Cuentos de Grimm

Los Cuentos de Hadas de los Hermanos Grimm, originalmente compilados por Jacob y Wilhelm Grimm, son una colección de relatos folclóricos intemporales que han encantado a los lectores durante siglos. Estos cuentos son un tesoro de folclore, con historias de valentía, magia y moralidad que resuenan a lo largo de las generaciones. Desde clásicos como ”Cenicienta”, ”Blanca Nieves” y ”Hansel y Gretel”, hasta joyas menos conocidas como ”El pescador y su mujer” y ”Rumpelstiltskin”, cada historia ofrece un vistazo al rico tapiz de la tradición oral europea. Los Cuentos de Hadas de los Grimm se caracterizan por sus personajes vívidos, lecciones morales y a menudo tonos oscuros, que reflejan las duras realidades y los elementos fantásticos de sus contextos históricos. Su atractivo duradero radica en su capacidad para entretener, enseñar e inspirar asombro, lo que los convierte en una piedra angular de la literatura infantil y una fuente de fascinación para los estudiosos del folclore y la narración de cuentos.

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Hermano Alegre

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Hubo una vez una gran guerra, terminada la cual, fueron licenciados muchos soldados. Entre ellos estaba el Hermano Alegre, que, con su licencia, no recibió más ayuda de costas que un panecillo de munición y cuatro cruzados. Y con todo esto se marchó.Pero San Pedro se había apostado en el camino, disfrazado de mendigo, y, al pasar Hermano Alegre le pidió limosna. Respondióle éste:- ¿Qué puedo darte, buen mendigo? Fui soldado, me licenciaron y no tengo sino un pan de munición y cuatro cruzados en dinero. Cuando lo haya terminado, tendré que mendigar como tú. Algo voy a darte, de todos modos. Partió el pan en cuatro pedazos y dio al mendigo uno y un cruzado. AgradecióseloSan Pedro y volvió a situarse más lejos, tomando la figura de otro mendigo; cuando pasó el soldado, pidióle nuevamente limosna.
Hermano Alegre repitió lo que la vez anterior, y le dio otra cuarta parte del pan y otro cruzado. San Pedro le dio las gracias y, adoptando de nuevo figura de mendigo, lo aguardó más adelante para solicitar otra vez su limosna . Hermano Alegre le dio la tercera porción del pan y el tercer cruzado.San Pedro le dio las gracias, y hermano alegre continuó su ruta sin más que la última cuarta parte del pan y el último cruzado. Entrando, con ello, en un mesón, se comió el pan y se gastó el cruzado en cerveza. Luego reemprendió la marcha y entonces San Pedro le salió al encuentro en forma de soldado licenciado, y le dijo:- buenos días, compañero, ¿no podrías darme un trocito de pan y un cruzado para echar un trago?- ¿De dónde quieres que lo saque?- le respondó Hermano Alegre, -me han licenciado sin darme otra cosa que un pan de munición y cuatro cruzado en dinero. Me topé en la carretera con tres pobres; a cada uno le di la cuarta parte del pan y un cruzado. La última cuarta parte me la he comido en el mesón, y con el último cruzado he comprado cerveza. Ahora soy pobre como una rata y, puesto que tú tampoco tienes nada, podríamos ir a mendigar juntos.- No -respondió San Pedro, -no será necesario. Yo entiendo algo de medicina y espero ganarme lo suficiente para vivir.
- Sí- dijo Hermano Alegre, -pues yo no entiendo pizca en este arte, así, me tocará mendigar solo.-- Vente conmigo- le dijo San Pedro, -nos partiremos lo que yo gane.- Por mí, de perlas- exclamó Hermano Alegre; y emprendieron juntos el camino. No tardaron en llegar a una casa de campo, de cuyo interior salían agudos gritos y lamentaciones. Al entrar se encontraron con que el marido se hallaba a punto de morir, por lo que la mujer lloraba a voz en grito.- Basta de llorar y gritar -le dijo San Pedro-, yo curaré a vuestro marido -y sacándose una pomada del bolsillo, en un santiamén hubo curado al hombre, el cual se levantó completamente sano. El hombre y la mujer, fuera de sí de alegría, le dijeron- ¿cómo podremos pagaros? ¿Qué podríamos daros? Pero San Pedro se negó a aceptar nada, y cuanto más insistían los labriegos, tanto más se resistía él. Hermano Alegre, dando un codazo a San Pedro, le susurró- ¡acepta algo, hombre, bien lo necesitamos! Por fin, la campesina trajo un cordero y dijo a San Pedro que debía aceptarlo; pero él no lo quería. Hermano Alegre, dándole otro codazo, insistió a su vez- ¡tómalo, zoquete, bien sabes que lo necesitamos! Al cabo, respondió San Pedro- bBueno, me quedaré con el cordero; pero no quiero llevarlo; si tú quieres, carga con él.- ¡Si sólo es eso! -exclamó el otro-. ¡Claro que lo llevaré! -. Y se lo cargó al hombro.Siguieron caminando hasta llegar a un bosque; el cordero le pesaba a Hermano Alegre, y además tenía hambre, por lo que dijo a San Pedro- mira, éste es un buen lugar; podríamos degollar el cordero, asarlo y comérnoslo.- No tengo inconveniente -respondió su compañero-; pero como yo no entiendo nada de cocina, lo habrás de hacer tú, ahí tienes un caldero; yo, mientras tanto, daré unas vueltas por aquí Pero no empieces a comer hasta que venga yo. Volveré a tiempo.- Márchate tranquilo -dijo hermano alegre-. Yo entiendo de cocina y sabré arreglarme. Marchóse San Pedro, y Hermano Alegre sacrificó el cordero, encendió fuego, echó la carne en el caldero y la puso a cocer. El guiso estaba ya a punto, y San Pedro no volvía; entonces Hermano Alegre lo sacó del caldero, lo cortó en pedazos y encontró el corazón:
- Esto debe ser lo mejor, se dijo; probó un pedacito y, a continuación, se lo comió entero. Llegó, al fin, San Pedro y le dijo-puedes comerte todo el cordero; déjame sólo el corazón. Hermano Alegre cogió cuchillo y tenedor y se puso a hurgar entre la carne, como si buscara el corazón y no lo hallara, hasta que, al fin, dijo-pues no está.- ¡Cómo! -dijo el apóstol. -¿Pues dónde quieres que esté? - No sé -respondió Hermano Alegre-. Pero, ¡seremos tontos los dos! ¡Estamos buscando el corazón del cordero, y a ninguno se le ha ocurrido que los corderos no tienen corazón!- ¡Con qué me sales ahora! -dijo San Pedro. -Todos los animales tienen corazón, ¿por qué no habría de tenerlo el cordero? --No, hermano, puedes creerlo; los corderos no tienen corazón. Piénsalo un poco y comprenderás que no lo pueden tener.- En fin, dejémoslo -dijo San Pedro-. Puesto que no hay corazón, yo no quiero nada. Puedes comértelo todo. - Lo que me sobre lo guardaré en la mochila -dijo Hermano Alegre, y, después de comerse la mitad, metió el resto en su mochila. Siguieron andando, y San Pedro hizo que un gran río se atravesara en su camino, de modo que no tenían más remedio que cruzarlo. Dijo San Pedro:- Pasa tú delante. - No -respondió Hermano Alegre-, tú primero, -pensando: "Si el río es demasiado profundo, yo me quedo atrás".Pasó San Pedro, y el agua sólo le llegó hasta la rodilla. Entró entonces en él Hermano Alegre; pero se hundía cada vez más, hasta que el agua le llegó al cuello. Gritó entonces:- ¡Hermano, ayúdame! Y dijo San Pedro - ¿quieres confesar que te has comido el corazón del cordero?- ¡No -respondió, - no me lo he comido!El agua continuaba subiendo, y le llegaba ya hasta la boca.-¡Ayúdame, hermano!- exclamó el soldado.Volvió a preguntarle San Pedro - ¿quieres confesar que te comiste el corazón del cordero?- ¡No -repitió, - no me lo he comido!Pero el santo, no queriendo que se ahogase, hizo bajar el agua y lo ayudó a llegar a la orilla. Continuaron adelante y llegaron a un reino, donde les dijeron que la hija del rey se hallaba en trance de muerte. - Anda, hermano -dijo el soldado a San Pedro, -esto nos viene al pelo. Si la curamos, se nos habrán acabado las preocupaciones para siempre. Pero San Pedro no se daba gran prisa. - ¡Vamos, aligera las piernas, hermanito! -ledecía, ¡tenemos que llegar a tiempo!Pero San Pedro avanzaba cada vez con mayor lentitud, a pesar de la insistencia y las recriminaciones de Hermano Alegre; y, así, les llegó la noticia de que la princesa había muerto. - ¡Ahí tienes! -dijo el Hermano Alegre, ¡todo, por tu cachaza! - No te preocupes - le contestó San Pedro, -puedo hacer algo más que curar enfermos; puedo también resucitar muertos.- ¡Anda! -dijo Hermano Alegre, -si es así, ¡no te digo nada! Por lo menos has de pedir la mitad del reino.-
Y se presentaron en palacio, donde todo era tristeza y aflicción. Pero San Pedro dijo al rey que resucitaría a su hija.Conducido a presencia de la difunta, dijo- que me traigan un caldero con agua.Luego hizo salir a todo el mundo; y se quedó sólo Hermano Alegre.Seguidamente cortó todos los miembros de la difunta, los echó en el agua y, después de encender fuego debajo del caldero, los puso a cocer. Cuando ya toda la carne se hubo separado de los huesos, sacó el blanco esqueleto y lo colocó sobre una mesa, disponiendo los huesos en su orden natural. Cuando lo tuvo hecho, avanzó y dijo por tres veces- ¡en el nombre de la Santísima Trinidad, muerta, levántate!; y, a la tercera, la princesa recobró la vida, quedando sana y hermosa.El rey se alegró sobremanera y dijo a San Pedro- señala tú mismo la recompensa que quieras; te la daré, aunque me pidas la mitad del reino. Pero San Pedro le contestó- ¡no pido nada! -¡Valiente tonto!-, pensó Hermano Alegre, y, dando un codazo a su compañero, le dijo: - ¡No seas bobo! Si tú no quieres nada, yo, por lo menos, necesito algo. Pero San Pedro se empeñó en no aceptar nada. Sin embargo, observando el rey que el otro quedaba descontento, mandó a su tesorero que le llenase de oro su mochila.Marcháronse los dos, y, al llegar a un bosque, dijo San Pedro a Hermano Alegre- Ahora nos repartiremos el oro. - Muy bien -asintió el otro-. Manos a la obra. Y San Pedro lo repartió en tres partes, mientras su compañero pensaba¡a éste le falta algún tornillo! Hace tres partes, cuando sólo somos dos.Pero dijo San Pedro- he hecho tres partes exactamente iguales: una para mí, otra para ti, y la tercera para el que se comió el corazón del cordero.- ¡Oh, fui yo quien se lo comió! -exclamó Hermano Alegre, embolsando el oro. -Esto puedes creérmelo. - ¡Cómo puede ser esto!- dijo San Pedro, - si un cordero no tiene corazón. -
¡Vamos, hermano! ¡Tonterías! Un cordero tiene corazón como todos los animales. ¿Por qué no iban a tenerlo?- Está bien- dijo San Pedro, -guárdate el oro; pero no quiero seguir contigo; seguiré solo mi camino.- Como quieras, hermanito- respondióle el soldado-. ¡Adiós! San Perdro tomó otra carretera, mientras Hermano Alegre pensaba -mejor que se marche, pues, bien mirado, es un santo bien extraño.Tenía ahora bastante dinero; pero como era un manirroto y no sabía administrarlo, lo derrochó en poco tiempo, y pronto volvió a estar sin blanca. En esto llegó a un país donde le dijeron que la hija del Rey acababa de morir. - ¡Bien! -pensó.- Ésta es la mía. La resucitaré y me haré pagar bien. ¡Así da gusto! -. Y, presentándose al rey, le ofreció devolver la vida a la princesa.Es el caso que había llegado a oídos del rey que un soldado licenciado andaba por el mundo resucitando muertos, y pensó que bien podía tratarse de Hermano Alegre; sin embargo, no fiándose del todo, consultó primero a sus consejeros, los cuales opinaron que merecía la pena realizar la prueba, dado que la princesa, de todos modos, estaba muerta. Mandó entonces Hermano Alegre que le trajese un caldero con agua y, haciendo salir a todos, cortó los miembros del cadáver, los echó en el agua y encendió fuego, tal como lo hubiera visto hacer a San Pedro. Comenzó el agua a hervir, y la carne se desprendió; sacando entonces los huesos, los puso sobre la mesa; pero como no sabía en qué orden debía colocarlos, los juntó de cualquier modo. Luego se adelantó y exclamó- ¡en nombre de la Santísima Trinidad, muerta, levántate! - y lo dijo tres veces, pero los huesos no se movieron.Volvió a repetirlo tres veces, pero otra vez en vano. -¡Diablo de mujer! ¡Levántate!- gritó entonces, -o lo pasarás mal!Apenas había pronunciado estas palabras, San Pedro entró de pronto por la ventana, presentándose en su anterior figura de soldado licenciado y dijo- Hombre impío, ¿qué estás haciendo? ¿Cómo quieres que resucite a la muerta, si le has puesto los huesos de cualquier modo?- Hermanito, lo hice lo mejor que supe - le respondió Hermano Alegre.- Por esta vez te sacaré de apuros; pero, tenlo bien entendido: si otra vez te metes en estas cosas, te costará caro. Además, no pedirás nada al rey ni aceptarás la más mínima recompensa por lo de hoy.- Entonces San Pedro dispuso los huesos en el orden debido y pronunció por tres veces- ¡en nombre de la Santísima Trinidad, muerta, levántate! -, a lo cual la princesa se incorporó, sana y hermosa como antes, mientras el santo salía de la habitación por la ventana.Hermano Alegre, aunque satisfecho de haber salido tan bien parado de la aventura, estaba colérico por no poder cobrarse el servicio.- Me gustaría saber -pensaba - qué diablos tiene en la cabeza, que lo que me da con una mano me lo quita con la otra. ¡Esto no tiene sentido!El rey ofreció al Hermano Alegre lo que quisiera. Éste, aunque no podía aceptar nada, se las arregló con indirectas y astucias para que el monarca le llenase de oro la mochila, y con eso, se marchó.Al salir, lo aguardaba en la puerta San Pedro, y le dijo- mira, que clase de hombre eres. ¿No te prohibí que aceptases nada? Y ahora te llevas la mochila llena de oro.-- ¡Qué otra cosa podía hacer! -replicó Hermano Alegre-. ¡Si me lo han metido a la fuerza!- Pues atiende a lo que te digo, que no vuelvas a hacer estas cosas o lo vas a pasar mal.
- ¡No te preocupes, hermano! Ahora tengo oro. ¿Por qué debería ocuparme en lavar huesos?- Sí- dijo San Pedro, ¡con lo que te va a durar este oro! Mas para que no vuelvas a meterte en lo que no debes, daré a tu mochila la virtud de que se llene con todo lo que desees. Adiós, pues ya no volverás a verme.
- ¡Vaya con Dios! -le respondió Hermano Alegre, pensando -me alegro de perderte de vista, bicho raro; no hay peligro de que te siga.Y ni por un momento se acordó del don maravilloso adjudicado a su morral.Hermano Alegre anduvo con su oro de un lugar a otro, malgastándolo y gastándolo a manos llenas, como la primera vez.Al quedarle ya nada más que cuatro cruzados, pasó por delante de un mesón pensó -voy a gastar lo que me queda-, y pidió vino por tres cruzados y pan por un cruzado. Mientras comía y bebía, llegó a sus narices el olor de unos gansos asados. Hermano Alegre, mirando y mirando, vio que el mesonero tenía un par de gansos en el horno. Entonces se le ocurrió lo que le dijera su antiguo compañero respecto a la virtud de su mochila.-¡Vaya! Vamos a probarlo con los gansos.Salió a la puerta y dijo:- Deseo que los dos gansos asados pasen del horno a mi mochila.-Pronunciadas estas palabras, abrió la mochila para mirar su interior, y allí estaban los dos gansos.-¡Ay, así está bien!- pensó, ¡ahora soy un hombre de fortuna! se marchó, llegó a un prado y sacó los gansos para comérselos. En éstas pasaron dos menestrales y se quedaron mirando con ojos hambrientos uno de los gansos, todavía intacto. Hermano Alegre pensó - con uno tienes bastante-, y llamando a los dos mozos, les dijo- tomad este ganso y os lo coméis a mi salud.-Le dieron las gracias, cogieron el ganso, se fueron al mesón, pidieron media jarra de vino y un pan, desenvolvieron el ganso que les acababan de regalar y comenzaron a comer.Al verlos la posadera dijo a su marido- esos dos se están comiendo un ganso; ve a ver que no sea uno de los que están asándose en el horno.Fue el ventero, y el horno estaba vacío.- ¡Cómo, bribonzazos! ¡Pues sí que os saldría barato el asado! ¡Pagadme en el acto, si no queréis que os friegue las espaldas con jarabe de palo!Los dos dijeron - no somos ladrones; este ganso nos lo ha regalado un soldado licenciado que estaba ahí en aquel prado.- ¡A mí no me tomáis el pelo! El soldado estuvo aquí, y salió por la puerta, como una persona honrada; yo no lo perdí de vista. ¡Vosotros sois los ladrones y vais a pagarme!Pero como no tenían dinero, el dueño tomó un bastón los echó a la calle a garrotazos.Hermano Alegre siguió su camino y llegó a un lugar donde se levantaba un magnífico palacio, a poca distancia de una mísero mesón. Entró en el hostal y pidió cama para la noche; pero el hostelero lo rechazó, diciendo- No hay sitio, tengo la casa llena de viajeros distinguidos.- ¡Me extraña- dijo Hermano Alegre, -que se hospeden en vuestra casa! ¿Por qué no se alojan en aquel magnífico palacio?- Sí, contestó el hostelero, - cualquiera pasa allí la noche. Aún no lo ha probado nadie que haya salido con vida.- Si otros lo han probado-, dijo Hermano Alegre, también lo haré yo -.- No lo intentéis –le aconsejó el hostelero-; os jugáis la cabeza con ello.- Eso no me costará el pellejo- dijo Hermano alegre, -dadme la llave y algo bueno de comer y beber.
El hostelero le dio las llaves y comida y bebida, y con todo ello, Hermano Alegre se dirigió al castillo. Se dio allí un buen banquete, y cuando, al fin, le entró sueño, se tumbó en el suelo, puesto que no había cama. No tardó en dormirse. Avanzada ya la noche, lo despertó un fuerte ruido, y, al despabilarse, vio que en la habitación había nueve demonios feos, bailando en círculo, a su alrededor.Hermano Alegre dijo- ¡bueno, bailad cuanto queráis, pero no os acerquéis a mí!Los diablos, sin embargo, se aproximaban cada vez más, hasta que casi le pisotearon la cara con sus repugnantes pezuñas.¡Quietos, fantasmas endiablados!- dijo, pero iban demasiado lejos.Al fin, Hermano Alegre se enfureció y les gritó- ¡vaya, quiero meter paz en un momento! -y, agarrando una pata de silla, arremetió contra toda aquella caterva. Pero nueve diablos eran demasiado para un solo soldado, y, a pesar de que el hombre pegaba al que tenía delante, los otros le tiraban de los cabellos por detrás y lo dejaban hecho una lástima.- ¡Gentuza del diablo! -exclamó, esto pasa ya de la medida. ¡Ahora vais a ver! ¡Todos a mi mochila!¡Cataplum! ¡Ya todos estaban dentro! Él ató la mochila y la echó en un rincón. Instantáneamente quedó todo en silencio, y Hermano Alegre, echándose de nuevo, pudo dormir tranquilo hasta bien entrada la mañana. Acudieron entonces el hostelero y el noble propietario del palacio y querían ver qué tal le había ido la prueba, y, al encontrarlo sano y satisfecho, le preguntaron admirados- ¿no os han hecho nada los espíritus?- ¡Cómo que no! -les respondió Hermano Alegre, ahí los tengo a los nueve en la mochila. Podéis instalaros sin temor en vuestro palacio; desde hoy, ninguno volverá a meterse en él.Entonces el noble le dio las gracias, recompensándolo ricamente y le propuso que se quedase a su servicio, asegurándole que nada le faltaría durante el resto de su vida.- No -respondió, -estoy acostumbrado a la vida de trotamundos y quiero seguirla.Y se marchó, entró en una herrería, y, poniendo la mochila que contenía los nueve diablos sobre el yunque, pidió al herrero y sus oficiales que empezasen a martillazos con ella. Esos se pusieron a golpear con grandes martillos y con todas sus fuerzas, así que los diablos armaban un estrepitoso griterío. Cuando, al fin, abrió la mochila, ocho estaban muertos, pero uno, que había logrado refugiarse en un pliegue de la tela y seguía vivo, saltó afuera y corrió a refugiarse al infierno.Hermano Alegre siguió vagando por el mundo durante mucho tiempo todavía, y quien supiera de sus aventuras podría contar de él y sin acabar. Pero, viejo al fin, comenzó a pensar en la muerte. Se fue a visitar a un ermitaño, que tenía fama de hombre piadoso, y le dijo- estoy cansado de mi vida errante y ahora quisiera tomar el camino que lleva al cielo.El ermitaño respondió- hay dos caminos, uno, ancho y agradable, conduce al infierno; otro, estrecho y duro, va al cielo.- ¡Tonto sería- pensó Hermano Alegre, - si eligiese el duro y estrecho!Y, así, se puso en camino y tomó el holgado y agradable, que lo condujo ante un gran portal negro, que era el del infierno. Hermano Alegre llamó, y el portero se asomó a ver quién llegaba. Pero al ver a Hermano Alegre se asustó, pues era nada menos que el noveno de aquellos diablos que habían quedado aprisionados en la mochila, el único que salió bien librado. Por eso echó rápidamente el cerrojo, acudió ante el jefe de los demonios y le dijo- ahí fuera está un tío con una mochila que quiere entrar. Pero no lo permitáis, pues se metería el infierno entero en la mochila. Una vez estuve yo dentro, y por poco me mata a martillazos.Pues le dijeron a Hermano Alegre que se volviese, pues allí no entraría.- Puesto que aquí no me quieren- pensó, voy a probar si me admiten en el cielo. ¡En uno u otro sitio tengo que quedarme!Entonces dio la vuelta y siguió el camino hasta llegar a la puerta del paraíso y llamó a la puerta.San Pedro se encontraba exactamente en la portería. Hermano Alegre lo reconoció en seguida y pensó -éste es un viejo amigo; aquí tendrás más suerte. Pero San Pedro le dijo- pienso que quieres entrar en el cielo.- Déjame entrar, hermano; en un lugar u otro tengo que refugiarme. Si me hubiesen admitido en el infierno, no habría venido hasta aquí.- No -dijo San Pedro, -aquí no entras.- Está bien; pero si no quieres dejarme pasar, quédate también con la mochila; no quiero guardar nada que venga de ti- dijo Hermano Alegre.- Dámela- respondió San Pedro. Entonces le alargó la mochila a través de la reja al cielo, y San Pedro la tomó y la colgó al lado de su asiento. Dijo entonces Hermano Alegre- ¡ahora deseo estar dentro de la mochila!Y, ¡cataplum!, en un santiamén estuvo en ella, y, por tanto, en el cielo. Y San Pedro no tuvo más remedio que admitirlo.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

La muerte de la gallinita

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

En cierta ocasión, Gallinita y Gallito fueron al monte de los nogales y convinieron en que el que encontrase una nuez la partiría con el otro. He aquí que Gallinita encontró una muy grande, pero no dijo nada, pues quería comérsela ella sola. Pero tanto abultaba la nuez, que no pudo tragársela y se le quedó atragantada. Estaba ella en gran apuro, pues temía ahogarse, y gritó:- ¡Gallito, por favor, corre cuanto puedas y tráeme agua, pues me ahogo!Gallito echó a correr, tan rápidamente como pudo, hacia la fuente, y, al llegar a ella, le dijo:- Fuente, dame agua; Gallinita está en la nogaleda, se le ha atragantado una nuez muy gorda y se está ahogando.Respondióle la fuente:- Corre antes en busca de la novia, y dile que te dé seda colorada.Corrió Gallito a la novia.- Novia, dame seda colorada, que la llevaré a la fuente, y ella me dará agua para llevar a Gallinita, la cual está en la nogaleda con una nuez atragantada y a punto de asfixiarse.Respondióle la fuente:- Corre primero a buscarme una guirnaldita que se me quedó colgada del sauce.Y corrió Gallito al sauce y, descolgando la guirnalda de una rama, llevóla a la novia; y la novia le dio seda colorada, y, al entregarle la seda colorada, diole agua la fuente. Gallito llevó entonces el agua a Gallinita, pero ya era tarde; cuando llegó, tarde; cuando llegó, Gallinita, asfixiada, estaba tendida en el suelo, inmóvil. Quedó Gallito tan triste, que prorrumpió en amargo llanto, y, al oírlo, todos los animales acudieron a compartir su dolor. Y seis ratones construyeron un cochecito para conducir a Gallinita a su última morada; y cuando el cochecito estuvo listo, se engancharon a él, y Gallito se puso de cochero. Pero en el camino se les presentó la zorra:- ¿Adónde vas, Gallito?- A enterrar a Gallinita.- ¿Me dejas que te acompañe en el coche?"Sí, pero detrás tendrás que sentarte,o mis caballitos no podrán llevarte".Sentóse la zorra detrás, y, sucesivamente, subieron el lobo, el oso, el ciervo, el león y todos los animales del bosque. Y así continuó la comitiva hasta llegar a un arroyo.- ¿Cómo lo cruzaremos? - preguntó Gallito.He aquí que había allí una paja, la cual dijo:- Me echaré de través y podréis pasar por encima de mí.Pero no bien los seis ratones hubieron llegado al centro del puente, hundióse la paja, cayéndose al río, y, con ella, los seis ratones, que se ahogaron. Ante el apuro, acercóse una brasa de carbón y dijo:- Yo soy lo bastante larga para llegar de una orilla a la otra, pasaréis sobre mí.Y se atravesó encima del agua; pero, habiendo tenido la desgracia de tocarla un poco, dejó oír un siseo y quedó muerta.Al verlo una piedra, sintió compasión y, deseosa de ayudar a Gallito, púsose a Gallito, púsose a su vez sobre el agua. Uncióse el propio Gallito al coche, y cuando ya casi tenía a Gallinita en suelo firme, al disponerse a arrastrar a los que iban detrás, como era excesivo el peso de todos, desplomóse el coche y todos cayeron al agua y se ahogaron. Gallito se quedó solo con Gallinita; cavóle una sepultura, la enterró en ella y erigióle un túmulo encima. Posándose luego en su cumbre, estuvo llorándola hasta que se murió. Y helos aquí muertos a todos.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

La ondina

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Un hermanito jugaba con su hermanita al borde de un manantial, y he aquí que, jugando, se cayeron los dos adentro. En el fondo vivía una ondina, que les dijo:- ¡Ya os he cogido! Ahora vais a trabajar para mí, y de firme.A la niña diole a hilar un lino sucio y enredado, y luego la obligó a echar agua en un barril sin fondo; el niño hubo de cortar un árbol con un hacha mellada. Y para comer no les daba más que unas albóndigas, duras como piedra. Finalmente, los niños perdieron la paciencia y, esperando un domingo a que la bruja estuviese en la iglesia, huyeron. Terminada la función, al darse cuenta la ondina de que sus pájaros habían volado, salió en su persecución a grandes saltos. Viéronla los niños desde lejos, y la hermanita soltó detrás de sí un cepillo, que se convirtió en una montaña erizada de miles y miles de púas, sobre las cuales hubo de trepar la ondina con grandes trabajos; pero al final pudo pasarla. Entonces el muchachito dejó caer un peine, que se convirtió en una enorme sierra con innumerables picachos; pero también se las compuso la ondina para cruzarla. Como último recurso, la niña arrojó hacia atrás un espejo, el cual produjo una montaña llana, tan lisa y bruñida que su perseguidora no pudo ya pasar por ella. Pensó entonces: "Volveré a casa corriendo, y cogeré un hacha para romper el cristal". Pero al tiempo que iba y volvía y se entretenía partiendo el cristal a hachazos, los niños habían tomado una enorme delantera, y la ondina no tuvo más remedio que volverse, pasito a paso, a su manantial.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

El abuelo y el nieto

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Había una vez un pobre muy viejo que no veía apenas, tenía el oído muy torpe y le temblaban las rodillas. Cuando estaba a la mesa, apenas podía sostener su cuchara, dejaba caer la copa en el mantel, y aun algunas veces escapar la baba. La mujer de su hijo y su mismo hijo estaban muy disgustados con él, hasta que, por último, le dejaron en un rincón de un cuarto, donde le llevaban su escasa comida en un plato viejo de barro. El anciano lloraba con frecuencia y miraba con tristeza hacia la mesa. Un día se cayó al suelo, y se le rompió la escudilla que apenas podía sostener en sus temblorosas manos. Su nuera le llenó de improperios a que no se atrevió a responder, y bajó la cabeza suspirando. Compráronle por un cuarto una tarterilla de madera, en la que se le dio de comer de allí en adelante.
Algunos días después, su hijo y su nuera vieron a su niño, que tenía algunos años, muy ocupado en reunir algunos pedazos de madera que había en el suelo.
-¿Qué haces? preguntó su padre.
-Una tartera, contestó, para dar de comer a papá y a mamá cuando sean viejos.
El marido y la mujer se miraron por un momento sin decirse una palabra. Después se echaron a llorar, volvieron a poner al abuelo a la mesa; y comió siempre con ellos, siendo tratado con la mayor amabilidad.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

La pícara cocinera

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Érase una cocinera llamada Margarita, que calzaba zapatos de tacón colorado; y cuando salía con ellos, se contoneaba, muy satisfecha y presumida, y pensaba: "¡Eres una guapa moza!".Y cuando llegaba a casa, de puro contenta se bebía un trago de vino, y como el vino le abría el apetito, empezaba a probar los guisados que tenía en el fuego, hasta quedarse harta, al tiempo que decía: "La cocinera ha de vigilar cómo sabe el guisado".Un día le dijo su señor:- Margarita, esta noche vendrá un invitado; prepárame un par de gallinas tiernas, que estén bien asadas.- ¡Descuide el señor! -respondió Margarita.Degolló las dos gallinas, las escaldó, las desplumó, las ensartó en el asador y, al anochecer, las puso al fuego para que se asaran. Las gallinas comenzaron a dorarse, y el huésped no comparecía, por lo que dijo Margarita a su amo:- Si no viene el invitado tendré que sacar las gallinas del fuego, y será lástima no poder comerlas pronto, pues ahora es cuando están más jugosas y en su punto.- Me llegaré yo a buscar al invitado -respondió el dueño.No bien hubo vuelto el amo la espalda, Margarita puso de lado el asador con las gallinas, diciéndose: "El estar junto al fuego hace sudar y da sed. ¡Sabe Dios cuándo volverán! Mientras tanto, bajaré a la bodega a echar un traguito". Bajó muy ligera, llenóse un jarro y diciendo: "Que Dios te lo bendiga, Margarita", se echó al coleto un buen trago. "Eso del vino se pega -añadió-, y no es bueno cortarlo", y volvió a empinar el codo. Volvió luego a la cocina, puso otra vez las gallinas al fuego, bien untadas con mantequilla, y empezó a dar vueltas alegremente al asador. El asado desprendía un tufillo de lo más delicioso, y pensó Margarita: "Tengo que probarlo, no fuera caso que le faltara algo", y les pasó un dedo y se lo chupó. "¡Caramba -exclamó-, y qué buenas son las gallinas! Es un pecado y una vergüenza no comérselas cuando están a punto". Corrió a la ventana para ver si llegaban el dueño y su invitado; y como no venía nadie, se volvió a sus gallinas y pensó: "Esta ala se quemará; mejor es que me la coma". Cortóla, pues, se la zampó, ¡y lo bien que le supo! Una vez terminada, se dijo: "Hay que quitar también la otra, para que el señor no note que falta algo". Zampado que se hubo las dos alas, volvió a la ventana; pero el amo no aparecía por ninguna parte. "¡Quién sabe! -se le ocurrió-; a lo mejor no vienen, se habrán metido en alguna parte", y al cabo de un ratito: "Vamos, Margarita, anímate; una está ya empezada, otro traguito y te la comes entera; verás qué tranquila te quedas. ¿Por qué desperdiciar este don que te hace Dios?". Bajó, pues, a la bodega, echó un buen trago y se comió la gallina en buena paz y alegría,Desaparecida ya la primera, y como quiera que aún no comparecía el señor, mirándose la otra pensó Margarita: "Donde está la una debe estar la otra, pues forman pareja; hay que medir a todos con el mismo rasero. Creo que otro traguito no me haría ningún daño". Y otra vez alzó el codo, e hizo seguir a la segunda gallina el camino de la primera. Y he aquí que, hallándose en plenas delicias, llega el señor y le grita:- Date prisa, Margarita, que enseguida estará aquí el invitado.- Sí, señor, voy a servir inmediatamente -respondió Margarita. Mientras tanto, el dueño fue a comprobar si la mesa estaba bien puesta, y cogiendo el gran cuchillo con el que pensaba cortar las gallinas, lo afiló en el borde de un plato. En esto llegó el invitado y llamó modosa y delicadamente a la puerta. Margarita corrió a abrir y ver quién era, y al encontrarse con el invitado, poniéndose el dedo en los labios le dijo:- ¡Chiss, chiss! Volveos deprisa, pues si mi señor os atrapa, lo pasaréis mal. Os ha invitado a cenar, pero su verdadera intención es cortaros las dos orejas. Escuchad, si no, como está afilando el cuchillo.Oyó el forastero el ruido y echó a correr escaleras abajo. Margarita no se durmió, sino que, corriendo al comedor, exclamó:- ¡Valiente personaje habéis invitado!- ¿Por qué, Margarita? ¿Qué quieres decir?- Pues -respondió ella- que estaba yo trayendo las dos gallinas y me las ha quitado de la fuente y ha escapado con ellas.- ¡Vaya modales! -dijo el dueño, sintiendo en el alma la pérdida de las aves-. Si al menos nos hubiese dejado una, nos habría quedado algo de cena.Y salió a la calle, gritándole que volviese, pero el otro se hizo el sordo. Echó entonces a correr tras él, cuchillo en mano y gritándole:- ¡Sólo una, sólo una! -para que, al menos, no se llevase toda la cena. Pero el invitado, entendiendo que quería decir que se conformaría con una sola oreja, apresuró la carrera con todo el vigor de sus piernas, deseoso de salvar las dos.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

El clavel

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Existía una vez una reina a quien Dios Nuestro Señor no había concedido la gracia de tener hijos. Todas las mañanas salía al jardín a rogar al cielo le otorgase la gracia de la maternidad. Un día descendió un ángel del cielo y le dijo:- Alégrate, vas a tener un hijo dotado del don de ver cumplidos sus deseos, verá satisfechos cuanto sienta en este mundo.La reina fue a dar a su esposo la feliz noticia, y, cuando llegó la hora, dio a luz un hijo, con gran alegría del Rey.Cada mañana iba la Reina al parque con el niño, y se lavaba allí en una cristalina fuente. Ocurrió un día, cuando el niño estaba ya crecidito, que, teniéndolo en el regazo, la madre se quedó dormida. Entonces se acercó el viejo cocinero, que conocía el don particular del pequeño, y lo raptó; luego mató un pollo y derramó la sangre sobre el delantal y el vestido de la Reina. Luego de llevarse al niño a un lugar apartado, donde una nodriza se encargaría de amamantarlo, se presentó al Rey para acusar a su esposa de haber dejado que las fieras le robaran a su hijo. Y cuando el Rey vio el delantal manchada de sangre, dio crédito a la acusación, enfureció tanto, que hizo construir una profunda mazmorra donde no penetrase la luz del sol ni de la luna, y en ella mandó encerrar a la Reina, condenándola a permanecer allí durante siete años sin comer ni beber, para que muriese de hambre y sed. Pero Dios Nuestro Señor envió a dos ángeles del cielo en forma de palomas blancas, que bajaban volando todos los días y le llevaban la comida; y esto duró hasta que transcurrieron los siete años.Mientras tanto, el cocinero había pensado: "Puesto que el niño está dotado del don de ver satisfechos sus deseos, estando yo aquí podría provocar mi desgracia." Salió del palacio y se dirigió a la casa del muchachito, que ya era lo bastante crecido para saber hablar, y le dijo:- Desea tener un hermoso palacio, con jardín y todo lo que le corresponda.Y apenas habían salido las palabras de los labios del niño, apareció todo lo deseado. Al cabo de algún tiempo, le dijo el cocinero:- No está bien que vivas solo; desea una hermosa muchacha para compañera.Expresó el niño este deseo, y en el acto se le presentó una doncella lindísima, como ningún pintor hubiera sido capaz de pintar. De ahí en adelante jugaron juntos, y se querían tiernamente, mientras el viejo cocinero se dedicaba a la caza, como un gentil hombre. Pero un día se le ocurrió que el príncipe podía sentir deseos de estar al lado de su padre, cosa que tal vez lo colocaría a él en una situación difícil. Salió, pues, y llevándose a la muchachita en un lugar apartado, le dijo:- Esta noche, cuando el niño esté dormido, te acercarás a su cama y, después de clavarle el cuchillo en el corazón, me traerás su corazón y su lengua. Si no lo haces, lo pagarás con la vida.Partió, y al volver al día siguiente, la niña no había realizado su orden y le dijo:- ¿Por qué tengo que derramar sangre inocente que no ha hecho mal a nadie?- ¡Si no lo haces, te costará la vida! –le contestó el cocinero.Cuando se marchó, la muchacha hizo traer una cierva joven y la hizo matar; luego le sacó el corazón y la lengua, y los puso en un plato. Al ver que se acercaba el viejo, dijo a su compañero:- ¡Métete enseguida en la cama y tápate con la manta!Entró el malvado y preguntó:- ¿Dónde están el corazón y la lengua del niño?Tendió la niña el plato, y en el mismo momento el príncipe, destapándose, exclamó:- Viejo maldito, ¿por qué quisiste matarme? Ahora, oye tu sentencia. Vas a transformarte en perro de aguas; llevarás una cadena dorada al cuello y comerás carbones ardientes, de modo que el fuego te abrase la garganta.Y al tiempo que pronunciaba estas palabras, el viejo quedó transformado en perro de aguas, con una cadena dorada, atada al cuello; y los cocineros le daban para comer carbones ardientes, que le abrasaban la garganta.El hijo del Rey siguió viviendo todavía algún tiempo allí, siempre pensando en su madre, y en si vivía o estaba muerta. Finalmente le dijo a la muchacha:- Quiero irme a mi patria; si te gusta acompañarme, yo cuidaré de ti.- ¡Ay! -exclamó ella-. ¡Está tan lejos! Además, ¿qué haré en un país donde nadie me conoce? -. Al verla el príncipe indecisa, y como a los dos les dolía la separación, la convirtió en clavel y la prendió en su ojal.Se puso entonces en camino de su tierra, y el perro no tuvo más remedio que seguirlo. Se dirigió a la torre que servía de prisión a su madre, y, como era muy alta, expresó el deseo de que apareciese una escalera capaz de llegar hasta la mazmorra, y, bajando por ella, preguntó en voz alta:- Madrecita de mi alma, Señora Reina, ¿vivís aún o estáis muerta?Y respondió ella:- Acabo de comer y no tengo hambre -pensando que eran los ángeles.Pero él dijo:- Soy vuestro hijo querido, al que dijeron falsamente que las fieras os habían arrebatado del regazo; pero estoy vivo, y muy pronto os libertaré.Y, volviendo a salir de la torre, se encaminó al palacio del Rey, su padre, donde se hizo anunciar como un cazador forastero, que solicitaba ser empleado en la corte. El Rey aceptó sus servicios, a condición de que fuera un hábil cazador y supiera encontrar caza mayor, pues en todo el reino no la había habido nunca. El cazador prometió proporcionarle en cantidad suficiente para proveer la real mesa. Reunió luego a todos los cazadores, a quienes ordenó que se dispusiesen a salir con él al monte. Partió con ellos, y, una vez llegados al terreno, los colocó en un gran círculo abierto en un punto; situándose él en el medio, empezó a desear, y en un momento entraron en el círculo alrededor de un centenar de magníficas piezas, y los cazadores no tuvieron más trabajo que derribarlas a tiros. Fueron luego cargadas en sesenta carretas y llevadas al Rey, quien vio, al fin, colmada de caza su mesa, después de muchos años de verse privado de ella.Muy satisfecho el Rey, al día siguiente invitó a comer a toda la Corte, para lo cual hizo preparar un espléndido banquete.Estando ya todos reunidos, dijo, dirigiéndose al joven cazador:- Puesto que has demostrado tanta habilidad, te sentarás a mi lado.- Señor Rey, Vuestra Majestad me hace demasiado honor -respondió el joven-; no soy más que un sencillo cazador.Pero el Rey insistió, diciendo:- Quiero que te sientes a mi lado -y el joven tuvo que obedecer. Durante todo el tiempo pensaba en su querida madre, y, al fin, formuló el deseo de que uno de los cortesanos más altos hablara de ella y preguntara qué tal lo pasaba en la torre la Señora Reina; si vivía aún o había muerto. Apenas había formulado en su mente este deseo, cuando el mariscal se dirigió al Monarca en estos términos:- Serenísima Majestad, ya que nos encontramos aquí todos contentos y disfrutando, ¿cómo lo pasa la Señora Reina? ¿Vive o ya murió?A lo cual respondió el Rey:- Dejó que las fieras devorasen a mi hijo amadísimo; no quiero que se hable más de ella.Levantándose entonces el cazador, dijo:- Mí venerado Señor y Padre: la Reina vive todavía, y yo soy su hijo, y no fueron las fieras las que me robaron, sino aquel malvado cocinero viejo que, mientras mi madre dormía, me arrebató de su regazo, manchando su delantal con la sangre de un pollo -. Y, agarrando al perro por el collar de oro, añadió-: ¡Éste es el criminal! -y mandó traer carbones encendidos, que el animal hubo de comerse en presencia de todos, quemándose la garganta. Preguntó luego al Rey si quería verlo en su figura humana, y, ante su respuesta afirmativa, lo convirtió a su primitiva condición de cocinero, con su blanco mandil y el cuchillo al costado. Al verlo el Rey, ordenó, enfurecido, que lo arrojasen en el calabozo más profundo. Luego siguió diciendo el cazador:- Padre mío, ¿queréis ver también a la doncella que ha cuidado de mí, y a la que ordenaron me quitase la vida bajo pena de la suya, a pesar de lo cual no lo hizo?- ¡Oh sí, con mucho gusto! -respondió el Rey.- Padre y Señor mío, os la mostraré en figura de una bella flor -dijo el príncipe, y, sacándose del bolsillo el clavel, lo puso sobre la mesa real; y era hermoso como jamás el Rey viera otro semejante. Siguió el hijo: - Ahora os la voy a presentar en su verdadera figura humana -y deseó que se transforme en doncella. Y el cambio se produjo en el acto, apareciendo ante los presentes una joven tan bella como ningún pintor habría sabido pintar.El Rey envió a la torre a dos camareras y dos criados a buscar a la Señora Reina, con orden de acompañarla a la mesa real. Al llegar a ella, se negó a comer y dijo:- Dios misericordioso y compasivo, que me sostuvo en la torre, me llamará muy pronto.Vivió aún tres días, y murió como una santa. Y al ser sepultada, la siguieron las dos palomas blancas que la habían alimentado durante su cautiverio, y que eran ángeles del cielo, y se posaron sobre su tumba. El anciano rey ordenó que el cocinero fuese descuartizado; pero la pesadumbre se había apoderado de su corazón, y no tardó tampoco en morir. Su hijo se casó con la hermosa doncella que se había llevado en figura de flor, y Dios sabe si todavía viven.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

La zorra y el gato

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Ocurrió una vez que el gato se encontró en un bosque con la señora zorra, y pensando: "Es lista, experimentada y muy considerada en el mundo", dirigiósele amablemente en estos términos:- Buenos días, mi estimada señora zorra. ¿Qué tal está su señoría? ¿Cómo le va en estos tiempos difíciles?La zorra, henchida de orgullo, miró al gato despectivamente de pies a cabeza, y estuvo un buen rato meditando si valía la pena contestarle; pero, al fin, dijo:- ¡Oh, mísero lamebigotes, necio abigarrado, muerto de hambre, cazarratones, ¿qué te ha pasado por la cabeza? ¿Cómo te atreves a preguntarme si lo paso bien o mal? ¿Qué has aprendido tú, vamos a ver? ¿Cuántas artes conoces?- No conozco más que una -respondió el gato modestamente.- ¿Y cuál es esta arte tuya? -inquirió la zorra.- Cuando los perros me persiguen, sé subirme de un brinco a un árbol, y, de este modo, me salvo de ellos.- ¿Y es eso todo lo que sabes? -dijo la zorra-. Pues yo domino más de cien tretas, y aún me queda un saco lleno de ellas. Me das lástima; vente conmigo y te enseñaré la manera de escapar de los perros.En aquel momento se presentó un cazador con cuatro lebreles. El gato, veloz, saltó a un árbol y sentóse en la copa, bien oculto por las ramas y el follaje.- ¡Abrid el saco, señora zorra, abrid el saco! -gritó desde arriba; pero los canes habían hecho ya presa en la zorra y no la soltaban.- ¡Ay!, señora zorra -prosiguió el gato-, con vuestras cien tretas os han cogido. ¡Si hubieseis sabido trepar como yo, habríais salvado la vida!Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

El zorro y su comadre

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

La loba dio a luz un lobezno e invitó al zorro a ser padrino.- Es próximo pariente nuestro -dijo-, tiene buen entendimiento y habilidad, podrá enseñar muchas cosas a mi hijito y ayudarle a medrar en el mundo.El zorro se estimó muy honrado y dijo a su vez:- Mi respetable señora comadre, le doy las gracias por el honor que me hace. Procuraré corresponder de modo que esté siempre contenta de mí.En la fiesta se dio un buen atracón, se puso alegre y, al terminar, habló de este modo:- Estimada señora comadre: es deber nuestro cuidar del pequeño. Debe usted procurarse buena comida para que vaya adquiriendo muchas fuerzas. Sé de un corral de ovejas del que podríamos sacar un sabroso bocado.Gustóle a la loba la canción y salió en compañía del zorro en dirección al cortijo. Al llegar cerca, el zorro le enseñó la casa, diciendo:- Podrá entrar sin ser vista de nadie, mientras yo doy la vuelta por el otro lado; tal vez pueda hacerme con una gallinita.Pero en lugar de ir a la granja, tumbóse en la entrada del bosque y, estirando las patas, se puso a dormir.La loba entró en el corral con todo sigilo; pero en él había un perro, que se puso a ladrar; acudieron los campesinos y, sorprendiendo a la señora comadre con las manos en la masa, le dieron tal vapuleo que no le dejaron un hueso sano. Al fin logró escapar, y fue al encuentro del zorro, el cual, adoptando una actitud lastimera, exclamó:- ¡Ay, mi estimada señora comadre! ¡Y qué mal lo he pasado! Los labriegos me pillaron, y me han zurrado de lo lindo. Si no quiere que estire la pata aquí, tendrá que llevarme a cuestas.La loba apenas podía con su alma; pero el zorro le daba tanto cuidado, que lo cargó sobre su espalda y llevó hasta su casa a su compadre, que estaba sano y bueno. Al despedirse, díjole el zorro:- ¡Adiós, estimada señora comadre, y que os haga buen provecho el asado! -, y, soltando la gran carcajada, echó a correr.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

El lobo y la zorra

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

El lobo vivía con la zorra, y ésta debía hacer lo que él le mandaba, porque era la más débil; con mucho gusto se hubiera librado de su amo. Un día en que los dos vagaban por el bosque, dijo el lobo:- Pelirroja, tengo hambre; búscame algo de comer o te devoraré a ti.Respondió la zorra:- Sé de una granja donde hay unos cuantos corderos; si quieres, iremos por uno.Asintió el lobo, se encaminaron a la granja, robó la zorra el cordero, lo llevó a su amo y echó a correr. El lobo se comió el cordero; pero no habiendo quedado satisfecho, quiso también los restantes y fue en su busca. Pero tan torpemente lo hizo, que la oveja madre lo sintió y se puso a balar tan fuerte y a meter tanto ruido, que los campesinos acudieron corriendo y pillaron al lobo, propinándole tal paliza, que la fiera llegó a la guarida de la zorra aullando y cojeando:- ¡A buen sitio me llevaste! -lamentóse-. Cuando quise apoderarme de otro cordero, los campesinos me atraparon y me pusieron como nuevo.- ¿Por qué has de ser tan glotón? -replicóle la zorra.Al día siguiente volvieron a salir a la campiña, y el glotón del lobo repitió lo de la víspera:- Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti.Y respondió la zorra:- Conozco una alquería, donde hoy la mujer fríe buñuelos; vamos a buscar unos cuantos.Dirigiéronse a la alquería, y la zorra se deslizó por los alrededores, espiando y olfateando hasta que, habiendo descubierto la fuente de los buñuelos, cogió media docena y se los llevó al lobo:- Ahí tienes merienda -le dijo, y se marchó. El lobo se zampó los buñuelos de un bocado y dijo:- Saben a más.Entró en la despensa y se lanzó sobre la fuente, con tan mala pata que ésta se cayó al suelo y se hizo añicos, con gran estrépito. Acudió la mujer y, al ver al lobo, llamó a la gente. Vinieron todos corriendo y zurraron al animal de tal modo, que hubo de huir cojo de dos patas. En lamentable estado llegó a la madriguera de la zorra,- ¡Maldito lugar a que me llevaste! -gritóle-. Los hombres me pescaron y me molieron a palos.Pero la zorra le respondió:- ¿Por qué has de ser tan glotón?Al tercer día de salir juntos, el lobo, que andaba con dificultad y cojeando, volvió a las andadas:- Pelirroja, tráeme algo de comer o te devoraré a ti.Dijo la zorra:- Sé de un hombre que ha hecho la matanza y guarda la carne salada en un barril, en la bodega; vamos por ella.- Pero te vendrás conmigo -dijo el lobo-, para ayudarme en el caso de que no pueda huir.- Por mí, no hay inconveniente -contestó la zorra, y le enseñó los rodeos y caminos por donde, al fin, llegaron a la bodega.Había en ella carne en abundancia, y el lobo se puso enseguida a la tarea: "¡Hay para rato, antes no termine!", pensó. Tampoco la zorra se quedó corta, pero mientras comía, miraba en todas direcciones, y con frecuencia corría al agujero por el que habían entrado, para vigilar que su cuerpo no se hinchase demasiado y le impidiera salir. Díjole el lobo:- Amiga zorra, ¿a qué vienen estas constantes idas y venidas, y este saltar de fuera adentro y de dentro afuera?- Vigilo que no venga alguien -respondióle la astuta-. ¡Tú no comas demasiado!Pero el lobo replicó:- ¡Lo que es yo, no me marcho hasta dejar el barril vacío!En éstas llegó el campesino a la bodega, pues había oído el ruido de los saltos de la zorra. Ésta, al verlo, de un brinco escapó por el agujero; el lobo quiso seguirla, pero a fuerza de comer se había llenado de tal modo que no pudo pasar por el agujero y se quedó en él aprisionado. Armóse el dueño de un buen garrote, y mató al lobo a garrotazos, mientras la zorra saltaba por el bosque, contenta de haberse librado del viejo glotón.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

El lobo y el hombre

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Un día la zorra ponderaba al lobo la fuerza del hombre: no había animal que le resistiera, y todos habían de valerse de la astucia para guardarse de él. Respondióle el lobo:- Como tenga ocasión de encontrarme con un hombre, ¡vaya si arremeteré contra él!- Puedo ayudarte a encontrarlo -dijo la zorra-; ven mañana de madrugada, y te mostraré uno.Presentóse el lobo temprano, y la zorra lo condujo al camino que todos los días seguía el cazador. Primeramente pasó un soldado licenciado, ya muy viejo.- ¿Es eso un hombre? -preguntó el lobo.- No -respondió la zorra-, lo ha sido.Acercóse después un muchacho, que iba a la escuela.- ¿Es eso un hombre?- No, lo será un día.Finalmente, llegó el cazador, la escopeta de dos cañones al hombro y el cuchillo de monte al cinto. Dijo la zorra al lobo.- ¿Ves? ¡Eso es un hombre! Tú, atácalo si quieres, pero, lo que es yo, voy a ocultarme en mi madriguera.Precipitóse el lobo contra el hombre. El cazador, al verlo, dijo:- ¡lástima que no lleve la escopeta cargada con balas! -y, apuntándole, disparóle una perdigonada en la cara. El lobo arrugó intensamente el hocico, pero, sin asustarse, siguió derecho al adversario, el cual le disparó la segunda carga. Reprimiendo su dolor, el animal se arrojó contra el hombre, y entonces éste, desenvainando su reluciente cuchillo de monte, le asestó tres o cuatro cuchilladas, tales, que el lobo salió a escape, sangrando y aullando, y fue a encontrar a la zorra.- Bien, hermano lobo -le dijo ésta-, ¿qué tal ha ido con el hombre?- ¡Ay! -respondió el lobo-, ¡yo no me imaginaba así la fuerza del hombre! Primero cogió un palo que llevaba al hombro, sopló en él y me echó algo en la cara que me produjo un terrible escozor; luego volvió a soplar en el mismo bastón, y me pareció recibir en el hocico una descarga de rayos y granizo; y cuando ya estaba junto a él, se sacó del cuerpo una brillante costilla, y me produjo con ella tantas heridas, que por poco me quedo muerto sobre el terreno.- ¡Ya estás viendo lo jactancioso que eres! -díjole la zorra-. Echas el hacha tan lejos, que luego no puedes ir a buscarla.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

Seis que salen de todo

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Había una vez un hombre muy hábil en toda clase de artes y oficios. Sirvió en el ejército, mostrándose valiente y animoso; pero al terminar la guerra lo licenciaron sin darle más que tres reales como ayuda de costas.- Aguardad un poco -dijo-, que de mí no se burla nadie. En cuanto encuentre los hombres que necesito, no le van a bastar al Rey, para pagarme, todos los tesoros del país.Partió muy irritado, y al cruzar un bosque vio a un individuo que acababa de arrancar de cuajo seis árboles con la misma facilidad que si fuesen juncos. Díjole:- ¿Quieres ser mi criado y venirte conmigo?- Sí -respondió el hombre-, pero antes déjame que lleve a mi madre este hacecillo de leña -; asió uno de los troncos, lo hizo servir de cuerda para atar los cinco restantes, y, cargándose el haz al hombro, se lo llevó. Al poco rato estaba de vuelta, y él y su nuevo amo se pusieron en camino. Díjole el amo:- Vamos a salirnos de todo, nosotros dos.Habían andado un rato, cuando encontraron un cazador que ponía rodilla en tierra y apuntaba con la escopeta. Preguntóle el amo:- ¿A qué apuntas, cazador?A lo cual respondió el cazador:- A dos millas de aquí hay una mosca posada en la rama de un roble, y quiero acertarla en el ojo izquierdo.- ¡Vente conmigo! -dijo el amo-, que los tres juntos vamos a salirnos de todo.Avínose el cazador y se unió a ellos. Pronto llegaron a un lugar donde se levantaban siete molinos de viento, cuyas aspas giraban a toda velocidad, a pesar de que no se sentía la más ligera brisa, y de que no se movía una sola hojita de árbol. Dijo el hombre:- No sé qué es lo que mueve estos molinos, pues no sopla un hálito de viento -y siguió su camino con sus compañeros. Habían recorrido otras dos millas, cuando vieron a un individuo subido a un árbol que, tapándose con un dedo una de las ventanillas de la nariz, soplaba con la otra.- ¡Oye!, ¿qué estás haciendo ahí arriba? -preguntó el hombre; a lo cual respondió el otro:- A dos millas de aquí hay siete molinos de viento, y estoy soplando para hacerlos girar.- Ven conmigo -le dijo el otro-, que yendo los cuatro vamos a salirnos de todo.Bajó del árbol el soplador y se unió a los otros. Al cabo de un buen trecho se toparon con un personaje que se sostenía sobre una sola pierna; se había quitado la otra y la tenía a su lado. Díjole el amo:- ¡Pues no te has ingeniado mal para descansar!- Soy andarín -replicó el hombre-, y me he desmontado una pierna para no ir tan deprisa; cuando corro con las dos piernas, ni los pájaros pueden seguirme.- Ven conmigo, que yendo los cinco juntos vamos a salirnos de todo.Marchóse con ellos, y poco rato después les salió al paso otro que llevaba el sombrero puesto sobre la oreja.- ¡Vaya finura! -exclamó el soldado-. ¡Quítate el sombrero de la oreja y póntelo en la cabeza! Diríase que te falta un tornillo.- Me guardaré muy bien de hacerlo -replicó el otro-, pues si me lo pongo en la cabeza, empezará a hacer un frío tan terrible, que las aves del cielo se helarán y caerán muertas.- Vente conmigo -dijo el jefe-, que yendo los seis juntos vamos a salirnos de todo.Y el grupo llegó a la ciudad cuyo rey había mandado pregonar que la mano de su hija sería para el hombre que se aviniese a competir con ella en la carrera y la venciese; entendiéndose que si fracasaba, perdería también la cabeza. Presentóse el jefe al Rey y le dijo:- Haré que uno de mis criados corra por mí.A lo cual contestó el Rey:- Bien, pero a condición de que pongas tú también tu cabeza en prenda, de manera que si pierde, moriréis los dos.Aceptada la condición, el hombre mandó al corredor que se pusiera la otra pierna y le dijo:- Y ahora, listo, y procura que ganemos.Habíase convenido que el vencedor sería aquel que volviera primero de una fuente muy alejada, trayendo un jarro de agua. Dieron sendos jarros a la princesa y a su competidor, y los dos partieron simultáneamente. Pero en un momento, cuando la princesa no había recorrido sino un breve espacio, ya el andarín se había perdido de vista, como si se lo hubiera llevado el viento.Llegó a la fuente y, después de llenar el jarro de agua, emprendió el regreso. A mitad del camino, empero, sintióse fatigado y, echándose en el suelo con el jarro a su lado, se quedó dormido. Tuvo, empero, la precaución de usar como almohada un duro cráneo de caballo que encontró por allí, para que lo duro del cojín no le dejara dormir mucho.Entretanto la princesa, que era muy buena corredora, tanto como cabe en una persona normal, había llegado a su vez a la fuente y, llenando el jarro, había emprendido la vuelta. Al ver a su rival dormido en el suelo, alegróse, diciendo:- ¡El enemigo está en mis manos! -y, vaciándole la vasija, siguió su camino.Todo se habría perdido de no ser por el cazador de los ojos de lince, que había visto la escena desde la azotea del palacio. Díjose para sus adentros:- Pues la hija del Rey no se saldrá con la suya -y, cargando la escopeta, disparó con tal puntería, que acertó el cráneo que servía de almohada al durmiente, sin tocar a éste. Despertó sobresaltado el andarín y se dio cuenta de que su jarro estaba vacío y la princesa le llevaba la delantera. No se desanimó el hombre por tan poca cosa; volvió a la fuente, llenó el jarro de nuevo, y todavía llegó al palacio diez minutos antes que su competidora.- ¡Ahora sí que he hecho servir las piernas! -dijo-; lo que he hecho a la ida no puede llamarse correr.Pero al Rey, y más aún a su hija, les dolía aquel casamiento con un vulgar soldado, por lo que deliberaron sobre la manera de deshacerse de él y sus hombres. Dijo el Rey:- He ideado un medio, no te preocupes; verás cómo nos deshacemos de ellos -. Y, dirigiéndose a los seis, les habló así-: Ahora tenéis que celebrar vuestra victoria con un buen banquete -y los condujo a una sala que tenía el suelo y las puertas de hierro; en cuanto a las ventanas, estaban aseguradas por gruesos barrotes, de hierro también. En la habitación habían puesto una mesa con suculentas viandas, y el Rey prosiguió-: ¡entrad ahí y regalaos!Y cuando ya estuvieron dentro mandó cerrar las puertas y echarles los cerrojos. Llamando luego al cocinero, le ordenó que encendiese fuego debajo de la habitación y lo mantuviese todo el tiempo necesario para que el hierro se pusiera candente. Obedeció el cocinero, y al cabo de poco los seis comensales encerrados en la habitación empezaron a sentir un intenso calor. Al principio creyeron que era por lo bien que habían comido; pero al ir en aumento la temperatura, trataron de salir, encontrándose con que puertas y ventanas estaban cerradas. Entonces comprendieron el malvado designio del Rey.- ¡Pues no va a salirse con la suya! -exclamó el del sombrero-; voy a provocar una helada tal, que el fuego se retirará avergonzado.Y, colocándose el sombrero sobre la cabeza, a los pocos momentos comenzó a sentirse un frío rigurosísimo, hasta el punto de que la comida se helaba en los platos. Transcurridas un par de horas, creyendo el Rey que todos estarían ya achicharrados, mandó abrir la puerta y fue personalmente a ver el resultado de su estratagema. Y he aquí que no bien se abrió la puerta salieron los seis, frescos y sanos, diciendo que ya estaban deseando salir para calentarse un poco, pues en aquella habitación hacía tanto frío que se helaban hasta los manjares. El Rey, fuera de sí, fue a reñir al cocinero por no haber cumplido sus órdenes. Y respondió el hombre:- Pues hay un buen fuego, Véalo Vuestra Majestad.Entonces el Rey pudo comprobar que bajo el piso de hierro de la habitación ardía un fuego enorme, y comprendió que nada podría con aquella gente.Tras nuevas cavilaciones, siempre buscando el medio de deshacerse de tan molestos huéspedes, mandó llamar al jefe de los seis y le dijo:- ¿Quieres oro a cambio de la mano de mi hija? Te daré cuanto quieras.- De acuerdo, Señor Rey -respondió el jefe-; con que me deis el que pueda llevar uno de mis criados, renunciaré a vuestra hija.Púsose el Rey la mar de contento, y el otro prosiguió:- Dentro de dos semanas volveré a buscarlo.Y, acto seguido, reunió a todos los sastres del país, los cuales se pasaron catorce días cosiendo un saco. Cuando estuvo terminado, el forzudo de los seis, aquel que arrancaba los árboles de cuajo, se lo cargó a la espalda y se presentó al Rey. Exclamó éste:- ¡Vaya hombre fornido, que lleva sobre sus hombros una bala de tela como una casa! -y pensó, asustado: "¡Cuánto oro podrá llevar!". Ordenó que trajeran una tonelada, para lo cual se necesitaron dieciséis de sus hombres más robustos; pero el forzudo lo levantó con una sola mano y, metiéndolo en el saco, dijo:- ¿Por qué no traéis más? ¡Esto apenas llena el fondo del saco!Y, así, el Rey tuvo que entregar poco a poco todo su tesoro, que el forzudo fue metiendo en el saco, y aún éste no se llenó más que hasta la mitad.- ¡Que traigan más! -decía el hombre-. ¡Qué hago con estos puñaditos!Hubo que enviar carros a todo el reino, y se cargaron siete mil carretas, que el forzudo metió en el saco junto con los bueyes que las arrastraban:- No seré exigente -dijo-, y meteré lo que venga, con tal de llenar el saco -. Cuando ya no quedaba nada por cargar, dijo:- Terminemos de una vez; bien puede atarse un saco aunque no esté lleno del todo -. Y, echándoselo a cuestas, fue a reunirse con sus compañeros.Al ver el Rey que aquel hombre solo se marchaba con las riquezas de todo el país, ordenó, fuera de sí, que saliese la caballería en persecución de los seis, con orden de quitar el saco al forzudo. Dos regimientos no tardaron en alcanzarlos y les gritaron:- ¡Daos presos! ¡Dejad el saco del oro, si no queréis que os hagamos polvo!- ¿Qué dice? -exclamó el soplador-, ¿que nos demos presos? ¡Antes vais a volar todos por el aire! -y, tapándose una ventanilla de la nariz, púsose a soplar con la otra en dirección de los dos regimientos, los cuales, en un abrir y cerrar de ojos, quedaron dispersos, con los hombres y caballos volando por los aires, precipitados más allá de las montañas. Un sargento mayor pidió clemencia, diciendo que tenía nueve heridas, y era hombre valiente que no se merecía aquella afrenta. El soplador aflojó entonces un poco para dejarlo aterrizar sin daño, y luego le dijo:- Ve al Rey y dile que mande más caballería, pues tengo grandes deseos de hacérsela volar toda.Cuando el Rey oyó el mensaje, exclamó:- Dejadlos marchar; no hay quien pueda con ellos.Y los seis se llevaron el tesoro a su país, donde se lo repartieron y vivieron felices el resto de su vida.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

Monday Aug 12, 2024

Un padre llamó un día a sus tres hijos, y les regaló: al primero, un gallo; al segundo, una guadaña, y al tercero, un gato.- Ya soy viejo -les dijo-, se acerca mi muerte, y antes de dejaros he querido asegurar vuestro porvenir. Dineros no tengo, y lo que os doy ahora quizás os parezca de poco valor; todo depende de cómo sepáis emplearlo. Que cada uno busque un país en el que estas cosas sean desconocidas, y vuestra fortuna estará hecha.Muerto el padre, el hijo mayor se marchó con su gallo; pero dondequiera que llegaba, el animal era conocido: en las ciudades lo veía ya desde lejos en lo alto de los campanarios, girando a merced del viento; y en los pueblos lo oía cantar. Su gallo no causaba la menor sensación, y no parecía que hubiese de traerle mucha suerte.Llegó, por fin, a una isla, cuyos habitantes jamás habían visto un gallo, y que, además, no sabían distribuir el tiempo. Distinguían, sí, la mañana de la tarde; mas por la noche, en cuanto dormían, nunca sabían qué hora era.- Mirad -les dijo él- este apuesto animal, que lleva en la cabeza una corona escarlata, y en los pies, espolones como un caballero. Por la noche os cantará tres veces a una hora fija, y cuando lo haga por última vez, querrá decir que está ya para salir el sol. Y cuando cante durante el día, preparaos, pues, sin duda, habrá un cambio de tiempo.A aquellas personas les gustaron las cualidades del gallo, y se pasaron una noche sin dormir, comprobando con gran satisfacción que anunciaba la hora a las dos, las cuatro y las seis. Preguntaron entonces al joven si estaba dispuesto a venderles el ave, y cuánto pedía por ella.- El oro que pueda transportar un asno -respondióles.- Es una bagatela, por un animal tan precioso -declararon unánimemente los isleños, y, gustosos, le dieron por el gallo lo que pedía.Cuando el mozo regresó a su casa con su fortuna, sus dos hermanos se quedaron admirados, y el segundo dijo:- Pues ahora me marcho yo, a ver si logro sacar tan buen partido de mi guadaña.No parecía probable, ya que por doquier encontraba campesinos que iban con el instrumento al hombro, como él. Finalmente, llegó también a una isla, cuyos moradores desconocían la guadaña. Cuando el grano estaba maduro llevaban a los campos cañones de artillería y los arrasaban a cañonazos. Pero era un procedimiento muy impreciso, pues unas bombas pasaban demasiado altas; otras, daban contra las espigas en vez de hacerlo contra los tallos, con lo que se perdía buena parte de la cosecha; y nada digamos del ensordecedor estruendo que metían con todo aquello. Adelantándose el joven forastero, se puso a segar silenciosamente y con tanta rapidez, que a las gentes les caía la baba de verlo. Se declararon dispuestos a comprarle la herramienta por el precio que pidiese; y, así, recibió un caballo cargado con todo el oro que pudo transportar.Tocóle la vez al tercer hermano, que partió con el propósito de sacar el mejor partido posible de su gato. Le sucedió como a los otros dos; mientras estuvo en el continente no pudo conseguir nada, pues en todas partes había gatos, tantos, que a la mayoría de cachorros los ahogaban al nacer. Pero al fin se embarcó y llegó a una isla en la que, felizmente para él, nadie había visto jamás ninguno, y los ratones andaban en ella como Perico por su casa, bailando por encima de mesas y bancos, lo mismo si el dueño estaba, como si no. Los isleños hallábanse de aquella plaga hasta la coronilla, y ni el propio rey sabía cómo librarse de ella en su palacio. En todas las esquinas se veían ratones silbando y royendo lo que llegaba al alcance de sus dientes. Pero he aquí que entró el gato en escena, y en un abrir y cerrar de ojos limpió de ratones varias salas, por lo que los habitantes suplicaron al Rey comprase tan maravilloso animal para bien del país. El Rey pagó gustoso lo que le pidió el dueño, que fue un mulo cargado de oro; y, así, el tercer hermano regresó a su pueblo más rico aún que los otros dos.En palacio, el gato se daba la gran vida con los ratones, matando tantos, que nadie podía contarlos. Finalmente, le entró sed, acalorado como estaba por su mucho trabajo, y, quedándose un momento parado, levantó la cabeza y gritó: "¡Miau, miau!". Al oír aquel extraño rugido, el Rey y todos sus cortesanos quedaron aterrorizados y, presa de pánico, huyeron del palacio. En la plaza celebró consejo el Rey, para estudiar el proceder más adecuado en aquel trance. Decidióse, al fin, enviar un heraldo al gato, para que lo conminara a abandonar el palacio, advirtiéndole que, de no hacerlo, se recurriría a la fuerza. Dijeron los consejeros:- Preferimos la plaga de los ratones, que es un mal conocido, a dejar nuestras vidas a merced de un monstruo semejante.Envióse a un paje a pedir al gato que abandonase el palacio de buen grado; pero el animal, cuya sed iba en aumento, se limitó a contestar: "¡Miau, miau!", entendiendo el paje: "¡no y no!"; y corrió a transmitir la respuesta al Rey.- En este caso -dijeron los consejeros- tendrá que ceder ante la fuerza.Trajeron la artillería y dispararon contra el castillo con bombas incendiarias. Cuando el fuego llegó a la sala donde se hallaba el gato, salvóse éste saltando por una ventana; pero los sitiadores no dejaron de disparar hasta que todo el castillo quedó convertido en un montón de escombros.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

Yorinda y Yoringuel

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Érase una vez un viejo castillo, que se levantaba en lo más fragoso de un vasto y espeso bosque. Lo habitaba una vieja bruja, que vivía completamente sola. De día tomaba la figura de un gato o de una lechuza, y al llegar la noche recuperaba de nuevo su forma humana. Poseía la virtud de atraer a toda clase de aves y animales silvestres, de los que se alimentaba. Todo aquel que se acercaba a cien pasos del castillo quedaba detenido, sin poder moverse del lugar hasta que ella se lo permitía; y siempre que entraba en aquel estrecho círculo una doncella, la vieja la transformaba en pájaro y, metiéndola en una cesta, la guardaba en un aposento del castillo. Tendría quizás unas siete mil cestas de esta clase.Vivía también por aquel entonces una doncella llamada Yorinda, más hermosa que ninguna. Era la prometida de un doncel, muy apuesto también, que tenía por nombre Yoringuel. Hallábanse en lo mejor de su noviazgo, y nada les gustaba tanto como estar juntos. Para poder hablar a solas, se fueron un día a pasear por el bosque.- ¡Guárdate bien - dijo Yoringuel - de acercarte demasiado al castillo!Era un bello atardecer; el sol brillaba entre las ramas de los árboles, bañando con su luz el verde de la selva, y una tórtola cantaba su lamento desde lo alto de la vieja haya.De pronto, a Yorinda se le saltaron las lágrimas; sentóse al sol, y se echó a llorar; y también lloraba Yoringuel. Ambos se sentían presa de una extraña angustia, como si presintieran la proximidad de la muerte. Miraban a su alrededor, desconcertados, y no sabían cómo volver a casa. El sol se ocultaba; sólo la mitad de su disco sobresalía de la cima de la montaña cuando Yoringuel, al dirigir la mirada a través de la maleza, descubrió, a muy poca distancia, el viejo muro del castillo. Aterrorizado, sintió una angustia de muerte, mientras Yorinda cantaba:"Mi pajarillo del rojo anillocanta tristeza, tristeza, tristeza,canta la muerte a su pichoncillo,canta tristeza, ¡tirit, tirit, tirit!".Yoringuel se volvió a mirar a Yorinda. La doncella se había transformado en un ruiseñor y cantaba: "¡Tirit, tirit!". Una lechuza de ojos ardientes pasó tres veces volando sobre sus cabezas, gritando cada vez: "¡Chu, chu, ju, ju!". Yoringuel no podía moverse; se sentía como petrificado, sin poder llorar, ni hablar, ni mover manos ni pies.El sol acabó de desaparecer, la lechuza voló a un arbusto, e inmediatamente salió del follaje una vieja encorvado, flaca y macilenta, de grandes ojos encarnados y corva nariz que casi tocaba con la puntiaguda barbilla. Refunfuñando, cogió al ruiseñor y se lo llevó. Yoringuel no podía pronunciar una palabra ni moverse del lugar; el ruiseñor había desaparecido. Finalmente, volvió la bruja y, con voz sorda, dijo:- ¡Hola, Zaquiel! Cuando brille la lunita en su cestita, desata, Zaquiel, en buena hora.Y Yoringuel quedó desencantado. Postrándose a los pies de la vieja, suplicóle que le devolviese a su Yorinda. Pero ella le respondió que jamás volvería a verla, y desapareció. El mozo lloró, clamó, se lamentó, pero todo en vano. "¿Qué será de mí?", se decía. Anduvo a la ventura, y, al fin, llegó a un pueblo desconocido, en el que residió durante largo tiempo, trabajando como pastor de ovejas. Con frecuencia iba a rodar por los parajes del castillo, pero sin aventurarse nunca a acercarse demasiado. Soñó una noche que encontraba una flor roja como la sangre, en cuyo centro había una hermosa perla de gran tamaño. Arrancó la flor y se dirigió con ella al castillo; todo lo que tocaba con la flor, quedaba al momento desencantado; al fin recuperaba también a su Yorinda.Al levantarse por la mañana se puso a buscar por montes y valles la flor soñada, hasta que, al llegar la madrugada del día noveno, la encontró. Tenía en el centro una gota de rocío, grande y hermosa como una perla. Cortóla y la llevó hasta el castillo; cuando llegó a cien pasos de él no se quedó petrificado, sino que pudo continuar hasta la puerta. Contentísimo, tocó con la flor el portal y éste se abrió bruscamente. Atravesó el patio, agudizando el oído para localizar el aposento de las aves, y, al fin, las oyó. Al entrar en él encontróse con la bruja, que estaba dando de comer a los pájaros encerrados en las siete mil cestas. Al ver la vieja a Yoringuel, encolerizóse terriblemente y se puso a increparle y a escupirle bilis y veneno; pero no podía acercársele a más de dos pasos. Él, sin hacerle caso, se dirigió a las cestas que contenían los pájaros; pero, entre tantos centenares de ruiseñores, ¿cómo iba a reconocer a su Yorinda? Mientras seguía buscando, observó que la vieja se llevaba disimuladamente una cesta, y con ella se encaminaba hacia la puerta. Precipitándose sobre la bruja, con la flor tocó la cesta y, al mismo tiempo, a la mujer, la cual perdió en el acto todo su poder de brujería, mientras reaparecía Yorinda, tan hermosa como antes, y se arrojaba en sus brazos. Redimió él entonces a todas las demás doncellas transformadas en aves y, con Yorinda, regresaron a su casa, donde ya vivieron muchos años con toda felicidad.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

Monday Aug 12, 2024

Juan quería que su hijo aprendiera un oficio; fue a la iglesia y rogó a Dios Nuestro Señor que le inspirase lo que fuera más conveniente. El sacristán, que se encontraba detrás del altar, le dijo: "¡Ladrón fullero, ladrón fullero!".Volvió Juan junto a su hijo y le comunicó que había de aprender de ladrón fullero, pues así lo había dicho Dios Nuestro Señor. Se puso en camino con el muchacho en busca de alguien que supiera aquel oficio. Después de mucho andar, llegaron a un gran bosque, y allí encontraron una casita en la que vivía una vieja. Preguntóle Juan:- ¿No sabría de algún hombre que entienda el oficio de ladrón fullero?- Aquí mismo, y muy bien lo podrás aprender -dijo la mujer-; mi hijo es maestro en el arte. - Y Juan habló con el hijo de la vieja:- ¿No podría enseñar a mi hijo el oficio de ladrón fullero?A lo que respondió el maestro:- Enseñaré a vuestro hijo como se debe. Volved dentro de un año; si entonces lo conocéis, renuncio a cobrar nada por mis enseñanzas; pero si no lo conocéis, tendréis que pagarme doscientos ducados.Volvió el padre a su casa, y el hijo aprendió con gran aplicación el arte de la brujería y el oficio de ladrón. Transcurrido el año, fue el padre a buscarlo, pensando tristemente, durante el camino cómo se las compondría para reconocer a su hijo. Mientras avanzaba sumido en sus cavilaciones, fijó la mirada ante sí y vio que le salía al paso un hombrecillo, el cual le preguntó:- ¿Qué te pasa buen hombre? Pareces muy preocupado.- ¡Ay! -exclamó Juan-, hace un año coloqué a mi hijo en casa de un maestro en fullería, el cual me dijo que volviese al cabo de este tiempo, y si no reconocía a mi hijo, tendría que pagarle doscientos ducados; pero sí lo reconocía, no debería abonarle nada. Y ahora siento gran miedo de no reconocerlo, pues no sé de dónde voy a sacar el dinero.Díjole entonces el hombrecillo que se llevase una corteza de pan y se colocara con ella debajo de la campana de la chimenea. Sobre la percha de que pendían las cremalleras había un cestito, del que asomaba un pajarillo; aquél era su hijo.Entró Juan y cortó una corteza de pan moreno delante de la cesta. Inmediatamente salió de ella un pajarillo y se lo quedó mirando.- Hola, hijo mío, ¿estás aquí? -dijo el padre. Alegróse el hijo al ver a su padre, mientras el maestro refunfuñó:- El diablo te lo ha dicho. ¿Cómo, si no, habrías podido reconocer a tu hijo?- Padre, vámonos -dijo el muchacho.El padre emprendió, con su hijo el regreso a casa; durante el camino se cruzaron con un coche. Dijo entonces el muchacho:- Voy a transformarme en un gran lebrel, y así podréis ganar mucho dinero conmigo.Y gritó el señor del coche:- Buen hombre, ¿queréis venderme ese perro?- Sí -respondió el padre.- ¿Cuánto pedís?- Treinta ducados.- Mucho dinero es, buen hombre; pero, en fin, el lebrel me gusta y me quedo con él.El señor lo subió al coche; pero apenas hubo corrido un breve trecho cuando el perro, saltando del carruaje por la ventanilla, a través del cristal, desapareció y fue a reunirse con supadre.Llegaron los dos juntos a casa. Al día siguiente había mercado en la aldea vecina, y dijo el mozo a su padre:- Ahora me transformaré en un magnífico caballo, y vos me venderéis. Pero después de cerrar el trato debéis quitarme la brida, pues, de otro modo, no podría volver a mi condición de persona.Encaminóse el hombre al mercado con su caballo, y se le presentó el maestro de fullerías y le compró el animal por cien ducados; mas el padre, distraído, se olvidó de quitarle la brida. El comprador se llevó el caballo a su casa y lo metió en el establo. Al pasar la criada por el zaguán, dijo el caballo:- ¡Quítame la brida, quítame la brida!La muchacha se quedó parada, el oído atento:- ¡Cómo! ¿Sabes hablar?Fue y le quitó la brida, y el caballo, transformándose en gorrión, huyó volando sobre la puerta. Pero el maestro convirtióse también en gorrión y salió detrás de él. Al alcanzar al otro empezó la pelea; pero el maestro, que llevaba las de perder, se transformó en pez y se sumergió en el agua. Entonces el joven se volvió también pez y se reanudó la lucha; el maestro lo pasaba mal, y hubo de transformarse nuevamente. Tomó la figura de un pollo, y el mozo, la de una zorra, y, lanzándose sobre su maestro, le cortó la cabeza de una dentellada. Y ahí tenéis al maestro muerto; y muerto sigue hasta el día de hoy.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

Los doce cazadores

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Vivía en otro tiempo un príncipe que tenía una prometida de la que estaba muy enamorado. Hallándose a su lado, feliz y contento, le llegó la noticia de que el Rey, su padre, se encontraba enfermo de muerte y quería verlo por última vez antes de rendir el alma. Dijo entonces el joven a su amada:- Debo marcharme y dejarte; aquí te doy un anillo como recuerdo. Cuando sea rey, volveré a buscarte y te llevaré a palacio.Montó a caballo y partió a ver a su padre; al llegar ante su lecho, el Rey estaba a las puertas de la muerte. Díjole así:- Hijo mío amadísimo, he querido volverte a ver antes de morir. Prométeme que te casarás según mi voluntad -y le nombró a cierta princesa, que le destinaba por esposa. El joven estaba tan afligido que, sin acordarse de nada, exclamó:- ¡Sí, padre mío, lo haré según vos queréis!Y el Rey cerró los ojos y murió.Ya proclamado rey el hijo y terminado el período de luto, hubo de cumplir la promesa que hiciera a su padre. Envió, pues, a solicitar la mano de la princesa, la cual le fue otorgada. Al saberlo su antigua prometida, pesóle de tal modo aquella infidelidad de su novio, que estuvo en trance de morir. Díjole entonces su padre:- Hija mía querida, ¿por qué estás tan triste? Dime lo que deseas y lo tendrás.Permaneció la muchacha un momento pensativa, y luego respondió:- Padre mío, deseo tener once muchachas que sean exactamente iguales que yo de cara, de figura y de talla.Y dijo el Rey:- Si es posible, tu deseo será cumplido -y mandó que se hicieran pesquisas en todo el reino, hasta que se encontraron once doncellas idénticas a su hija en cara, figura y estatura.Al llegar al palacio de la princesa, dispuso ésta que se confeccionasen doce vestidos de cazador, todos iguales, y ella y las once muchachas se los pusieron. Despidióse luego de su padre y, montando todas a caballo, dirigiéronse a la corte de su antiguo novio, a quien tanto amaba. Preguntó allí si necesitaban monteros, y pidió al Rey que los tomase a los doce a su servicio. Viola el Rey sin reconocerla, pero eran todas tan apuestas y bien parecidas, que aceptó el ofrecimiento, y las doce doncellas pasaron a ser los doce monteros del Rey.Pero éste tenía un león, animal prodigioso, que sabía todas las cosas ocultas y secretas; y una noche dijo al Rey:- ¿Crees tener doce monteros, verdad?- Sí -respondió el Rey-, son doce monteros.Prosiguió el león:- Te equivocas; son doce doncellas.Y replicó el Rey:- No es verdad. ¿Cómo me lo pruebas?- ¡Oh! -respondió el animal-, no tienes más que hacer esparcir guisantes en su antecámara. Los hombres andan con paso firme, y cuando pisen los guisantes verás cómo no se mueve ni uno; en cambio, las mujeres andan a pasitos, dan saltitos y arrastran los pies, por lo que harán rodar todos los guisantes.Parecióle bien el consejo al Rey, y mandó esparcir guisantes por el suelo.Pero un criado del Rey, que era adicto a los monteros, y oyó la prueba a que se les iba a someter, fue a ellos y les contó lo que ocurría.- El león quiere demostrar al Rey que sois muchachas -les dijo.Diole las gracias la princesa y dijo a sus compañeras: - Haceos fuerza y pisad firme sobre los guisantes.Cuando, a la mañana siguiente, el Rey mandó llamar a su presencia a los doce monteros, al atravesar éstos la antesala donde se hallaban esparcidos los guisantes, lo hicieron con paso tan firme, que ni uno solo se movió de su sitio ni rodó por el suelo. Una vez se hubieron retirado, dijo el Rey al león:- Me has mentido; caminan como hombres.Y replicó el león:- Supieron que iban a ser sometidas a prueba y se hicieron fuerza. Manda traer a la antesala doce tornos de hilar; verás cómo se alegran al verlos, cosa que no haría un hombre.Parecióle bien al Rey el consejo, y mandó poner los tornos de hilar en el vestíbulo.Pero el criado amigo de los monteros apresuróse a revelarles la trampa que se les tendía, y la princesa dijo a sus compañeras, al quedarse a solas con ellas:- Haceos fuerza y no os volváis a mirar los tornos.A la mañana, cuando el Rey mandó llamar a los doce monteros, cruzaron todos la antesala sin hacer el menor caso de los tornos de hilar.Y el Rey repitió al león:- Me has mentido; son hombres, pues ni siquiera han mirado los tornos.A lo que replicó el león:- Supieron que ibas a probarlas y se han hecho fuerza.Pero el Rey se negó a seguir dando crédito al león.Los doce monteros acompañaban constantemente al Rey en sus cacerías, y el Monarca cada día se aficionaba más a ellos. Sucedió que, hallándose un día de caza, llegó la noticia de que la prometida del Rey estaba a punto de llegar. Al oírlo la novia verdadera, sintió tal pena que, dándole un vuelco el corazón, cayó al suelo sin sentido. Pensando el Rey que había ocurrido un accidente a su montero preferido, corrió en su auxilio y le quitó el guante. Al ver en el dedo la sortija que un día diera a su prometida, miró su rostro y la reconoció. Emocionado, le dio un beso y, al abrir ella los ojos, le dijo:- Tú eres mía y yo soy tuyo, y nadie en el mundo puede cambiar este hecho.Y, acto seguido, despachó un emisario con encargo de rogar a la otra princesa que se volviera a su país, puesto que él tenía ya esposa, y quien ha encontrado la llave antigua no necesita una nueva. Celebróse la boda, y el león recuperó el favor del Rey, puesto que, a fin de cuentas, había dicho la verdad.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

La novia del conejillo

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Érase una vez una mujer y su hija, las cuales vivían en un hermoso huerto plantado de coles. Y he aquí que, en invierno, viene un conejillo y se pone a comer las coles. Dijo entonces la mujer a su hija:- Ve al huerto y echa al conejillo. Y dice la muchacha al conejillo:- ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!Y dice el conejillo:- ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!Pero la niña no quiere. Al día siguiente vuelve el conejillo y se come las coles; y dice la mujer a su hija:- ¡Ve al huerto y echa al conejillo!Y dice la muchacha al conejillo:- ¡Chú! ¡Chú! ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!Dice el conejillo:- ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!Pero la niña no quiere. Al tercer día vuelve aún el conejillo y se come las coles. Dice la mujer a su hija:- ¡Ve al huerto y echa al conejillo!Dice la muchacha:- ¡Chú! ¡Chú!, ¡Conejillo, acaba de comerte las coles!Dice el conejillo:- ¡Ven, niña, súbete en mi colita y te llevaré a mi casita!La muchacha monta en la colita del conejillo, y el conejillo la lleva lejos, lejos, a su casita y le dice:- Ahora cuece berzas y mijo; invitaré a los que han de asistir a la boda.Y llegaron todos los invitados. (¿Que quiénes eran los invitados? Tal como me lo dijeron, os lo diré: eran todos los conejos, y el grajo hacía de señor cura para casar a los novios, y la zorra hacía de sacristán, y el altar estaba debajo del arco iris.)Pero la niña se sentía sola y estaba triste. Viene el conejillo y dice:- ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están alegres!La novia se calla y se echa a llorar. Conejillo se marcha, Conejillo vuelve, y dice:- ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados están hambrientos!Y la novia calla que calla y llora que llora. Conejillo se va, Conejillo vuelve, y dice:- ¡Vivo, vivo! ¡Los invitados esperan!La novia calla y Conejillo sale, pero ella confecciona una muñeca de paja con sus vestidos, le pone un cucharón y la coloca junto al caldero del mijo; luego se marcha a casa de su madre. Vuelve nuevamente Conejillo y dice:- ¡Vivo, vivo! -tira algo a la cabeza de la muñeca y le hace caer la cofia. Entonces ve Conejillo que no es su novia, y se marcha, y queda muy triste.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

Bestia peluda

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Había una vez un rey que tenía una esposa cuyos cabellos parecían de oro, y tan hermosa que en toda la tierra no se habría encontrado otra igual. Cayó enferma y, presintiendo su fin, llamó a su marido y le dijo:- Si cuando yo muera quieres casarte de nuevo, no escojas a ninguna mujer que sea menos hermosa que yo y que no tenga el cabello de oro. ¡Prométemelo!El Rey se lo prometió, y ella, cerrando los ojos, murió.Por largo tiempo al Rey estuvo inconsolable, sin pensar ni por un momento en volverse a casar, hasta que, al fin, dijeron sus consejeros:- No hay más remedio sino que vuelva a casarse el Rey para que tengamos Reina.Entonces fueron enviados mensajeros a todas las partes del país, en busca de una novia semejante en belleza a la reina fallecida. Pero en todo el mundo no había otra, y, aunque se hubieran encontrado una, no tendría los cabellos de oro. Por eso, los mensajeros tuvieron que regresar a la Corte con las manos vacías.Pero he aquí que el Rey tenía una sobrina que era el vivo retrato de su esposa muerta, tan hermosa como ella y con la misma cabellera de oro. La contempló un día el Rey, y viéndola en todo igual a su difunta esposa, de repente se sintió enamorado de ella. Dijo pues a sus consejeros:- Me casaré con mi sobrina, ya que sobrina, ya que es el retrato de mi esposa muerta; de otra manera, no encontraría una novia que se le pareciese.La joven al conocer la intención de su tío se horrorizó, pues estaba totalmente enamorada de un noble joven. Así es que pensó en la manera de hacerlo desistir de su desatinada decisión y le dijo:- Antes de satisfacer vuestro deseo, es preciso que me regaléis tres vestidos: uno, dorado como el sol; otro, plateado como la luna, y el tercero, brillante como las estrellas. Además quiero un abrigo hecho de mil pieles distintas; y ha de tener un pedacito de la piel de cada uno de los animales de vuestro reino.Al decir esto pensaba:"Es absolutamente imposible conseguir todo eso, y, así, conseguiré que mi tío renuncie a su idea." Pero el Rey se mantuvo obstinado, y las doncellas más habilidosas del país hubieron de tejer las tres telas y confeccionar un vestido dorado como el sol, otro plateado como la luna y otro brillante como las estrellas; y los cazadores tuvieron que capturar los animales de todo el reino y quitarles un pedazo de piel, y con los trocitos fue hecho un abrigo de mil pieles distintas. Cuando ya todo estuvo dispuesto, el Rey mandó llamar a su sobrina y, le presentó los objetos exigidos por ella, y le dijo:- Mañana será nuestra boda.Al comprender la doncella que no había ninguna esperanza de hacer cambiar la decisión de la decisión de su tío, resolvió huir. Por la noche, cuando ya todo el mundo dormía, se levantó y tomó las siguientes cosas: un anillo de oro, una diminuta rueca del mismo metal y una devanadera, también de oro; los tres vestidos, comparables al sol, la luna y las estrellas, los metió en una cáscara de nuez, y se puso el áspero abrigo de pieles, manchándose, además, de hollín la cara y las manos.Seguidamente se encomendó a Dios y escapó. Estuvo andando toda la noche, hasta que llegó a un gran bosque. Como se sentía muy cansada, se sentó en el hueco de un árbol y quedó dormida.Salió el sol, pero ella continuó dormida, sin despertarse a pesar de lo muy avanzado del día.Sucedió que el Rey a quien pertenecía el bosque, había salido a cazar en él. Cuando sus perros llegaron al árbol, se pusieron a husmear, dar vueltas en derredor y ladrar; por lo que el Rey dijo a los cazadores:- Id a ver qué clase de animal se ha escondido allí.Los hombres cumplieron la orden, y, a la vuelta, dijeron:- En el hueco del árbol hay un animal asombroso, como jamás viéramos otro igual; su pellejo es de mil pieles distintas. Está echado, durmiendo.Ordenó el Rey:- Ved si es posible tomarlo vivo; en ese caso lo atáis y lo cargáis en el coche.Cuando los cazadores sujetaron a la doncella, ésta, despertándose sobresaltada, les gritó:- Soy una pobre muchacha desvalida, abandonada de padre y madre. Apiadaos de mí y llevadme con vosotros.Dijeron los cazadores:- "Bestia Peluda," servirás para la cocina; ven con nosotros, podrás ocuparte en barrer las cenizas.Y, la subieron al coche, la condujeron al palacio real. Allí le asignaron una pequeña cuadra al pie de la escalera, donde no penetraba ni un rayo de luz, y le dijeron:- "Bestia Peluda," vivirás y dormirás aquí.Luego la mandaron a la cocina, donde tuvo que ocuparse en traer leña y agua, avivar el fuego, desplumar aves, seleccionar legumbres, barrer la ceniza y otros trabajos rudos como éstas.Allí vivió "Bestia Peluda" mucho tiempo, llevando una vida miserable. ¡Ah, hermosa jovencita! ¿Qué va a ser de ti? Pero ocurrió un día que hubo fiesta en palacio, y ella dijo al cocinero:- ¿No me dejarías subir un ratito a verlo? Me quedaré a mirarlo junto a la puerta.Le respondió el cocinero:- Puedes ir, si quieres, pero debes estar de vuelta dentro de media hora para recoger la ceniza.Tomó ella el candil, bajó a la cuadrita, se quitó el abrigo de piel y se lavó el hollín de la cara y las manos, con lo que reapareció su belleza en todo su esplendor. Abriendo luego la nuez, sacó el vestido reluciente como el sol y se lo puso, y, así ataviada, subió a la sala donde se celebraba la fiesta. Todos le dejaron libre paso, pues nadie la conocía y la tomaron por una princesa. El Rey salió a recibirla y, ofreciéndole la mano, la invitó a bailar con él, mientras pensaba en su corazón: "Jamás mis ojos vieron una mujer tan bella." Terminado el baile, se inclinó la doncella y, al buscarla el Rey, había desaparecido, sin que nadie supiera su paradero. Los centinelas de las puertas de palacio declararon, al ser preguntados, que no la habían visto entrar ni salir.Ella había corrido a la cuadra, en la que, después de quitarse rápidamente el vestido, se ennegreció cara y manos y se puso el tosco abrigo, convirtiéndose de nuevo en la "Bestia Peluda." Cuando volvió a la cocina, a su trabajo, se puso a recoger la ceniza, le dijo el cocinero:- Deja esto para mañana y prepara la sopa del Rey; también quiero yo subir un momento a echar una mirada. Pero procura que no te caiga ni un pelo; de lo contrario, no te daremos nada de comer en adelante.El hombre se marchó, y "Bestia Peluda" condimentó la sopa del rey, haciendo un caldo lo mejor que supo, y, cuando ya la tenía lista, bajó a la cuadra, a buscar el anillo de oro, y lo echó en la sopera.Terminada la fiesta, mandó el Rey a que le sirvieran la cena, y encontró la sopa tan deliciosa como jamás la hubiera comido. Y en el fondo del plato encontró el anillo de oro, no acertando a comprender cómo había podido ir a parar allí. Mandó entonces que se presentase el cocinero, el cual tuvo un gran susto al recibir el recado, y dijo a "Bestia Peluda":- Seguro que se te ha caído un cabello en la sopa. Si es así, te costará una paliza.Al llegar ante el Rey, éste le preguntó quién había preparado la sopa, a lo que respondió el hombre:- Yo la preparé.Pero el Rey le replicó:- No es verdad, pues estaba guisada de modo distinto y era mucho mejor que de costumbre.Entonces dijo el cocinero:- He de confesar que no la guisé yo, sino aquel animalito tosco.- Márchate y dile que suba - ordenó el Rey.Al presentarse "Bestia Peluda" le preguntó el Rey:- ¿Quién eres?- Soy una pobre muchacha sin padre ni madre.- ¿Qué haces en mi palacio? - siguió preguntando el Soberano.- No sirvo sino para que me tiren las botas a la cabeza - respondió ella.- ¿De dónde sacaste el anillo que había en la sopa?- No sé nada del anillo.El Rey tuvo que despedirla, sin sacar nada en claro.Al cabo de algún tiempo se celebró otra fiesta, y, como la vez anterior, "Bestia Peluda" pidió al cocinero que le permitiese subir a verla. Quien le dijo:- Sí, pero vuelve dentro de media hora para preparar aquella sopa que tanto gusta al Rey.Corrió la muchacha a la cuadra, se lavó rápidamente, sacó de la nuez el vestido plateado como la luna, y se puso. Se dirigió a la sala de fiestas, con la figura de una verdadera princesa, y el Rey salió nuevamente a su encuentro, muy contento de verla, y como en aquel preciso instante comenzaba el baile, bailaron juntos. Terminado el baile, volvió ella a desaparecer con tanta rapidez que el Rey no logró percatarse ni qué dirección había seguido. La muchacha corrió a la cuadrita, se vistió de nuevo de "Bestia Peluda" y fue a la cocina, a guisar la sopa. Mientras el cocinero estaba arriba, ella fue a buscar su rueca de oro y la echó en la sopera, vertiendo encima la sopa, que fue servida al rey. Éste lo encontró tan deliciosa como la otra vez, e hizo llamar al cocinero, quien no tuvo más remedio que admitir que "Bestia Peluda" había preparado la sopa.La muchacha fue llamada nuevamente ante el Rey, volvió a contestar a éste que sólo servía para que le arrojasen las botas a la cabeza, y que nada sabía de la rueca de oro.En la tercera fiesta organizada por el Rey, las cosas transcurrieron como las dos veces anteriores. El cocinero le dijo:- Eres una bruja, "Bestia Peluda," y siempre le echas a la sopa algo para hacerla mejor y para que guste al Rey más que lo que yo le guiso. - Sin embargo, ante su insistencia, le dejó ausentarse por corto tiempo.Esta vez se puso el tercer vestido, el que relucía como las estrellas, y se presentó en la sala. El Rey volvió a bailar con la bellísima doncella, pensando que jamás había visto otra tan bonita. Y, mientras bailaban, sin que ella lo advirtiese le pasó una sortija de oro por el dedo; además, había dado orden de que el baile se prolongase mucho tiempo. Al terminar, trató de sujetarla por las manos, pero ella se escurrió, huyendo tan rápida entre los invitados, que en un instante desapareció de la vista de todos. Corrió a toda velocidad a la cuadra del pie de la escalera, porque su ausencia había durado mucho más de media hora, y no tuvo tiempo para cambiarse de vestido, por lo cual se echó encima su abrigo de piel. Además, con la prisa no se manchó del todo, pues un dedo le quedó blanco. Se dirigió a la cocina, preparó la sopa del Rey y, al salir el cocinero, echó en la sopera la devanadera de oro. El Rey, al encontrar el objeto en el fondo de la fuente, mandó llamar a "Bestia Peluda," y entonces se dio cuenta del blanquísimo dedo y de la sortija que le había puesto durante el baile. La tomó firmemente de la mano, y, con los esfuerzos de la muchacha por soltarse, se le abrió un poco el abrigo, asomando por debajo el vestido, brillante como las estrellas. El Rey le despojó de un tirón el abrigo, y aparecieron los dorados cabellos, sin que la muchacha pudiese ya seguir ocultando su hermosura. Y, una vez lavado el hollín que le ennegrecía el rostro, apareció la criatura más bella que jamás hubiese existido sobre la Tierra. Dijo el Rey:- ¡Tú eres mi amadísima prometida, y nunca más nos separaremos!Pronto se celebró la boda, y el matrimonio vivió contento y feliz hasta la hora de la muerte.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

La oca de oro

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Un hombre tenía tres hijos, al tercero de los cuales llamaban "El zoquete", que era menospreciado y blanco de las burlas de todos. Un día quiso el mayor ir al bosque a cortar leña; su madre le dio una torta de huevos muy buena y sabrosa y una botella de vino, para que no pasara hambre ni sed. Al llegar al bosque encontróse con un hombrecillo de pelo gris y muy viejo, que lo saludó cortésmente y le dijo:- Dame un pedacito de tu torta y un sorbo de tu vino. Tengo hambre y sed.El listo mozo respondió- Si te doy de mi torta y de mi vino apenas me quedará para mí; sigue tu camino y déjame -y el viejo quedó plantado y siguió adelante. Se puso a cortar un árbol, y al poco rato pegó un hachazo en falso y el hacha se le clavó en el brazo, por lo que tuvo que regresar a su casa a que lo vendasen. Con esta herida pagó su conducta con el hombrecillo.Partió luego el segundo para el bosque, y, como al mayor, su madre lo proveyó de una torta y una botella de vino. También le salió al paso el viejecito gris, y le pidió un pedazo de torta y un trago de vino. Pero también el hijo segundo le replicó con displicencia:- Lo que te diese me lo quitaría a mí; ¡sigue tu mí; ¡sigue tu camino! ­y dejando plantado al anciano, se alejó. No se hizo esperar el castigo. Apenas había asestado un par de hachazos a un tronco cuando se hirió en una pierna, y hubo que conducirlo a su casa.Dijo entonces "El zoquete":- Padre, déjame ir al bosque a buscar leña.- Tus hermanos se han lastimado -contestóle el padre-; no te metas tú en esto, pues no entiendes nada.Pero el chico insistió tanto, que, al fin, le dijo su padre: -Vete, pues, si te empeñas; a fuerza de golpes ganarás experiencia.Diole la madre una torta amasada con agua y cocida en las cenizas. y una botella de cerveza agria. Cuando llegó al bosque se encontró igualmente con el hombrecillo gris, el cual lo saludó y dijo:- Dame un poco de tu torta, y un trago de lo que llevas en la botella, pues tengo hambre y sed.- No llevo sino una torta cocida en la ceniza y cerveza agria -le respondió "El zoquete"-; si te conformas, sentémonos y comeremos.Y se sentaron. Y he aquí que cuando el mozo sacó la torta, resultó ser un magnífico pastel de huevos, y la cerveza agria se había convertido en un vino excelente.- Puesto que tienes buen corazón y eres generoso, te daré suerte. ¿Ves aquel viejo árbol de allí? Pues córtalo; encontrarás algo en la raíz -. Y con estas palabras, el hombrecillo se despidió."El zoquete" se encaminó al árbol y lo árbol y lo derribó a hachazos, y al caer apareció en la raíz una oca de plumas de oro puro. Se la llevó consigo y entró en una posada para pasar la noche. El dueño tenía tres hijas, que, al ver la oca, sintieron por ella una gran curiosidad, y el deseo de poseer una de sus plumas de oro. La mayor pensó: "Será mucho que no encuentre una oportunidad para arrancarle una pluma", y, un momento en que el muchacho salió de su cuarto, sujetó la oca por un ala; pero los dedos y la mano se le quedaron pegados a ella. Pronto acudió la segunda, con la idea de llevarse también una pluma de oro; pero no bien tocó a su hermana quedó pegada a ella. Finalmente, fue la tercera con idéntico propósito, y las otras le gritaron:- ¡Apártate, por Dios Santo, apártate!Pero ella, no comprendiendo por qué debía apartarse y pensando que si sus hermanas estaban allí, también ella podía estar, se acercó y, apenas hubo tocado a la segunda, quedó asimismo aprisionada sin poder soltarse. Y así tuvieron que pasarse la noche pegadas a la oca.A la mañana, "El zoquete", cogiendo el animal bajo el brazo, emprendió el camino de su casa, sin preocuparse de las tres muchachas, que lo seguían quieras o no, haciendo eses, según le llevaban a él las piernas. En medio del campo se encontraron con el señor cura, quien, al ver la al ver la comitiva, dijo:- ¿No os da vergüenza, descaradas, correr de este modo tras este joven en despoblado? ¿Os parece decente?Y sujetó a la menor por la mano con intención de separarla; pero no bien la tocó, quedó a su vez enganchado y hubo de participar también en la carrera. Al poco rato acertó a pasar el sacristán, y, al ver al señor cura que seguía a las muchachas, sorprendido dijo:- ¿Y pues, señor cura, adónde va tan de prisa? ¿Se ha olvidado de que hoy tenemos un bautizo? -y corriendo hacia él, lo cogió de la manga, quedando asimismo sujeto. Trotando así los cinco, topáronse con dos labradores que, con sus azadones al hombro, regresaban del campo. Llamólos el cura, pidiéndoles que lo desenganchasen, a él y al sacristán; pero no bien hubieron tocado los hombres a este último, ¡helos también aprisionados! Y ya eran siete los que corrían en pos de "El zoquete" y su oca.Poco después llegaron a una ciudad, cuyo rey era padre de una hija tan seria y adusta, que nadie, había logrado hacerla reír. Por eso el Rey había hecho pregonar que daría la mano de la princesa al hombre que fuese capaz de provocar su risa. Al enterarse de ello, "El zoquete", arrastrando todo su séquito, se presentó a la hija del Rey, y al ver ella aquella hilera de siete personas corriendo sin parar una tras otra, se echó a reír tan a reír tan fuerte y tan a gusto, que no podía cesar en sus carcajadas. Entonces "El zoquete" la pidió por esposa. Pero el Rey, al que no gustaba aquel yerno, opuso toda clase de objeciones, y, al fin, le dijo que antes debía traerle a un hombre capaz de beberse todo el vino que cabía en la bodega de palacio. Pensó el joven en su hombrecillo del bosque y fue a pedirle ayuda. Y he aquí que en el mismo lugar donde cortara el árbol vio sentado a un individuo en cuyo rostro se pintaba la aflicción. Preguntóle "El zoquete" el motivo de su pesar, y el otro le contestó:- Sufro de una sed terrible, que no puedo calmar de ningún modo. No puedo con el agua fría, y aunque me he bebido todo un tonel de vino, ¿qué es una gota sobre una piedra ardiente?- Yo puedo remediar esto -díjole el joven-. Vente conmigo y te prometo que beberás hasta reventar.Y así diciendo, lo condujo a la bodega real, donde el hombre la emprendió, bebe que te bebe, con las voluminosas cubas, hasta que ya le dolían las caderas, y antes de que se hubiese terminado el día, había vaciado toda la bodega."El zoquete" acudió nuevamente a reclamar su novia; pero el Rey, irritado al pensar que un mozalbete que todo el mundo tenía por tonto se hubiese de llevar a su hija, púsole una nueva condición. Antes debía condición. Antes debía encontrar a un hombre capaz de comerse una montaña de pan. No se lo pensó mucho el mozo, sino que se dirigió inmediatamente al bosque, y en el mismo lugar que antes, encontró a un hombre ocupado en apretarse el cinturón y que, con cara compungida, le dijo:- Me he comido toda una hornada de pan. Pero, ¿qué es esto para un hambre como la que yo tengo? Mi estómago sigue vacío, y no me queda más recurso que apretarme el cinturón para no morirme de hambre.Díjole "El zoquete" muy contento:- Vente conmigo y te vas a hartar.Y lo llevó a la corte del Rey, el cual había mandado reunir toda la harina del reino y cocer con ella una enorme montaña de pan. El hombre del bosque se situó enfrente de ella, empezó a comer, y, al ponerse el sol, aquella enorme mole había desaparecido. Por tercera vez reclamó "El zoquete" a la princesa; pero el Rey, buscando todavía dilaciones, le exigió que le trajera un barco capaz de ir por tierra y por agua.-En cuanto llegues navegando en él -díjole-, mi hija será tu esposa.Nuevamente se encaminó el muchacho al bosque, donde lo aguardaba el viejo hombrecillo gris con quien repartiera su torta, y que le dijo:- Para ti he comido y bebido, y ahora te daré el barco. Todo eso lo hago porque fuiste compasivo conmigo.Y le dio el barco que iba barco que iba por tierra y por agua; y cuando el Rey lo vio, ya no pudo seguir negándose a entregarle a su hija. Celebróse la boda; a la muerte del Rey, "El zoquete" heredó la corona, y durante largos años vivió feliz con su esposa.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

Las tres plumas

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Érase una vez un rey que tenía tres hijos, de los cuales dos eran listos y bien dispuestos, mientras el tercero hablaba poco y era algo simple, por lo que lo llamaban "El lelo". Sintiéndose el Rey viejo y débil, pensó que debía arreglar las cosas para después de su muerte, pero no sabía a cuál de sus hijos legar la corona. Díjoles entonces: "Marchaos, y aquel de vosotros que me traiga el tapiz más hermoso, será rey a mi muerte." Y para que no hubiera disputas, llevólos delante del palacio, echó tres plumas al aire, sopló sobre ellas y dijo: "Iréis adonde vayan las plumas." Voló una hacia Levante; otra, hacia Poniente, y la tercera fue a caer al suelo, a poca distancia. Y así, un hermano partió hacia la izquierda; otro, hacia la derecha, riéndose ambos de "El lelo", que, siguiendo la tercera de las plumas, hubo de quedarse en el lugar en que había caído.
Sentóse el mozo tristemente en el suelo, pero muy pronto observó que al lado de la pluma había una trampa. La levantó y apareció una escalera; descendió por ella y llegó ante una puerta. Llamó, y oyó que alguien gritaba en el interior:
"Ama verde y tronada,pata arrugada,trasto de mujerque no sirve para nada:a quien hay ahí fuera, en el acto quiero ver."
Abrióse la puerta, y el príncipe se encontró con un grueso sapo gordo, rodeado de otros muchos más pequeños. Preguntó el gordo qué deseaba, a lo que respondió el joven: "Voy en busca del tapiz más bello y primoroso del mundo." El sapo, dirigiéndose a uno de los pequeños, le dijo:
"Ama verde y tronada,pata arrugada,trasto de mujerque no sirve para nada:aquella gran caja me vas a traer."
Fue el sapo joven a buscar la caja; el gordo la abrió, y sacó de ella un tapiz, tan hermoso y delicado como no se había tejido otro en toda la superficie de la Tierra. Lo entregó al príncipe. El mozo le dio las gracias y se volvió arriba.
Los otros dos hermanos consideraban tan tonto al pequeño, que estaban persuadidos de que jamás lograría encontrar nada de valor. "No es necesario que nos molestemos mucho," dijeron, y a la primera pastora que encontraron le quitaron el tosco pañolón que llevaba a la espalda. Luego volvieron a palacio para presentar sus hallazgos a su padre el Rey. En el mismo momento llegó también "El lelo" con su precioso tapiz, y, al verlo el Rey, exclamó, admirado: "Si hay que proceder con justicia, el reino pertenece al menor." Pero los dos mayores importunaron a su padre, diciéndole que aquel tonto de capirote era incapaz de comprender las cosas; no podía ser rey de ningún modo, y le rogaron que les propusiera otra prueba. Dijo entonces el padre: "Heredará el trono aquel de vosotros que me traiga el anillo más hermoso," y, saliendo con los tres al exterior, sopló de nuevo tres plumas, destinadas a indicar los caminos. Otra vez partieron los dos mayores: uno, hacia Levante; otro, hacia Poniente, y otra vez fue a caer la pluma del tercero junto a la trampa del suelo. Descendió de nuevo la escalera subterránea y se presentó al sapo gordo, para decirle que necesitaba el anillo más hermoso del mundo. El sapo dispuso que le trajesen inmediatamente la gran caja y, sacándolo de ella, dio al príncipe un anillo refulgente de pedrería, tan hermoso, que ningún orfebre del mundo habría sido capaz de fabricarlo. Los dos mayores se burlaron de "El lelo", que pretendía encontrar el objeto pedido; sin apurarse, quitaron los clavos de un viejo aro de coche y lo llevaron al Rey. Pero cuando el menor se presentó con su anillo de oro, el Rey hubo de repetir: "Suyo es el reino". Pero los dos no cesaron de importunar a su padre, hasta que consiguieron que impusiese una tercera condición, según la cual heredaría el trono aquel que trajese la doncella más hermosa. Volvió a echar al aire las tres plumas, que tomaron las mismas direcciones de antes.
Nuevamente bajó "El lelo" las escaleras, en busca del grueso sapo, y le dijo: "Ahora tengo que llevar a palacio a la doncella más hermosa del mundo." - "¡Caramba!" replicó el sapo. "¡La doncella más hermosa! No la tengo a mano, pero te la proporcionaré." Y le dio una zanahoria vaciada, de la que tiraban, como caballos. seis ratoncillos. Preguntóle "El lelo", con tristeza: "¿Y qué hago yo con esto?" Y le respondió el sapo: "Haz montar en ella a uno de mis sapos pequeños." Cogiendo el mozo al azar uno de los del círculo, lo instaló en la amarilla zanahoria. Mas apenas estuvo en ella, transformóse en una bellísima doncella; la zanahoria, en carroza, y los seis ratoncitos, en caballos. Dio un beso a la muchacha, puso en marcha los corceles y dirigióse al encuentro del Rey. Sus hermanos llegaron algo más tarde. No se habían tomado la menor molestia en buscar una mujer hermosa, sino que se llevaron las primeras campesinas de buen parecer. Al verlas el Rey, exclamó: "El reino será, a mi muerte, para el más joven." Pero los mayores volvieron a aturdir al anciano, gritando: "¡No podemos permitir que "El lelo" sea rey!" y exigieron que se diese la preferencia a aquel cuya mujer fuese capaz de saltar a través de un aro colgado en el centro de la sala. Pensaban: "Las campesinas lo harán fácilmente, pues son robustas; pero la delicada princesita se matará." Accedió también el viejo rey. Y he aquí que saltaron las dos labradoras; pero eran tan pesadas y toscas, que se cayeron y se rompieron brazos y piernas. Saltó a continuación la bella damita que trajera "El lelo" y lo hizo con la ligereza de un corzo, por lo que ya toda resistencia fue inútil. Y "El lelo" heredó la corona y reinó por espacio de muchos años con prudencia y sabiduría.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

La reina de las abejas

Monday Aug 12, 2024

Monday Aug 12, 2024

Dos príncipes, hijos de un rey, partieron un día en busca de aventuras y se entregaron a una vida disipada y licenciosa, por lo que no volvieron a aparecer por su casa. El hijo tercero, al que llamaban "El bobo", púsose en camino, en busca de sus hermanos. Cuando, por fin, los encontró, se burlaron de él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no lo habían conseguido?Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo los animalitos corrían azorados para poner a salvo los huevos; pero el menor dijo:- Dejad en paz a estos animalitos; no sufriré que los molestéis.Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un lago, en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. Los dos hermanos querían cazar unos cuantos para asarlos, pero el menor se opuso:- Dejad en paz a estos animales; no sufriré que los molestéis.Al fin llegaron a una colmena silvestre, instalada en un árbol, tan repleta de miel, que ésta fluía tronco abajo. Los dos mayores iban a encender fuego al pie del árbol para sofocar los insectos y poderse apoderar de la miel; pero "El bobo" los detuvo, repitiendo:- Dejad a estos animales en paz; no sufriré que los queméis.Al cabo llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos caballos de piedra, pero ni un alma viviente; así, recorrieron todas las salas hasta que se encontraron frente a una puerta cerrada con tres cerrojos, pero que tenía en el centro una ventanilla por la que podía mirarse al interior. Veíase dentro un hombrecillo de cabello gris, sentado a una mesa. Llamáronlo una y dos veces, pero no los oía; a la tercera se levantó, descorrió los cerrojos y salió de la habitación. Sin pronunciar una sola palabra, condújolos a una mesa ricamente puesta, y después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a un dormitorio separado. A la mañana siguiente presentóse el hombrecillo a llamar al mayor y lo llevó a una mesa de piedra, en la cual había escritos los tres trabajos que había que cumplir para desencantar el castillo. El primero decía: "En el bosque, entre el musgo, se hallan las mil perlas de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes de la puesta del sol, en el bien entendido que si falta una sola, el que hubiere emprendido la búsqueda quedará convertido en piedra". Salió el mayor, y se pasó el día buscando; pero a la hora del ocaso no había reunido más allá de un centenar de perlas; y le sucedió lo que estaba escrito en la mesa: quedó convertido en piedra. Al día siguiente intentó el segundo la aventura, pero no tuvo mayor éxito que el mayor: encontró solamente doscientas perlas, y, a su vez, fue transformado en piedra. Finalmente, tocóle el turno a "El bobo", el cual salió a buscar entre el musgo. Pero, ¡qué difícil se hacía la búsqueda, y con qué lentitud se reunían las perlas! Sentóse sobre una piedra y se puso a llorar; de pronto se presentó la reina de las hormigas, a las que había salvado la vida, seguida de cinco mil de sus súbditos, y en un santiamén tuvieron los animalitos las perlas reunidas en un montón.El segundo trabajo era pescar del fondo del lago la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar "El bobo" a la orilla, los patos que había salvado acercáronsele nadando, se sumergieron, y, al poco rato, volvieron a aparecer con la llave pedida.El tercero de los trabajos era el más difícil. De las tres hijas del Rey, que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más joven y hermosa, pero era el caso que las tres se parecían como tres gotas de agua, sin que se advirtiera la menor diferencia; sabíase sólo que, antes de dormirse, habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de azúcar; la segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de miel.Compareció entonces la reina de las abejas, que "El bobo" había salvado del fuego, y exploró la boca de cada una, posándose, en último lugar, en la boca de la que se había comido la miel, con lo cual el príncipe pudo reconocer a la verdadera. Se desvaneció el hechizo; todos despertaron, y los petrificados recuperaron su forma humana. Y "El bobo" se casó con la princesita más joven y bella, y heredó el trono a la muerte de su suegro. Sus dos hermanos recibieron por esposas a las otras dos princesas.Este episodio llega de la mano de Podbean.com.

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