondiéronle.- ¿Ese pelado de arenque? - protestó la envidiosa. Y desde aquel momento, en castigo, la platija tiene la boca torcida.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
En tiempos remotísimos todos los sonidos y ruidos tenían su sentido y significación. Lo tenía el martillo del herrero al dar contra el yunque, y el cepillo del carpintero al labrar la madera, y la rueda del molino al ponerse en acción. Decía ésta, con su tableteo: "¡Ayúdanos, Señor Dios! ¡Ayúdanos, Señor Dios!". Y si el molinero era un ladrón, al poner en marcha el molino, hablaba éste en buen castellano y empezaba preguntando, lentamente:- ¿Quién hay? ¿Quién hay? - y luego contestaba con rapidez -: ¡El molinero! ¡El molinero! - y, finalmente, a toda velocidad -: ¡Roba sin temor, roba sin temor! ¡Del tonel, tres sextos!Por aquellos tiempos, incluso las aves tenían su propio lenguaje, inteligible para todo el mundo; hoy en día suena a gorjeos, chillidos o silbidos y, en algunos pájaros, a música sin palabras. Pero he aquí que se les metió a las aves en el meollo la idea de que necesitaban un jefe que las mandase, y decidieron elegir un rey. Sólo una, el avefría, se manifestó disconforme: siempre había vivido libre, y libre quería morir; y, así, todo era volar de un lado para otro, angustiada y gritando:- ¿Adónde voy, adónde voy? - hasta que se retiró a los pantanos solitarios y desiertos, sin dejarse ver de sus semejantes.Las demás aves decidieron deliberar sobre el asunto, y una hermosa mañana de mayo, saliendo de bosques y campos, se congregaron: el águila, el pinzón, la lechuza, el grajo, la alondra, el gorrión... ¿Para qué mencionarlas todas? Incluso acudieron el cuclillo y la abubilla, su sacristán, así llamado porque siempre se deja oír unos días antes que la abubilla. Y también compareció un pajarillo muy pequeñín, que todavía no tenía nombre. La gallina, que, casualmente, no se había enterado del asunto, admiróse al ver aquella enorme concentración:- Ca-ca-ca-cá, ¿qué pasa ahí? - púsose a cacarear. Pero el gallo la tranquilizó, explicándole el objeto de la asamblea.Decidióse que sería rey el que fuese capaz de volar a mayor altura. Una rana de zarzal que contemplaba todo desde una mata, exclamó, en tono de advertencia, al oír aquello:- ¡Natt-natt-natt! ¡Natt-natt-natt! -, convencida de que la decisión haría verter muchas lágrimas. Pero el grajo replicó:- ¡Cuark ok! -, significando que todo se resolvería pacíficamente.Acordaron que se efectuaría la prueba aquella misma mañana, para que nadie pudiese luego decir:- Yo habría volado más alto; pero llegó la noche y tuve que bajar.Ya de acuerdo, a una señal convenida elevóse en los aires aquel tropel de aves. Levantóse una gran polvareda en el campo, prodújose un estruendoso rumoreo y aleteo, y pareció como si una nube negra cubriese el cielo. Las aves pequeñas no tardaron en quedar rezagadas; agotadas su fuerzas, volvieron a la tierra. Las mayores resistieron más, aunque ninguna pudo rivalizar con el águila, la cual subió tan alto que habría podido sacar los ojos al sol a picotazos. Al ver que ninguna otra le seguía, pensó: "¿Para qué subir más? Indudablemente, soy la reina", y empezó a descender. Las demás aves, desde el suelo, la recibieron al grito de:- ¡Tú serás nuestra reina; nadie ha volado a mayor altura que tú!- ¡Excepto yo! - exclamó el pequeñuelo sin nombre, que se había escondido entre las plumas del águila. Y como no se había fatigado, pudo seguir subiendo, tanto, que llegó a ver a Dios Nuestro Señor sentado en su trono. Y, una vez arriba, recogió las alas y se dejó caer como un plomo, gritando, con su voz fina y penetrante:- ¡Rey soy yo! ¡Rey soy yo!- ¿Tú nuestro rey? - protestaron las aves, airadas -. Has ganado con engaño y astucia.Y entonces pusieron otra condición. Sería rey aquel que fuese capaz de meterse más profundamente en la tierra. ¡Era de ver cómo el ganso restregaba el ancho pecho contra el suelo! ¡Con cuánto vigor abrió el gallo un agujero! El pato fue el menos afortunado, pues si bien saltó a un foso, torcióse las patas y echó a correr, anadeando, hasta la charca próxima, mientras gritaba:- ¡Güek, güek! - que quiere decir: "¡mal negocio!". En cambio, el pequeño sin nombre se buscó un agujero de ratón. Metióse en él, y desde el fondo, gritó con su voz fina:- ¡Rey soy yo! ¡Rey soy yo!- ¿Tú nuestro rey? - repitieron las aves, más indignadas todavía -. ¿Piensas que van a valerte tus ardides?Y decidieron retenerlo prisionero en la madriguera, condenándolo a morir de hambre. Para ello, encargaron de su custodia a la lechuza, con la consigna de no dejar escapar al bribonzuelo, bajo pena de muerte. Al llegar la noche, todas las aves, cansadas del ejercicio de vuelo a que habían debido someterse, se retiraron a sus respectivas moradas, con sus esposas e hijos; sólo la lechuza se quedó junto al agujero del ratón, con los grandes ojos clavados en la entrada. Sin embargo, como también ella se sintiera cansada, pensó: "Bien puedo cerrar un ojo; velaré con el otro, y este diablillo no escapará de la ratonera". Y, así, cerró un ojo, manteniendo el otro clavado en la madriguera. El pajarillo sacaba de vez en cuando la cabeza con el propósito de escapar; mas la lechuza seguía vigilante, y él no tenía más remedio que meterse de nuevo en el escondite. Al cabo de un rato, la lechuza cambió de ojo para descansar el primero, con la idea de relevarlos hasta que llegase la mañana. Pero una vez que cerró uno, se olvidó de abrir el otro y se quedó dormida. El pequeñuelo no tardó en darse cuenta de ello y se escapó.Desde entonces, la lechuza no puede dejarse ver durante el día; de lo contrario, todas las demás aves la persiguen y la cosen a picotazos. De aquí que únicamente salga a volar por la noche y de que odie y persiga a los ratones, a causa de los agujeros que se abren. Tampoco el pajarillo se presenta mucho en público, temeroso de perder la cabeza si lo cogen. Se oculta entre los setos, y. cuando cree estar muy seguro, suele gritar todavía:¡Rey soy yo! - por lo cual las demás aves lo llaman, en son de burla, el reyezuelo.Pero ninguna sintióse tan contenta como la alondra, pues no tenía que obedecer al reyezuelo. En cuanto el sol aparece en el horizonte, se eleva en los aires y canta:- ¡Ah, qué bello es! ¡Bello, bello! ¡Ah, qué bello es!Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Érase una vez un sastre gruñón y pendenciero. Por buena, trabajadora y piadosa que fuese su mujer, nunca acertaba a hacer las cosas a gusto de su marido. Siempre estaba él descontento, refunfuñando, riñéndole, zarandeándola y pegándole. Al fin, su conducta llegó a conocimiento de la autoridad, la cual lo hizo detener y encerrar en la cárcel para que se enmendase. Después de pasar una temporada a pan y agua, fue puesto en libertad, bajo promesa de que no volvería a maltratar a su mujer, sino que viviría en buena paz y armonía, compartiendo con ella las penas y las alegrías, como es de ley entre los casados.Durante un tiempo marcharon bien las cosas; pero luego volvió a sus maneras antiguas, mostrándose otra vez pendenciero y gruñón; y como no podía pegarle, trataba de agarrarla por los cabellos y zarandearla. Escapaba entonces la mujer y salía corriendo al patio; mas él la perseguía, armado de la vara de medir y de las tijeras, y arrojándole cuanto hallaba a mano. Si la acertaba, se echaba a reír; pero si la fallaba, todo eran improperios e insultos. Esta situación duró hasta que los vecinos intervinieron en favor de la infeliz. El sastre hubo de comparecer de nuevo ante el tribunal, y se le recordó su promesa.- Señores jueces - respondió -, he cumplido lo que prometí; no le he pegado, sino que he compartido con ella las alegrías.- ¿Cómo es eso - replicó el juez -, cuando hay otra vez tantas quejas contra ti?- No le he pegado. Lo que ocurre es que, al verla tan guapa, quise peinarle el pelo con las manos, pero ella huía de mí, pues es muy maliciosa. Entonces yo corrí detrás para obligarla a cumplir con su obligación y recordarle sus deberes; y le tiraba cuanto tenía a mano. He compartido con ella las penas y las alegrías; pues cuando la acertaba, yo recibía gusto y ella pesadumbre; y si fallaba, la pesadumbre era para mí, y el gusto para ella.Los jueces no se dieron por satisfechos con su respuesta y mandaron darle la recompensa merecida.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Un pobre leñador vivía, con su mujer y tres hijas, en una cabaña situada al borde de un solitario bosque. Una mañana, al salir para su trabajo, dijo a su esposa:- Haz que la chica mayor me lleve la comida al bosque, pues no tendría tiempo de acabar. Y para que no se pierda - añadió -, me llevaré una bolsa de mijo y lo esparciré en el camino.Cuando el sol estuvo muy alto, la muchacha se fue en busca de su padre con un puchero de sopas. Pero los gorriones, alondras, pinzones, mirlos y verderones se habían comido el grano hacía ya muchas horas, y la joven no encontró el camino. Estuvo andando a la ventura, hasta que se puso el sol y llegó la noche. En la oscuridad, los árboles rumoreaban, y silbaban los mochuelos, por lo cual la chica empezó a sentir miedo.Al fin, descubrió a lo lejos una luz que brillaba entre los árboles: "Seguramente vivirá alguien allí - pensó -; me dejarán pasar la noche con ellos" y se encaminó hacia la luz. No tardó en llegar a una casa cuyas ventanas aparecían iluminadas. Llamó, y una voz ruda dijo desde dentro:- ¡Adelante!Entró la muchacha en el oscuro vestíbulo, y dio unos golpecitos a la puerta.- ¡Adelante! - repitió la voz; y al abrir ella encontróse ante un hombre viejo y canoso sentado a una mesa; tenía el rostro apoyado en ambas manos, y la blanca barba le llegaba casi al suelo. Junto al hogar había tres animales: un pollito, un gallito y una vaca manchada. La muchacha explicó al viejo su percance y le pidió que le permitiese pasar la noche en la casa. Dijo entonces el hombre:
"Polluelo bonito, mi caro gallito, y tú, buena vaca manchada, ¿qué decís a la niña extraviada?".
- ¡Duks! - respondieron los animales, lo cual, sin duda, querría decir: "¡Nos place!", pues el viejo prosiguió -: Aquí hay de todo en abundancia; ve al hogar y prepara la cena.La muchacha encontró de todo en la cocina y guisó una cena apetitosa, pero sin pensar en los animales. Trajo la fuente a la mesa y, sentándose con el anciano, comió hasta quedar satisfecha. Cuando hubo terminado, dijo:- Ahora estoy cansada. ¿Dónde hay una cama en que pueda acostarme y dormir?Los animales respondieron:
"Con él has comido, con él has bebido; de nosotros, nada quisiste saber. Donde pasas la noche, presto vas a ver".
Y dijo el viejo:- Sube por esta escalera y encontrarás una habitación con dos camas; sacúdelas y ponles ropa limpia; yo iré pronto a dormir.Subió la muchacha, y cuando tuvo hechas las camas acostóse en una de ellas, sin aguardar al viejo. Al cabo de un rato entró éste y, contemplando a la muchacha a la luz de la lámpara, meneó la cabeza. Al ver que estaba profundamente dormida, abrió un escotillón y la dejó caer a la bodega.El leñador regresó a su casa al anochecer y riñó a su esposa por haberle hecho pasar hambre todo el día.- No tengo yo la culpa - justificóse la mujer -, pues mandé a la chica con la comida; debe de haberse extraviado y no volverá hasta mañana.Al alba se levantó el leñador para marcharse de nuevo, y encargó que su hija segunda le llevase la comida.- Tomaré una bolsa con lentejas - dijo -; los granos son mayores que los de mijo; la chica los verá mejor y no errará el camino.A mediodía salió la hija segunda con el puchero. Pero las lentejas ya no estaban; como la víspera, los pájaros del bosque se las habían comido, sin dejar ni una. La muchacha anduvo vagando por la selva hasta la noche. Llegó, a su vez, a la casa del viejo e, invitada a entrar, pidió cena y refugio. El hombre de la barba blanca volvió a preguntar a los animales:
"Polluelo bonito, mi caro gallito, y tú, buena vaca manchada, ¿qué decís a la niña extraviada?".
Los animales respondieron también: - ¡Duks! -, y se repitió la escena de la noche anterior. La chica preparó una buena cena, comió y bebió con el abuelo; mas ni por un momento se le ocurrió pensar en los animales. Y cuando preguntó por la cama, contestaron éstos:
"Con él has comido, con él has bebido; de nosotros, nada quisiste saber. Donde pasas la noche, presto vas a ver".
Una vez estuvo dormida entró el viejo, miróla, moviendo la cabeza, y la precipitó a la bodega.Al tercer día dijo el leñador a su esposa:- Envíame hoy a la pequeña con la comida; siempre se ha mostrado buena y obediente, y no se apartará del camino como sus hermanas, esos abejorros que sólo van a lo suyo.La madre se resistía:- ¿He de perder también a mi hija predilecta? - dijo.- No temas nada - replicóle él -. La niña no se extraviará, pues es lista y juiciosa; además, yo esparciré guisantes que son mayores que las lentejas y le mostrarán el camino.Pero cuando la muchachita llegó al bosque con su cesta, las palomas torcaces tenían los guisantes en el buche, por lo que ella no supo adónde dirigirse. Preocupada en extremo, pensaba constantemente en que su pobre padre sufría hambre y que su madre estaría inquieta si ella no regresaba pronto. Al fin, cuando ya oscureció, viendo la lucecita encaminóse a la casa del bosque. Muy modosita, pidió que la albergasen por aquella noche, y el hombre de la blanca barba volvió a preguntar a los animales:
"Polluelo bonito, mi caro gallito, y tú, buena vaca manchada, ¿qué decís a la niña extraviada?".
- ¡Duks! - contestaron. Acercóse entonces la muchachita al hogar donde yacían los animales, y acarició al pollito y al gallito, alisándoles las plumas, y a la vaca, rascándole entre los cuernos. Y cuando, siguiendo las indicaciones del abuelo, hubo preparado una buena sopa y traído la fuente a la mesa, dijo:- ¿Voy a comer yo, dejando que no tengan nada estos pobres animales? Ahí fuera hay de todo en gran abundancia; empezaré por ellos.Salió a buscar cebada y la echó a los pollos, y para la vaca trajo un buen montón de heno oloroso.- Vaya, comed y hartaos, buenos animales - díjoles -: y si tenéis sed, os daré también un buen trago -. Y les trajo un cubo de agua. El polluelo y el gallito se subieron al borde y, metiendo el pico en el líquido, levantaron luego la cabeza, bebiendo como lo hacen las aves; la vaca, por su parte, vació medio cubo.Una vez los animales estuvieron servidos, la niña se sentó a la mesa en compañía del viejo y cenó con lo que él había dejado. Al cabo de un rato, el polluelo y el gallito empezaron a meter la cabeza bajo las plumas, y la vaca, a parpadear. Dijo entonces la muchachita:- ¿No sería hora de irnos a dormir?Los animales contestaron: "¡Duks!"
"Con nosotros comiste, con nosotros bebiste, de nosotros te acordaste, cariñosa. Ve a dormir, y en buena paz reposa".
Subió la niña las escaleras, sacudió las almohadas de pluma y puso ropa limpia en las camas. Luego fue el viejo a acostarse, y la blanca barba le llegaba a los pies. La muchachita se metió en la otra cama, rezó sus oraciones y se quedó dormida.Durmió tranquilamente hasta media noche, hora en que se produjo en la casa un extraño rumor que la despertó. Oíanse en las esquinas raros crujidos y chirridos, y la puerta se abrió bruscamente, dando contra la pared; crepitaban las vigas, como si las arrancasen de quicio; pareció como si se derrumbase la escalera, y, finalmente, se oyó un estruendo, como si el tejado se viniese abajo. Como luego volvió a aquietarse todo sin que la chiquilla sufriese daño alguno, tranquilizóse y volvió a dormirse. Pero cuando se despertó a la mañana siguiente, ya bajo un sol espléndido, ¿qué diréis que vieron sus ojos? Hallábase en un espacioso salón, y en derredor todo brillaba con extraordinaria magnificencia; de las paredes salían, hacia lo alto, doradas flores sobre un fondo de seda verde; la cama era de marfil, y el dosel, de terciopelo rojo; y en una silla colocada al lado había unas chinelas bordadas con perlas. La muchachita creía estar soñando, pero en esto entraron tres criados, en ricas libreas, y le pidieron sus órdenes.- Podéis iros - respondióles ella -; yo me levantaré enseguida a preparar una sopa para el viejo y dar de comer al polluelo, al gallito y a la buena vaca manchada.Pensaba que el viejo se había levantado ya; mas al dirigir los ojos a su cama la vio ocupada por un desconocido. Fijóse mejor y se dio cuenta de que era un hombre joven y hermoso, el cual se despertó y dijo:- Soy un príncipe, a quien una malvada bruja encantó, condenándome a vivir en el bosque bajo la figura de un viejo de barba blanca, sin que nadie pudiese estar a mi lado, aparte mis tres criados, convertidos, a su vez, en un polluelo, un gallito y una vaca de piel manchada. Y el encantamiento no había de cesar hasta que llegase a nuestra casa una muchacha de corazón tan bondadoso, que se mostrase caritativa no sólo con los hombres, sino también con los animales. Y ésa fuiste tú, por lo que a media noche quedamos todos redimidos, y la casa del bosque se transformó de nuevo en mi antiguo palacio real.Cuando se hubieron levantado, mandó el príncipe a sus tres criados que fuesen en busca de los padres de la muchacha y los acompañasen al castillo como invitados de boda.- Pero, ¿dónde están mis dos hermanas? - preguntó la muchacha.- Las encerré en la bodega, y mañana serán conducidas al bosque, donde servirán, en casa de un carbonero, hasta que se hayan enmendado y no hagan pasar hambre a los pobres animales.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
La flaca Elisa pensaba de modo muy distinto que el holgazán Enrique y la gorda Trini, a quienes no había modo de sacar de la cama. Se desvivía trabajando de la mañana a la noche, y obligaba también a trabajar a su marido, el larguirucho Lorenzo, de tal manera, que el pobre lo pasaba peor que un asno bajo la carga de tres sacos. Pero todo resultaba inútil; ni tenían nada ni conseguían prosperar lo más mínimo. Una noche, estando acostada y tan rendida que apenas podía menearse, los pensamientos no la dejaban conciliar el sueño. Despertó a su marido de un codazo en las costillas, y le dijo:- Escucha, Lorenzo. ¿Sabes qué he pensado? Pues que si me encontrase un escudo y alguien me regalase otro, pediría prestado un tercero y tú me darías uno; y así, con los cuatro, compraría una vaca joven.No le pareció mal la idea al hombre:- Claro que - observó - no sé de dónde voy a sacar yo el escudo que tú quieres que te dé. De todos modos, si tuvieras el dinero y te bastase para comprar una vaca, obrarías santamente poniendo en práctica tu ocurrencia. Me encanta pensar - añadió - que la vaca pudiera tener una ternerita; al menos podría, de cuando en cuando, tomarme un vasito de leche.- La leche no sería para ti - replicó la mujer -, pues la ternera habría de mamar para que engordara y pudiésemos venderla bien.- Cierto - asintió el marido -; mas un poquitín de leche, bien podría tomármela; ningún mal habría en ello.- ¿Y qué sabes tú de vacas? - replicó la mujer-. Haya o no mal en ello, no lo quiero, y por mucho que te emperres no probarás una gota de leche. ¡Grandullón, nunca estás harto! ¿Crees que voy a dejar que te tragues lo que tanto sacrificio me ha costado?- Mujer - contestó Lorenzo -. Cállate o te arreo una bofetada.- ¡Cómo! - exclamó ella -; ¡te atreves a amenazarme, glotón, pícaro, gandul! -, y trató de agarrarlo de los pelos; pero el larguirucho esposo se incorporó y, sujetando con una mano los desmirriados brazos de Elisa, con la otra le apretó la cabeza contra la almohada y la mantuvo así hasta que la mujer se cansó de echar pestes y se quedó dormida. Lo que ignoro es sí, al despertarse al día siguiente, continuó buscándole camorra o si se marchó en busca de los escudos que necesitaba.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Murió un campesino pobre y piadoso y llegó a la puerta del cielo. Pero encontróse allí con un señor muy rico y opulento, que también pedía entrada. Acudió San Pedro con la llave, abrió la puerta y dejó pasar al señor. Sin duda no vio al humilde campesino, y lo dejó fuera. Desde el exterior, el hombre oyó cómo el rico era recibido con gran regocijo, al son de músicas y cantos. Cuando se restableció la calma, volvió San Pedro, abrió la puerta e invitó al campesino a entrar. Éste pensaba que también se le acogería con música; pero vio que todo permanecía tranquilo. Cierto que lo recibieron muy amablemente, y que los ángeles salieron a su encuentro; pero nada de cantos ni músicas. Entonces preguntó el buen hombre a San Pedro por qué no cantaban en su obsequio como habían hecho con el rico. Por lo visto, en el cielo había las mismas desigualdades que en la tierra. Respondióle San Pedro:- ¡No digas tal cosa! Para nosotros, tú eres tan bien venido como otro cualquiera, y puedes gozar de la misma dicha que el rico. Lo que pasa es que campesinos pobres y humildes como tú, llegan todos los días; pero lo que es señores ricos, apenas entra uno cada cien años.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Éranse un hombre y una mujer que tenían un hijo y vivían completamente solos en un valle muy apartado. Ocurrió que un día la madre se fue por leña y a recoger ramillas de pino, y se llevó consigo al pequeño Juan, que no tendría entonces más de dos años. Como estaban en primavera y el niño se entretenía mucho buscando florecillas, la madre se adentró cada vez más en el bosque. De pronto salieron dos bandidos de la maleza, apresaron a la madre y al hijo y se los llevaron a lo más tenebroso y profundo de la selva, a un lugar donde raramente se aventuraba nadie. La pobre mujer rogó y suplicó a los bandoleros que la dejasen en libertad con su hijito; pero aquellos hombres tenían el corazón de roca y, desoyendo las súplicas y lamentaciones de la pobre campesina, se la llevaron por la fuerza. Después de dos horas de penosa marcha entre matas y espinos llegaron a una roca, en la que había una puerta, la cual se abrió al llamar los bandidos. Después de seguir un largo y tenebroso corredor, entraron, finalmente, en una espaciosa cueva, iluminada por un fuego que ardía en el hogar. De sus paredes colgaban espadas, sables y otras armas, que brillaban a la luz de la hoguera. En el centro, alrededor de una mesa negra, otros bandoleros estaban jugando; en el lugar más elevado de la cueva se hallaba el capitán. Éste, al ver a la mujer, se dirigió a ella y le dijo que no se preocupase ni temiese nada; no se le causaría ningún daño, y únicamente tendría que cuidar del gobierno doméstico; y si mantenía las cosas en orden, no lo pasaría mal. Diéronle luego de comer y le indicaron una cama, en la que se acostó con su hijo.La mujer vivió muchos años con los ladrones. Juan creció y se hizo fuerte y robusto. Su madre le contaba historias, y le enseñó a leer sirviéndose de un libro de caballerías que encontró en la cueva. Cuando Juan cumplió los nueve años, armóse de un recio garrote, que hizo con una rama de abeto, y lo escondió detrás de su cama. Luego fue a su madre y le dijo:- Madre, dime de una vez quién es mi padre, pues quiero y debo saberlo.Pero la mujer guardó silencio; no quería decírselo, para que el pequeño no lo echara de menos, pues sabía muy bien que los bandidos no lo dejarían marcharse. Pero se le partía el corazón al pensar que Juan no podía volver al lado de su padre. Cuando los ladrones llegaron aquella noche de sus rapiñas, Juan sacó su garrote y, encarándose con el capitán, le dijo:- Ahora quiero saber quién es mi padre, y si no me lo dices enseguida, te derribo de un garrotazo.Echóse a reir el capitán y largó a Juan tal bofetón que lo tiró debajo de la mesa. Levantóse el niño sin chistar y pensó:"Esperaré otro año, y entonces volveré a probar; tal vez me salga mejor".Transcurrido el año, volvió el chiquillo a sacar su garrote, le quitó el polvo y, contemplándolo, se dijo: "Es un buen garrote y muy recio".Al anochecer regresaron los bandidos y se pusieron a beber, vaciando jarro tras jarro, hasta que empezaron a dar cabezadas. Sacó entonces Juanito su estaca y, volviendo a encararse con el capitán, le preguntó quién era su padre. El hombre le respondió con otra bofetada tan fuerte, que el chiquillo fue a parar nuevamente bajo la mesa. Pero se levantó enseguida y se puso a arrear estacazos sobre el capitán y los bandoleros, dejándolos a todos incapaces de mover brazos y piernas. La madre, desde un rincón, contemplaba, admirada, la valentía y el vigor de su hijo, el cual, cuando hubo terminado su tarea, se fue a ella y le dijo:- Esta vez ha sido en serio; pero ahora debo saber quién es mi padre.- Mi querido Juan - respondió la madre -, ven, marchémonos a buscarlo, hasta que lo encontremos.Quitó al capitán la llave de la puerta, y el niño cogió un saco harinero y lo llenó de oro, plata y otros objetos de valor; luego se lo cargó a la espalda y los dos abandonaron la caverna. ¡Qué ojos abrió el niño al pasar de las tinieblas a la luz del día y contemplar el verde bosque con sus flores y pájaros, y el sol matutino en el cielo! Se quedó inmóvil de asombro, como si no estuviese en sus cabales. La madre buscó el camino de su casa, y al cabo de un par de horas de andar, llegaron, felizmente, a su solitario valle y a su casita. El padre, que estaba sentado a la puerta, lloró de alegría al reconocer a su esposa y saber que Juan era su hijo, pues los había dado por muertos a ambos desde hacía muchos años. El niño, a pesar de que no tenía más que doce, le llevaba a su padre toda la cabeza.Entraron los tres juntos en la casita, y al dejar Juan el saco en el suelo, todo el edificio empezó a crujir; el banco se partió y se hundió en el suelo, y el pesado saco cayó a la bodega.- ¡Dios nos ampare! - exclamó el padre -. ¿Qué es esto? Has derruido nuestra casa.- No te preocupes por eso, padre - respondióle Juan -. Este saco contiene más dinero del que se necesita para construir una casa nueva.Padre e hijo se pusieron enseguida a levantar una nueva Vivienda, y luego compraron ganado y tierras y las explotaron. Juan araba los campos, y cuando guiaba el arado e introducía la reja en el suelo, los bueyes casi no habían de tirar ni hacer fuerza alguna. Al llegar la primavera, dijo el muchacho:- Padre, guardaos todo el dinero y procuradme un bastón que pese un quintal, pues quiero salir a correr mundo.Cuando tuvo el bastón, abandonó la casa de su padre y se puso en camino. Al llegar a un espeso y tenebroso bosque, oyó de pronto unos crujidos y chasquidos; paseó la mirada en torno suyo y vio un abeto que, desde el pie a la copa, aparecía retorcido como una cuerda; y, al levantar los ojos, vio un tipo altísimo que, abrazado al árbol, lo estaba torciendo como si fuese un mimbre.- ¡Eh! - gritó Juan -. ¿Qué estás haciendo ahí arriba?- Ayer recogí un haz de leña - contestó el otro -, y hago una cuerda para atarlo."Me gusta ese individuo - pensó Juanito -; es forzudo", y le dijo:- Deja eso y vente conmigo.Cuando hubo bajado aquel hombre, resultó que le llevaba a Juan toda la cabeza, y eso que nuestro amigo no tenía nada de bajo.- Desde ahora te llamarás Tuercepinos - le dijo el muchacho.Prosiguieron ambos, y al cabo de un trecho oyeron como unos golpes y martillazos, tan fuertes, que a cada uno retemblaba el suelo. No tardaron en llegar ante una poderosa roca, que un gigante desmoronaba a puñetazos, arrancando grandes pedazos a cada golpe. Al preguntarle Juan qué se proponía, respondió él:- Cuando me echo a dormir por la noche, vienen osos, lobos y otras alimañas, que merodean a mi alrededor y no me dejan descansar; por eso quiero construirme una casa en la que pueda refugiarme y estar tranquilo."Éste también puede servirme", pensó Juan, y le dijo:- Deja la casa y vente conmigo; te llamarás Desmoronarrocas.Aceptó el gigante, y los tres continuaron bosque a través, y por dondequiera que pasaban, los animales salvajes huían asustados. Al anochecer llegaron a un viejo castillo abandonado; entraron en él y durmieron en un salón. Por la mañana salió Juan al jardín, el cual aparecía también abandonado, invadido de espinos y matorrales. De repente le acometió un jabalí, pero él lo derribó de un estacazo, se lo cargó a la espalda y lo llevó al palacio. Allí lo espetaron en un asador y prepararon una sabrosa comida, que puso a los tres de muy buen humor. Concertaron entonces que cada día, por turno, dos saldrían de caza, y el tercero se quedaría en casa a guisar, a razón de nueve libras de carne por cabeza. El primer día le tocó quedarse a Tuercepinos, mientras Juan y Desmoronarrocas salían a cazar.Hallándose Tuercepinos ocupado en la preparación de la comida, presentóse un enanillo viejo y arrugado y le pidió carne.- ¡Fuera de aquí, bribón! - respondió el cocinero -; tú no necesitas carne.Pero cual no sería la sorpresa de Tuercepinos al ver que aquel enano minúsculo e insignificante se le echó encima y la emprendió a puñetazos con tanta fuerza que lo tumbó en el suelo sin darle tiempo a defenderse. El enanillo no lo soltó hasta haber descargado todo su enojo sobre las costillas de su víctima. Cuando regresaron sus dos compañeros, Tuercepinos no les dijo nada del hombrecillo ni de la paliza que le propiné pensando: "El día que les toque quedarse en casa, ya verán lo que es bueno", y sólo de imaginarlo sentía un gran regocijo. Al día siguiente le tocó quedarse en casa a Desmoronarrocas, y le sucedió lo mismo que a Tuercepinos: el hombrecillo lo dejó mal parado por haberse negado a darle carne. Al llegar los otros dos al atardecer, Tuercepinos se dio cuenta de que el otro había llevado lo suyo; pero ambos se lo callaron, pensando:"Que pruebe también Juan de esta sopa". El muchacho, que al día siguiente se quedó de guardia, estaba trabajando en la cocina, como le correspondía, y cuando se preparaba a espumar el caldero se presentó el enano y pidió un pedazo de carne. Pensó Juan: "Es un infelizote; le daré algo de mi ración para no tener que reducir la de los otros", y le alargó un trozo. Cuando el enano se la hubo comido pidió más, y el bonachón de Juan le sirvió otro pedazo, diciéndole que iba bien servido y debía darse por satisfecho. Pero el hombrecillo le pidió por tercera vez.- Eres un sinvergüenza - respondióle Juan, negándose a darle más. Entonces el iracundo enano quiso tratarlo como a sus dos compañeros; pero salió trasquilado. Sin el menor esfuerzo, Juan le propinó unas tortas que le hicieron saltar de dos en dos los peldaños de la escalera. Juan quiso perseguirlo, pero cayó tan largo como era y, al levantarse, vio que el enano se hallaba ya muy lejos. El muchacho lo persiguió por el bosque y pudo ver que se metía en un hueco de una roca; tomó nota del lugar y regresó a casa. Cuando los otros dos llegaron al anochecer, extrañáronse al ver a Juan tan campante. Contóles lo que le había sucedido, y entonces los otros, a su vez, le dieron cuenta de su percance. Echóse Juan a reir y dijo:- Os estuvo bien empleado, por haberos mostrado tan avariciosos con la carne; pero es una vergüenza que dos grandullones como vosotros os hayáis dejado zurrar por un enano.Provistos de una cesta y una cuerda, se dirigieron los tres a la cueva donde se había metido el pigmeo, y Juan, con su bastón, bajó al fondo en el cesto. Al llegar abajo encontró una puerta; al abrirla se le apareció una hermosísima doncella, de una belleza que no cabe pintar con palabras; junto a ella estaba sentado el enano, mirando a Juan con cara avinagrada. Pero la doncella estaba atada con cadenas, y en su rostro se reflejaba tanta tristeza, que Juan sintió una gran compasión y pensó: "Hay que librarla de las garras de este bicho", y asestó al enano un garrotazo tan recio, que lo mató en el acto. Enseguida desató a la doncella, cuya hermosura tenía arrobado a Juan.Contóle la muchacha que era una princesa, hija de un rey, y que un malvado conde la había raptado de su patria y encerrado en aquella cueva, en venganza por no haber querido ella acceder a sus peticiones. El conde la había puesto bajo la vigilancia de aquel enano, el cual la había sometido a toda suerte de vejaciones y tormentos. Luego la instaló Juan en el cesto y llamó a los de arriba para que la subiesen. Volvió a bajar el cesto; pero el muchacho desconfiaba de sus dos compañeros, pensando: "Ya una vez se han mostrado falsos conmigo al callarse lo del enano. ¿Quién sabe lo que se traen entre ceja y ceja?". Con el fin de probarlos, colocó su bastón en el cesto, y suerte que lo hizo así, pues a mitad de camino soltaron los otros la carga; y de haber estado Juan en el cesto, sin duda se habría matado al caer. Pero entonces se le presentó el problema de salir de allí y, por muchas vueltas que le dio, no encontró solución. "Es bien triste - decía - tener que morir aquí de hambre y sed. Andando de un lado a otro, volvió a entrar en la cámara que había servido de prisión a la doncella y se fijó en que el enano llevaba en el dedo un anillo brillantísimo. Se lo quitó y se lo puso; al darle la vuelta en el dedo, de repente oyó un rumor sobre su cabeza. Miró hacia arriba y vio flotar unos espíritus aéreos que le saludaron como a su amo y le preguntaron qué les mandaba. De momento, Juan se quedó mudo de asombro; pero luego les ordenó que lo transportasen a la superficie. Obedeciéronle al instante, y él experimentó la sensación de estar volando.Pero una vez arriba no vio a nadie, y al volver al castillo también lo encontró desierto. Tuercepinos y Desmoronarrocas habían huido, llevándose a la hermosa doncella. Dio la vuelta al anillo y presentáronse los etéreos espíritus, comunicándole que sus compañeros se hallaban en el mar. Corrió Juan a la orilla y descubrió a lo lejos un barquito, ocupado por sus desleales amigos. En un arranque de cólera, se arrojó al agua con su bastón y se puso a nadar; mas la pesadísima madera lo hundía, y por poco se ahoga. Tomó a dar vuelta al anillo, y al instante acudieron los espíritus y lo transportaron al barco con la rapidez del rayo. Blandiendo allí su garrote, dio su merecido a los dos malvados y los arrojó al mar. Luego, empuñando los remos, volvió a la costa con la hermosa princesa, que acababa de pasar otro gran peligro, y a quien había liberado por segunda vez. La condujo hasta donde se hallaban sus padres y luego se casó con ella, entre el general regocijo.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Érase una vez un Rey - jamás he sabido dónde reinó ni cómo se llamaba - que no tenía hijos varones, y su única hija estaba siempre enferma, sin que ningún doctor acertara a curarla. Profetizaron al Rey que la princesa sanaría comiendo manzanas, por lo que el Monarca mandó pregonar por todo el reino que quien le proporcionase manzanas que la curasen, la recibiría por esposa y sería rey a su vez. Oyó el pregón un campesino que tenía tres hijos, y dijo al mayor:- Sube al granero, llena un cesto de las manzanas más hermosas, de piel bien colorada, y llévalas a la Corte; tal vez la princesa se cure comiéndolas, y así te casarás con ella y serás rey.Obedeció el muchacho y púsose en camino. Había andado un trecho cuando se encontró con un hombrecillo canoso, el cual le preguntó qué llevaba en el cesto. Respondióle Ulrico (tal era el nombre del mozo):- Patas de rana,A lo cual le replicó el enano:- Pues patas de rana son y serán - y se alejó.Al llegar Ulrico al palacio, anunció que llevaba manzanas para curar a la princesa. Alegróse el Rey y mandó que llevasen a Ulrico a su presencia. Pero, ¡oh, sorpresa!, al abrir el cesto se vio que en vez de manzanas contenía patas de rana, que aún se movían. Indignóse el Rey y mandó que lo arrojasen de palacio. Ya en casa, contó a su padre lo que le había sucedido, y entonces el hombre envió al hijo segundo, el cual se llamaba Samuel. Pero a éste le ocurrió lo que a su hermano mayor. Topóse también con el mismo hombrecillo y, a su pregunta de qué contenía el cesto, respondió: - Cerdas.- Pues cerdas son y cerdas serán - replicó el enano.Cuando se presentó en palacio afirmando que llevaba manzanas para curar a la princesa, no querían admitirlo, diciendo que ya se había hecho anunciar otro necio con el mismo cuento.Pero Samuel insistió en que traía manzanas y en que le permitiesen entrar. Lo creyeron, al fin, y lo condujeron ante el Rey. Pero cuando abrió el cesto, aparecieron cerdas. Fue tanto el enojo del Soberano, que ordenó arrojar a Samuel a latigazos. Al llegar el mozo a casa, relató su percance y mala ventura. Adelantóse el hijo menor, a quien llamaban siempre el tonto, y preguntó a su padre si le permitiría ir, a su vez, con las manzanas.- ¡Ésa es buena! - replicó el hombre -. ¡Fijaos en quién pide hacer el recadito! Los listos salen mal parados, y tú pretendes salir airoso.Pero el pequeño no cejó:- De todos modos, dejadme ir, padre.- ¡Márchate de aquí, estúpido! Tendrás que aguardar a ser más listo - replicó el padre, volviéndole la espalda.Pero Juanillo, tirándole de la chaqueta, porfió:- ¡Dejadme que vaya, padre!- ¡Por mí. puedes ir! ¡Ya veremos cómo vuelves! - gritó, al fin, el hombre. Pero el chico pegó un salto de alegría -. Sí, tú siempre haciendo tonterías. Cada día te vuelves más bobo repitió el padre. Pero Juanillo no se inmutó ni perdió por ello su contento.Como ya anochecía, pensó que sería mejor aguardar a la mañana siguiente. "Hoy no llegaría a la Corte", se dijo. Pasó la noche desvelado, y los pocos momentos en que estuvo amodorrado, soñó con hermosas doncellas, palacios, oro y plata y otras cosas por el estilo. De madrugada púsose en camino, y al poco rato se encontró con un enano gruñón vestido de gris, que le preguntó qué llevaba en el cesto. Respondióle Juanillo que llevaba manzanas para la hija del Rey. Esperaba que comiéndolas se curaría.- Bien - respondió el hombrecillo, manzanas son y manzanas serán.En la Corte le negaron rotundamente la entrada, alegando que ya habían venido otros dos pretendiendo llevar manzanas, y luego había resultado que uno traía patas de rana, y el otro, cerdas. Pero Juanillo rogó y porfió, asegurando que no llevaba patas de rana ni mucho menos, sino las manzanas más hermosas que se producían en todo el reino. Y como se expresaba con tanta ingenuidad, pensó el portero que no debía mentir, y le dejaron paso libre. Con lo cual demostró ser muy cuerdo, pues cuando Juanillo abrió su cesto ante el Rey, salieron a relucir unas magníficas manzanas doradas. Alegróse el Soberano y dispuso que se sirvieran inmediatamente algunas a su hija, quedando él en impaciente espera hasta que se le diese cuenta del resultado obtenido. Y, en efecto, al cabo de muy poco rato vinieron a informarlo. Pero, ¿quién pensáis que vino? Pues la princesa en persona, la cual, no bien hubo probado la fruta, saltó de la cama, milagrosamente curada y repuesta. Es imposible pintar con palabras la alegría del Rey. Sin embargo, se resistía a dar a su hija por esposa a Juanillo, y, así, puso por condición al mozo la de que antes le construyese una barca capaz de navegar mejor por tierra que por agua. Juanillo aceptó, regresó a su casa y contó a los suyos su aventura. Entonces el padre envió a Ulrico a cortar madera para fabricar la embarcación, y el muchacho se puso al trabajo con brío y silbando. A mediodía, cuando el sol se hallaba en lo más alto, presentósele un enanillo canoso y le preguntó qué hacía:- Cucharones - respondió Ulrico.- Pues bien - replicó el otro -, cucharones serán.Al anochecer, creyendo el mozo terminada la barca, quiso subirse a ella, pero resultó que eran cucharones y no otra cosa.Al día siguiente salió al bosque Samuel y le ocurrió lo que a Ulrico. El tercero fue Juanillo, el cual púsose a trabajar con tanto ardor, que en todo el bosque resonaban sus vigorosos hachazos; y, además, silbaba y cantaba alegremente. Volvió a mediodía el hombrecillo, cuando el calor era achicharrante, y le preguntó qué hacía:- Una barca que navegue mejor por tierra que por agua y, añadió, que cuando la tuviese terminada le concederían la mano de la hija del Rey.- Pues bien - dijo el enano -: una barca será.Al declinar el día, cuando el sol se puso entre resplandores de oro, Juanillo había terminado la construcción de la barca y de todos sus accesorios e, instalándose en ella, dirigióse a remo hacia la ciudad-residencia del Rey; y la barca corría como el viento. El Rey lo vio desde lejos, pero siguió negándose a otorgarle la mano de su hija, diciéndole que antes debía guardar cien liebres desde la madrugada hasta el anochecer; y si se escapaba una sola, no se casaría con la princesa. Conformóse Juanillo, y al siguiente día salió al prado con su rebaño, vigilando que ninguna liebre huyese. Al poco rato compareció una de las criadas de palacio a pedirle una de las piezas, pues había llegado un forastero. Pero el mozo, dándose perfecta cuenta de su perfidia, negóse a entregársela, diciendo que el Rey tendría que aguardar al día siguiente para su asado de liebre. La muchacha, sin embargo, no cejó, enfadándose, al final, y dirigiendo improperios al pastor. Entonces le dijo Juanillo que entregaría una liebre, con la condición de que fuese a buscarla la princesa en persona. Volvió la criada con el recado a palacio, y la hija del Rey bajó al prado. Entretanto se había presentado a Juanillo el enano de la víspera, preguntándole qué estaba haciendo. ¡Casi nada! Tenía que guardar cien liebres, procurando que no escapase ni una sola; si lo conseguía, se casaría con la princesa y sería rey.- Bien - respondióle el enano -; aquí tienes este silbato; si escapa una, no tienes más que silbar y volverá enseguida.Vino la princesa, y Juanillo le puso una liebre en el delantal; pero cuando se había alejado cosa de cien pasos, el muchacho hizo sonar el pito, y la liebre, saltando del delantal de la princesa, en un abrir y cerrar de ojos estuvo otra vez con el rebaño. Al anochecer volvió a silbar el pastor, y, después de comprobar que no faltaba ninguna liebre, condujo la manada a palacio. Admiróse el Rey al ver que Juanillo había logrado guardar cien liebres sin que se le escapase una sola. A pesar de ello, siguió negándose a entregarle a su hija: antes debía traerle una pluma de la cola del ave Grifo.Juanillo se puso inmediatamente en camino, andando briosamente en la dirección que marcaba su nariz. Ya oscurecido llegó a un palacio, donde pidió albergue, pues en aquellos tiempos no se estilaban aún las hospederías. Acogiólo alegremente el señor del castillo y le preguntó adónde se dirigía. A lo que respondió Juanillo:- A la casa del Grifo.- Conque a la casa del Grifo, ¿eh? Pues me harás un favor, si es cierto que el Grifo lo sabe todo, como dicen. He perdido la llave de un arca de hierro, y quisiera que le preguntasesdónde está.- Con mucho gusto - respondió Juanillo -. Así lo haré.A la mañana siguiente, de madrugada, partió de nuevo, y llegó a otro palacio, en el que pasó también la noche. Cuando sus moradores se enteraron de que se dirigía en busca del Grifo, dijéronle que una hija de la casa estaba enferma, y, a pesar de haber acudido a todos los remedios imaginables, no había manera de curarla. ¿Podría él preguntar al Grifo la manera de sanar a la muchacha? Brindóse Juanillo a hacerlo y reemprendió la ruta. Llegó entonces a un río en el que, en vez de una barca, había un hombre altísimo y fornido que conducía a los Viajeros de una a otra orilla. Preguntó también a Juanillo por el objetivo de su viaje.- A la casa del Grifo - díjole el mozo.- En ese caso - añadió el gigante -, si consigues encontrarlo, pregúntale por qué se me obliga a llevar a los viandantes a través del río.- Así lo haré - prometió Juanillo. El hombre se lo echó a cuestas y lo condujo a la orilla opuesta.Poco después llegaba Juanillo a la mansión del Grifo. Sólo encontró a la mujer; el monstruo estaba ausente. La mujer le preguntó qué buscaba allí, y el muchacho se lo contó todo: Que necesitaba una pluma de la cola del Grifo; que en un palacio habían perdido la llave de una caja de caudales y debía preguntar al Grifo por su paradero; que en otro palacio había una muchacha enferma y deseaban que el Grifo les indicase un remedio, y, finalmente, que a poca distancia de allí, al borde del río, había un hombre encargado de pasar a los viandantes y quería saber por qué se le forzaba a ello.- Tened presente, amigo - dijo la mujer -, que ningún cristiano puede hablar con el Grifo, pues los devora a todos. Pero si os escondéis debajo de su cama, cuando duerma por la noche os acercáis a él y le arrancáis una pluma de la cola. En cuanto a las cosas que deseáis saber, yo se las preguntaré.Juanillo se avino a ello y se ocultó bajo la cama. Al cerrar la noche, llegó el ave. En cuanto entró en la habitación, dijo husmeando:- Mujer, aquí huele a cristiano.- Sí - respondió ella -, vino hoy uno, pero ya se marchó y el Grifo no insistió.A media noche, mientras dormía, roncando ruidosamente, acercósele Juanillo, y, de un tirón, le arrancó una pluma del rabo. El monstruo despertóse sobresaltado y exclamó- Mujer, huele a cristiano, y, además, diría que alguien me ha tirado de la cola.- Estarías soñando - lo tranquilizó su mujer -, y ya te dije que había venido un cristiano, pero que se marchó. Contóme un sinfín de cosas. En un castillo han perdido la llave de un arca y no la encuentran en ninguna parte.- ¡Los muy tontos! - dijo el Grifo -. La llave está en la casa de madera, detrás de la puerta, bajo un montón de leña.- Luego me dijo también que en otro palacio había una muchacha enferma y no encontraban el medio de curarla.- ¡Los muy tontos! - repitió el ave -. Al pie de la escalera de la bodega, un sapo ha hecho un nido con sus cabellos; si la muchacha recupera los cabellos, sanará.- Finalmente, me contó que en un río hay un hombre condenado a pasar a los viandantes.- ¡El muy estúpido! - exclamó el Grifo -. Si dejase a uno de ellos en el centro del cauce, no necesitaría seguir transportando gente.De madrugada levantóse el Grifo y se marchó. Entonces Juanillo salió de debajo de la cama provisto de su hermosa pluma; además, había oído lo que la prodigiosa ave dijera acerca de la llave, la muchacha y el hombre. La mujer se lo repitió todo de nuevo para que no se le olvidase, y el mozo emprendió el regreso. Llegó, en primer lugar, hasta el hombre del río, el cual le preguntó enseguida qué le había dicho el Grifo. Juanillo le prometió que se lo diría una vez lo hubiese llevado a la otra orilla. Pasólo el hombre, y entonces el muchacho le dijo que en cuanto dejase en medio de la corriente a uno de los que transportaba, quedaría libre de su forzada ocupación. Alegre el gigante en extremo, brindóse, en prueba de agradecimiento, a pasar de nuevo a Juanillo, pero éste le dijo que ya tenía bastante y no quería molestarlo más. Y prosiguió su ruta. Llegó luego al palacio en que residía la doncella enferma. Cargándosela en hombros, puesto que ella no podía valerse, llevóla al pie de la escalera de la bodega y, cogiendo el nido del sapo que había en el peldaño inferior, púsolo en la mano de la muchacha. En el acto saltó ésta al suelo, subiendo la escalera por su propio pie, completamente curada. Sus padres sintieron una gran alegría y obsequiaron a Juanillo con oro, plata y cuanto quiso llevarse. En el segundo palacio, el muchacho fue directamente a la casa de madera, y, en efecto, detrás de la puerta, y bajo un montón de leña, apareció la llave perdida. Llevóla al dueño, el cual contentísimo, recompensó a Juanillo, dándole buena parte del oro que encerraba el arca, además de otras muchas cosas, como vacas, ovejas y cabras.Al presentarse Juanillo al Rey con todas aquellas riquezas: dinero, oro, plata, vacas, ovejas y cabras, preguntóle el Monarca de dónde había sacado todo aquello, y el muchacho le respondió que el Grifo lo daba a manos llenas a todo aquel que se lo pedía. Pensó el Rey que podía aprovecharse de la ocasión y, ni corto ni perezoso, emprendió el camino de la mansión del ave. Pero al llegar al río, resultó ser el primero en presentarse allí después de Juanillo, y el hombre, al pasarlo, le dejó en medio del cauce, donde se ahogó. Juanillo se casó con la princesa y fue proclamado Rey.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Enrique era muy holgazán, y aunque su trabajo se limitaba a sacar todos los días a pacer su cabra, cada noche, al volver de la faena, decía suspirando:- De veras que es pesado y fastidioso tener que llevar la cabra, un año sí y otro también, hasta muy adelantado el otoño, a pacer al prado. ¡Si al menos pudiera uno tumbarse y dormir! Pero no; hay que estar con los ojos bien abiertos y vigilar que el animal no se escape, no dañe los renuevos, ni salte los setos, ni se meta en los huertos. ¡Cómo puede tener uno tranquilidad y disfrutar de la vida!Sentóse y, concentrándose en sus pensamientos, estuvo cavilando la manera de quitarse aquella carga de sus hombros. Pasóse largo tiempo sin encontrar solución, hasta que, de pronto parecióle como si le cayeran escamas de los ojos:- ¡Ya sé lo que haré! - exclamó -; me casaré con la gorda Trini. También ella tiene una cabra; podrá sacarla a pacer con la mía, y yo no tendré que seguir atormentándome.Levantóse, pues, y poniendo en movimiento sus cansadas piernas, cruzó la calle, ya que enfrente vivían los padres de la gorda Trini, para pedirle la mano de su laboriosa y virtuosa hija. Los padres no lo pensaron mucho. "Dios los cría, y ellos se juntan", pensaron, y dieron su conformidad. Y la gorda Trini convirtióse en la mujer de Enrique y sacó a pacer las dos cabras. Él vivía feliz, sin otra preocupación que la de su propia holgazanería. Sólo de vez en cuando acompañaba hasta el campo a su esposa:- Lo hago sólo para que a la vuelta me sea más agradable el descanso. De lo contrario, llega uno a perder el gusto en el reposo.Pero resultó que la gorda Trini no era menos perezosa que su marido.- Enrique mío - le dijo un día -, ¿por qué agriarnos la vida sin necesidad, y desperdiciar los mejores tiempos de nuestra juventud? ¿No sería mejor vender a nuestro vecino las dos cabras, que todas las mañanas nos despiertan con sus balidos, a cambio de una colmena? La pondríamos detrás de la casa, en un lugar soleado, y ya no habríamos de preocuparnos más de ella. A las abejas no hay que guardarlas ni llevarlas al prado; ellas mismas cuidan de volar por ahí, saben el camino de vuelta y almacenan su miel, sin molestia alguna para el dueño.- Has hablado como una mujer prudente y que sabe lo que se dice - respondió Enrique -. Lo haremos así enseguida. Además, la miel es más sabrosa y nutritiva que la leche de cabra, y se guarda más tiempo.El vecino cambió gustoso las dos cabras por una colmena. Las abejas volaron incansablemente desde la madrugada hasta entrada la noche, llenando la colmena de riquísima miel; y, así, al llegar el otoño, Enrique pudo llenar con ella una buena jarra.Guardaron la jarra sobre un estante clavado en lo alto de la pared de su dormitorio, y, temiendo que alguien pudiese robársela o que los ratones se subiesen hasta ella, Trini se procuró una recia vara de avellano y la puso junto a la cama, para tenerla al alcance de la mano sin necesidad de levantarse y, desde el lecho, poder arrear o ahuyentar a los huéspedes inoportunos.El perezoso Enrique no dejaba las sábanas antes de mediodía:- Quien madruga - solía decir - disipa su hacienda.Una mañana, hallándose todavía acostado, descansando de su prolongado sueño, dijo a su mujer:- A las mujeres les gusta el dulce, y tú te estás zampando la miel. Mejor sería, antes de que te la comas toda, que compremos con ella una oca y un patito.- Pero no antes de que tengamos un hijo para que los cuide - respondió Trini -. ¿Crees tú que yo cargaré con todo, el trabajo de criarlos, consumiendo mis fuerzas para nada?- ¿Y tú te imaginas que el hijo te guardará los gansos? Hoy en día, los niños ya no obedecen, hacen su santa voluntad, porque se creen más listos que sus padres. Acuérdate, si no, de aquel mozo a quien mandaron a buscar la vaca perdida, y él se dedicó a correr detrás de unos mirlos.- ¡Oh! - replicó Trini -, lo que es el mío, lo va a pasar mal si no hace lo que le mande. Cogeré un palo y le curtiré la piel a bastonazos.Agarró la vara de avellano que tenía a su lado para espantar los ratones y, blandiéndola en su excitación, gritó:- ¿Ves, Enrique? ¡Así le voy a zurrar!Y tuvo la mala suerte de pegar un estacazo a la jarra del estante. Dio ésta contra la pared, cayó al suelo hecha trizas, y toda la miel se vertió y esparció.- Ahí tienes nuestra oca y el patito - dijo Enrique -; ya nadie tendrá que guardarlos. De todos modos, ha sido una suerte que la jarra no me cayera en la cabeza; podemos considerarnos muy afortunados.Y como viera que en uno de los pedazos había quedado un poco de miel, alargó el brazo para cogerlo, diciendo:- Mira, mujer, saborearemos este poquito y luego descansaremos, después del susto. No importa que nos levantemos algo más tarde 'que de costumbre. ¡El día es muy largo!- Sí - dijo Trini -, siempre se llega a tiempo. ¿Sabes? Una vez invitaron al caracol a una boda; él se puso en camino, y en vez de llegar a la boda llegó al bautizo. Delante de la casa tropezó, se cayó de lo alto del vallado y exclamó:- ¡Bien dicen que la prisa es siempre mala!Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Nadie diga que un pobre sastre no puede llegar lejos ni alcanzar altos honores. Basta para ello que acierte con la oportunidad, y, esto es lo principal, que tenga suerte.
Un oficialillo gentil e ingenioso de esta clase, se marchó un día a correr mundo. Llegó a un gran bosque, para él desconocido, y se extravió en su espesura. Cerró la noche y no tuvo más remedio que buscarse un cobijo en aquella espantosa soledad. Cierto que habría podido encontrar un mullido lecho en el blando musgo; pero el miedo a las fieras no lo dejaba tranquilo, y, al fin, se decidió a trepar a un árbol para pasar en él la noche. Escogió un alto roble y subió hasta la copa, dando gracias a Dios por llevar encima su plancha, ya que, de otro modo, el viento, que soplaba entre las copas de los árboles, se lo habría llevado volando.
Pasó varias horas en completa oscuridad, entre temblores y zozobras, hasta que, al fin, vio a poca distancia el brillo de una luz. Suponiendo que se trataba de una casa, que le ofrecería un refugio mejor que el de las ramas de un árbol, bajó cautelosamente y se encaminó hacia el lugar de donde venía la luz. Encontróse con una cabaña, construida de cañas y juncos trenzados. Llamó animosamente, abrióse la puerta y, al resplandor de la lámpara, vio a un viejecito de canos cabellos, que llevaba un vestido hecho de retales de diversos colores.
- ¿Quién sois y qué queréis? - preguntóle el vejete con voz estridente.
- Soy un pobre sastre - respondió él - a quien ha sorprendido la noche en el bosque. Os ruego encarecidamente que me deis alojamiento en vuestra choza hasta mañana.
- ¡Sigue tu camino! - replicó el viejo de mal talante -. No quiero tratos con vagabundos. Búscate acomodo en otra parte.
Y se disponía a cerrar la puerta; pero el sastre lo agarró por el borde del vestido y le suplicó con tanta vehemencia, que, al fin, el hombrecillo, que en el fondo no era tan malo como parecía, se ablandó y lo acogió en la choza; le dio de comer y le preparó un buen lecho en un rincón.
No necesitó el cansado sastre que lo mecieran y durmió con un dulce sueño hasta muy entrada la mañana; y sabe Dios a qué hora se habría despertado de no haber sido por un gran alboroto de gritos y mugidos que resonó de repente a través de las endebles paredes de la choza. Sintiendo nacer en su alma un inesperado valor, levantóse de un salto, se vistió a toda prisa y salió fuera. Allí vio, muy cerca de la cabaña, que un enorme toro negro y un magnífico ciervo se hallaban enzarzados en furiosa pelea. Acometíanse mutuamente con tal fiereza, que el suelo retemblaba con su pataleo, y vibraba el aire con sus gritos. Durante largo rato estuvo indecisa la victoria, hasta que, al fin, el ciervo hundió la cornamenta en el cuerpo de su adversario, éste se desplomó con un horrible rugido, y fue rematado por el ciervo a cornadas.
El sastre, que había asistido, asombrado, a la batalla, permanecía aún inmóvil cuando el ciervo corriendo a grandes saltos hacia él, sin darle tiempo de huir, lo ahorquilló con su poderosa cornamenta.
No pudo el hombre entregarse a largas reflexiones, pues el animal, en desenfrenada carrera, lo llevaba campo a través, por montes y valles, prados y bosques. Agarrándose firmemente a los extremos de la cuerna abandonóse al destino. Tenía la impresión de estar volando. Al fin se detuvo el ciervo ante un muro de roca, y depositó suavemente al sastre en el suelo. Éste, más muerto que vivo, recobró sus sentidos al cabo de mucho rato. Cuando estaba ya, hasta cierto punto, en sus cabales, vio que el ciervo embestía con gran furia contra una puerta que había en la roca y que se abrió bruscamente. Por el hueco salieron grandes llamaradas, seguidas de un denso vapor, que ocultó el ciervo a sus ojos. No sabía el hombre qué hacer ni adónde dirigirse para escapar de aquellas soledades y hallarse de nuevo entre los hombres. Estaba indeciso y atemorizado cuando oyó una voz, que salía de la roca y que le decía:
- Entra sin temor, no sufrirás daño alguno.
El sastre vaciló unos momentos, hasta que, impulsado por una fuerza misteriosa, avanzó, obedeciendo el dictado de la voz. A través de una puerta de hierro llegó a una espaciosa sala, cuyo techo, paredes y suelo eran de sillares brillantemente pulimentados, en cada uno de los cuales estaba grabado un signo indescifrable. Lo contempló todo con muda admiración, y ya se disponía a salir cuando dejóse oír nuevamente la voz misteriosa:
- Ponte sobre la piedra que hay en el centro de la sala; te espera una gran dicha.
Tanto se había envalentonado nuestro hombre, que ya no vaciló en seguir las instrucciones de la voz. La piedra empezó a ceder bajo sus pies y fue hundiéndose lentamente tierra adentro. Cuando se detuvo, el sastre miró a su alrededor y vio que se encontraba en otra sala, de dimensiones iguales a la primera; pero en ella había más cosas dignas de ser consideradas y admiradas. En las paredes había huecos a modo de nichos que contenían vasijas de transparente cristal, llenas de esencias de color o de un humo azulado. En el suelo, colocadas frente a frente, veíanse dos grandes urnas de cristal, que en seguida atrajeron su atención. Al acercarse a una de ellas pudo contemplar en su interior un hermoso edificio, semejante a un palacio, rodeado de cuadras, graneros y otras dependencias. Todo era en miniatura, pero sutil y delicadamente labrado, como obra de un hábil artífice.
Seguramente habría continuado sumido en la contemplación de aquella magnificencia, de no haberse dejado oír de nuevo la voz, invitándole a volverse y mirar la otra urna de cristal.
¡Cuál sería su asombro al ver en ella a una muchacha de divina belleza. Parecía dormida, y su larguísima cabellera rubia la envolvía como un precioso manto. Tenía cerrados los ojos, pero el color sonrosado de su rostro y una cinta que se movía al compás de su respiración, no permitía dudar de que vivía. Contemplaba el sastre a la hermosa doncella de palpitante corazón, cuando de pronto abrió ella los ojos y, al distinguir al mozo, prorrumpió en un grito de alegría:
- ¡Santo cielo! ¡Ha llegado la hora de mi liberación! ¡De prisa, de prisa, ayúdame a salir de esta cárcel! Si descorres el cerrojo de este féretro de cristal, quedaré desencantada.
Obedeció el sastre sin titubear; levantó ella la tapa de cristal, salió del féretro y corrió a un ángulo de la sala, donde se cubrió con un amplio manto. Sentándose luego sobre una piedra, llamó a su lado al joven y, después de besarlo en señal de amistad, le dijo:
- ¡Libertador mío, por quien tanto tiempo estuve suspirando! El bondadoso cielo te ha enviado para poner término a mis sufrimientos. El mismo día en que ellos terminan, empieza tu dicha. Tú eres el esposo que me ha destinado el cielo. Querido de mí y rebosante de todos los terrenales bienes, vivirás colmado de alegrías hasta que suene la hora de tu muerte. Siéntate, y escucha el relato de mis desventuras.
"Soy hija de un opulento conde. Mis padres murieron siendo yo aún muy niña, y en su testamento me confiaron a la tutela de mi hermano mayor, quien cuidó de mi educación. Nos queríamos tiernamente, y marchábamos tan acordes en todos nuestros pensamientos e inclinaciones, que tomamos la resolución de no casarnos jamás y vivir juntos hasta el término de nuestros días. Nunca faltaban visitantes en nuestra casa: vecinos y forasteros acudían a menudo y a todos les dábamos espléndida hospitalidad.
"Un anochecer llegó a caballo, a nuestro castillo, un extranjero que nos pidió alojamiento para la noche, pues no podía ya seguir hasta el próximo pueblo. Atendimos su ruego con la cortesía del caso, y durante la cena nos entretuvo con su charla y sus relatos. Mi hermano se sintió tan a gusto en su compañía, que le rogó se quedase con nosotros un par de días, a lo cual accedió él después de oponer algunos reparos. Nos levantamos de la mesa ya muy avanzada la noche, asignarnos una habitación al forastero, y yo, sintiéndome cansada, me fui a pedir descanso a las blandas plumas. Empezaba a adormecerme cuando me desvelaron los acordes de una música delicada y melodiosa.
No sabiendo de dónde venía, quise llamar a mi doncella, que dormía en una habitación contigua. Pero con gran asombro me di cuenta de que, como si oprimiera mi pecho una horrible pesadilla, estaba privada de la voz y no conseguía emitir el menor sonido. Al mismo tiempo, a la luz de la lámpara, vi entrar al extranjero en mi aposento, pese a estar cerrado sólidamente con doble puerta. Acercándoseme, me dijo que, valiéndose de la virtud mágica de que estaba dotado, había producido aquella hermosa música para mantenerme despierta, y ahora venía, sin que fuesen obstáculo las cerraduras, a ofrecerme su corazón y su mano.
"Pero mi repugnancia por sus artes diabólicas era tan grande que ni me digné contestarle. Permaneció él un rato inmóvil, de pie, sin duda esperando una respuesta favorable; pero al ver que yo persistía en mi silencio, me declaró, airado, que hallaría el medio de vengarse y castigar mi soberbia, después de lo cual volvió a salir de la estancia.
"Pasé la noche agitadísima, sin poder conciliar el sueño hasta la madrugada. Al despertarme, corrí en busca de mi hermano para contarle lo sucedido; pero no lo encontré en su habitación. Su criado me dijo que, al apuntar el día había salido de caza con el forastero.
"Agitada por sombríos presentimientos me vestí a toda prisa, mandé ensillar mi jaca y, seguida de un criado, me dirigí al galope hacia el bosque. El caballo de mi criado tropezó y se rompió una pata, por lo que el hombre no pudo acompañarme, mientras yo proseguía mi ruta sin detenerme. A los pocos minutos vi al forastero, que se dirigía hacia mí conduciendo un hermoso ciervo atado de una cuerda. Sintiendo en mí pecho una ira irrefrenable, saqué una pistola y la disparé contra el monstruo; pero la bala rebotó en su pecho y fue a herir la cabeza de mi jaca. Caí al suelo, y el extranjero murmuró unas palabras que me dejaron sin sentido.
"Al volver en mí, encontréme en esta fosa subterránea, encerrada en este ataúd de cristal. Volvió a presentarse el brujo y me comunicó que mí hermano estaba transformado en ciervo; mi palacio, reducido a miniatura, con todas sus dependencias, recluido en esta arca de cristal, y mis gentes, convertidas en humo, aprisionadas en frascos de vidrio. Si yo accedía a sus pretensiones, le sería facilísimo volverlo todo a su estado primitivo. No tenía más que abrir los frascos y las urnas, y todo recobraría su condición y forma naturales. Yo no le respondí, como la vez anterior, y entonces él desapareció, dejándome en mi prisión, donde quedé sumida en profundo sueño. Entre las visiones que pasaron por mi alma hubo una, consoladora: la de un joven que venía a rescatarme. Y hoy, al abrir los ojos, te he visto, y, así, se ha trocado el sueño en realidad. Ayúdame ahora a efectuar las demás cosas que sucedieron en mi sueño: lo primero es colocar sobre aquella gran losa el arca de cristal que contiene mi palacio".
No bien gravitó, sobre la piedra el peso del arca, empezó a elevarse, arrastrando a la doncella y al mozo, y, por la abertura del techo, llegó a la superior, desde la cual les fue fácil salir al aire libre. Allí, la muchacha abrió la tapa y fue maravilloso presenciar cómo se agrandaban rápidamente el palacio, las casas y las dependencias, hasta alcanzar sus dimensiones naturales. Volviendo luego a la bóveda subterránea, cargaron sobre la piedra los frascos llenos de esencias y vapores, y, en cuanto la doncella los hubo destapado, salieron de ellos el humo azul, transformándose en personas vivientes, en quienes la condesita reconoció a sus criados y servidores. Y su alegría llegó al colmo cuando el hermano, que, siendo ciervo había dado muerte al brujo en figura de toro, se les presentó viniendo del bosque. Aquel mismo día, la doncella, cumpliendo su promesa, dio al venturoso sastre su mano ante el altar.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
¡Dichoso el amo y feliz la casa en la que hay un criado inteligente que, si bien escucha las palabras de su señor, hace, sin embargo, las cosas a su talante, siguiendo los dictados de su propia sabiduría! Un servidor de esta clase, llamado Juan, fue enviado un día por su dueño en busca de una vaca extraviada. Como tardara mucho tiempo en regresar, pensó el amo: "¡Qué bueno es este Juan! Cuando está trabajando, no hay dificultad ni fatiga que lo arredre". Pero al ver que iban pasando las horas y el hombre no aparecía, temiendo que le hubiese ocurrido algún percance, salió personalmente en su busca. Al cabo de mucho rato de andar, violo que corría de un extremo al otro de un gran campo.- Bien, amigo Juan - dijo el amo al llegar cerca de él -. ¿Encontraste la vaca que te mandé a buscar?- No, mi amo - respondió el mozo -, no la he encontrado y tampoco la he buscado.- ¿Qué buscaste entonces, Juan?- Algo mejor, y he tenido la suerte de encontrarlo.- ¿Y qué es ello, Juan?- Tres mirlos - respondió el criado.- ¿Dónde están? - preguntó el amo.- Al uno, lo veo; al otro, lo oigo, y corro tras el tercero -. Respondió el listo Juan.Que esta historia os sirva de ejemplo. No hagáis caso del amo ni de sus órdenes, sino obrad siempre a vuestro gusto y capricho, y así os portaréis con tanta cordura como el listo Juan.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.
Monday Aug 12, 2024
Monday Aug 12, 2024
Una pobre viuda vivía en una pequeña choza solitaria, ante la cual había un jardín con dos rosales: uno, de rosas blancas, y el otro, de rosas encarnadas. La mujer tenía dos hijitas que se parecían a los dos rosales, y se llamaban Blancanieve y Rojaflor. Eran tan buenas y piadosas, tan hacendosas y diligentes, que no se hallarían otras iguales en todo el mundo; sólo que Blancanieve era más apacible y dulce que su hermana. A Rojaflor le gustaba correr y saltar por campos y prados, buscar flores y cazar pajarillos, mientras Blancanieve prefería estar en casa, al lado de su madre, ayudándola en sus quehaceres o leyéndose en voz alta cuando no había otra ocupación a que atender. Las dos niñas se querían tanto, que salían cogidas de la mano, y cuando Blancanieve decía:- Jamás nos separaremos -contestaba Rojaflor:- No, mientras vivamos -y la madre añadía: - Lo que es de una, ha de ser de la otra.Con frecuencia salían las dos al bosque, a recoger fresas u otros frutos silvestres. Nunca les hizo daño ningún animal; antes, al contrario, se les acercaban confiados. La liebre acudía a comer una hoja de col de sus manos; el corzo pacía a su lado, el ciervo saltaba alegremente en torno, y las aves, posadas en las ramas, gorjeaban para ellas.Jamás les ocurrió el menor percance. Cuando les sorprendía la noche en el bosque, tumbábanse juntas a dormir sobre el musgo hasta la mañana; su madre lo sabía y no se inquietaba por ello. Una vez que habían dormido en el bosque, al despertarlas la aurora vieron a un hermoso niño, con un brillante vestidito blanco, sentado junto a ellas. Levantóse y les dirigió una cariñosa mirada; luego, sin decir palabra, se adentró en la selva. Miraron las niñas a su alrededor y vieron que habían dormido junto a un precipicio, en el que sin duda se habrían despeñado si, en la oscuridad, hubiesen dado un paso más. Su madre les dijo que seguramente se trataría del ángel que guarda a los niños buenos.Blancanieve y Rojaflor tenían la choza de su madre tan limpia y aseada, que era una gloria verla. En verano, Rojaflor cuidaba de la casa, y todas las mañanas, antes de que se despertase su madre, le ponía un ramo de flores frente a la cama; y siempre había una rosa de cada rosal. En invierno, Blancanieve encendía el fuego y suspendía el caldero de las llares; y el caldero, que era de latón, relucía como oro puro, de limpio y bruñido que estaba. Al anochecer, cuando nevaba, decía la madre:- Blancanieve, echa el cerrojo - y se sentaban las tres junto al hogar, y la madre se ponía los lentes y leía de un gran libro. Las niñas escuchaban, hilando laboriosamente; a su lado, en el suelo, yacía un corderillo, y detrás, posada en una percha, una palomita blanca dormía con la cabeza bajo el ala.Durante una velada en que se hallaban las tres así reunidas, llamaron a la puerta.- Abre, Rojaflor; será algún caminante que busca refugio -dijo la madre. Corrió Rojaflor a descorrer el cerrojo, pensando que sería un pobre; pero era un oso, el cual asomó por la puerta su gorda cabezota negra. La niña dejó escapar un grito y retrocedió de un salto; el corderillo se puso a balar, y la palomita, a batir de alas, mientras Blancanieve se escondía detrás de la cama de su madre.Pero el oso rompió a hablar:- No temáis, no os haré ningún daño. Estoy medio helado y sólo deseo calentarme un poquitín.- ¡Pobre oso! -exclamó la madre-; échate junto al fuego y ten cuidado de no quemarte la piel-. Y luego, elevando la voz: - Blancanieve, Rojaflor, salid, que el oso no os hará ningún mal; lleva buenas intenciones.Las niñas se acercaron, y luego lo hicieron también, paso a paso, el corderillo y la palomita, pasado ya el susto.Dijo el oso:- Niñas, sacudidme la nieve que llevo en la piel - y ellas trajeron la escoba y lo barrieron, dejándolo limpio, mientras él, tendido al lado del fuego, gruñía de satisfacción.Al poco rato, las niñas se habían familiarizado con el animal y le hacían mil diabluras: tirábanle del pelo, apoyaban los piececitos en su espalda, lo zarandeaban de un lado para otro, le pegaban con una vara de avellano... Y si él gruñía, se echaban a reír. El oso se sometía complaciente a sus juegos, y si alguna vez sus amiguitas pasaban un poco de la medida, exclamaba:- Dejadme vivir,Rositas; si me martirizáis.es a vuestro novio a quien matáis.Al ser la hora de acostarse, y cuando todos se fueron a la cama, la madre dijo al oso:- Puedes quedarte en el hogar -, así estarás resguardado del frío y del mal tiempo.Al asomar el nuevo día, las niñas le abrieron la puerta, y el animal se alejó trotando por la nieve y desapareció en el bosque. A partir de entonces volvió todas las noches a la misma hora; echábase junto al fuego y dejaba a las niñas divertirse con él cuanto querían; y llegaron a acostumbrarse a él de tal manera, que ya no cerraban la puerta hasta que había entrado su negro amigo.Cuando vino la primavera y todo reverdecía, dijo el oso a Blancanieve:- Ahora tengo que marcharme, y no volveré en todo el verano.- ¿Adónde vas, querido oso? -preguntóle Blancanieve.- Al bosque, a guardar mis tesoros y protegerlos de los malvados enanos. En invierno, cuando la tierra está helada, no pueden salir de sus cuevas ni abrirse camino hasta arriba, pero ahora que el sol ha deshelado el suelo y lo ha calentado, subirán a buscar y a robar. Y lo que una vez cae en sus manos y va a parar a sus madrigueras, no es fácil que vuelva a salir a la luz.Blancanieve sintió una gran tristeza por la despedida de su amigo. Cuando le abrió la puerta, el oso se enganchó en el pestillo y se desgarró un poco la piel, y a Blancanieve le pareció distinguir un brillo de oro, aunque no estaba segura. El oso se alejó rápidamente y desapareció entre los árboles.Algún tiempo después, la madre envió a las niñas al bosque a buscar leña. Encontraron un gran árbol derribado, y, cerca del tronco, en medio de la hierba, vieron algo que saltaba de un lado a otro, sin que pudiesen distinguir de qué se trataba. Al acercarse descubrieron un enanillo de rostro arrugado y marchito, con una larguísima barba, blanca como la nieve, cuyo extremo se le había cogido en una hendidura del árbol; por esto, el hombrecillo saltaba como un perrito sujeto a una cuerda, sin poder soltarse.Clavando en las niñas sus ojitos rojos y encendidos, les gritó:- ¿Qué hacéis ahí paradas? ¿No podéis venir a ayudarme?- ¿Qué te ha pasado, enanito? -preguntó Rojaflor.- ¡Tonta curiosa! -replicó el enano-. Quise partir el tronco en leña menuda para mi cocina. Los tizones grandes nos queman la comida, pues nuestros platos son pequeños y comemos mucho menos que vosotros, que sois gente grandota y glotona. Ya tenía la cuña hincada, y todo hubiera ido a las mil maravillas, pero esta maldita madera es demasiado lisa; la cuña saltó cuando menos lo pensaba, y el tronco se cerró, y me quedó la hermosa barba cogida, sin poder sacarla; y ahora estoy aprisionado. ¡Sí, ya podéis reiros, tontas, caras de cera! ¡Uf, y qué feas sois!Por más que las niñas se esforzaron, no hubo medio de desasir la barba; tan sólidamente cogida estaba.- Iré a buscar gente -dijo Rojaflor.- ¡Bobaliconas! -gruñó el enano con voz gangosa-. ¿Para qué queréis más gente? A mí me sobra con vosotras dos. ¿No se os ocurre nada mejor?- No te impacientes -dijo Blancanieve-, ya encontraré un remedio- y, sacando las tijeritas del bolsillo, cortó el extremo de la barba. Tan pronto como el enano se vio libre, agarró un saco, lleno de oro, que había dejado entre las raíces del árbol y, cargándoselo a la espalda, gruñó:- ¡Qué gentezuela más torpe! ¡Cortar un trozo de mi hermosa barba! ¡Qué os lo pague el diablo!Y se alejó, sin volverse a mirar a las niñas.Poco tiempo después, las dos hermanas quisieron preparar un plato de pescado. Salieron, pues, de pesca y, al llegar cerca del río, vieron un bicho semejante a un saltamontes que avanzaba a saltitos hacia el agua, como queriendo meterse en ella. Al aproximarse, reconocieron al enano de marras.- ¿Adónde vas? -preguntóle Rojaflor-. Supongo que no querrás echarte al agua, ¿verdad?- No soy tan imbécil -gritó el enano-. ¿No veis que ese maldito pez me arrastra al río?Era el caso de que el hombrecillo había estado pescando, pero con tan mala suerte que el viento le había enredado el sedal en la barba, y, al picar un pez gordo, la débil criatura no tuvo fuerzas suficientes para sacarlo, por el contrario, era el pez el que se llevaba al enanillo al agua. El hombrecito se agarraba a las hierbas y juncos, pero sus esfuerzos no servían de gran cosa; tenía que seguir los movimientos del pez, con peligro inminente de verse precipitado en el río. Las muchachas llegaron muy oportunamente; lo sujetaron e intentaron soltarle la barba, pero en vano: barba e hilo estaban sólidamente enredados. No hubo más remedio que acudir nuevamente a las tijeras y cortar otro trocito de barba. Al verlo el enanillo, les gritó:- ¡Estúpidas! ¿Qué manera es esa de desfigurarle a uno? ¿No bastaba con haberme despuntado la barba, sino que ahora me cortáis otro gran trozo? ¿Cómo me presento a los míos? ¡Ojalá tuvieseis que echar a correr sin suelas en los zapatos!Y, cogiendo un saco de perlas que yacía entre los juncos, se marchó sin decir más, desapareciendo detrás de una piedra.Otro día, la madre envió a las dos hermanitas a la ciudad a comprar hilo, agujas, cordones y cintas. El camino cruzaba por un erial, en el que, de trecho en trecho, había grandes rocas dispersas. De pronto vieron una gran ave que describía amplios círculos encima de sus cabezas, descendiendo cada vez más, hasta que se posó en lo alto de una de las peñas, e inmediatamente oyeron un penetrante grito de angustia. Corrieron allí y vieron con espanto que el águila había hecho presa en su viejo conocido, el enano, y se aprestaba a llevárselo. Las compasivas criaturas sujetaron con todas sus fuerzas al hombrecillo y no cejaron hasta que el águila soltó a su víctima. Cuando el enano se hubo repuesto del susto, gritó con su voz gangosa:- ¿No podíais tratarme con más cuidado? Me habéis desgarrado la chaquetita, y ahora está toda rota y agujereada, ¡torpes más que torpes!Y cargando con un saquito de piedras preciosas se metió en su cueva, entre las rocas. Las niñas, acostumbradas a su ingratitud, prosiguieron su camino e hicieron sus recados en la ciudad. De regreso, al pasar de nuevo por el erial, sorprendieron al enano, que había esparcido, en un lugar desbrozado, las piedras preciosas de su saco, seguro de que a una hora tan avanzada nadie pasaría por allí. El sol poniente proyectaba sus rayos sobre las brillantes piedras, que refulgían y centelleaban como soles; y sus colores eran tan vivos, que las pequeñas se quedaron boquiabiertas, contemplándolas.- ¡A qué os paráis, con vuestras caras de babiecas! -gritó el enano; y su rostro ceniciento se volvió rojo de ira. Y ya se disponía a seguir con sus improperios cuando se oyó un fuerte gruñido y apareció un oso negro, que venía del bosque. Aterrorizado, el hombrecillo trató de emprender la fuga; pero el oso lo alcanzó antes de que pudiese meterse en su escondrijo. Entonces se puso a suplicar, angustiado:- Querido señor oso, perdonadme la vida y os daré todo mi tesoro; fijaos, todas esas piedras preciosas que están en el suelo. No me matéis. ¿De qué os servirá una criatura tan pequeña y flacucha como yo? Ni os lo sentiréis entre los dientes. Mejor es que os comáis a esas dos malditas muchachas; ellas sí serán un buen bocado, gorditas como tiernas codornices. Coméoslas y buen provecho os hagan.El oso, sin hacer caso de sus palabras, propinó al malvado hombrecillo un zarpazo de su poderosa pata y lo dejó muerto en el acto.Las muchachas habían echado a correr; pero el oso las llamó:- ¡Blancanieve, Rojaflor, no temáis; esperadme, que voy con vosotras!Ellas reconocieron entonces su voz y se detuvieron, y, cuando el oso las hubo alcanzado, de pronto se desprendió su espesa piel y quedó transformado en un hermoso joven, vestido de brocado de oro:- Soy un príncipe -manifestó-, y ese malvado enano me había encantado, robándome mis tesoros y condenándome a errar por el bosque en figura de oso salvaje, hasta que me redimiera con su muerte. Ahora ha recibido el castigo que merecía.Blancanieve se casó con él, y Rojaflor, con su hermano, y se repartieron las inmensas riquezas que el enano había acumulado en su cueva. La anciana madre vivió aún muchos años tranquila y feliz, al lado de sus hijas. Llevóse consigo los dos rosales que, plantados delante de su ventana, siguieron dando todos los años sus hermosísimas rosas, blancas y rojas.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.